Se sabe que la matanza del sábado 3 de agosto en el supermercado Waltmart de El Paso, Texas, que dejó un saldo de 20 fallecidos –8 connacionales– y de más de dos docenas de heridos, tenía como objetivo a mexicanos, según lo ha revelado Patrick Crusius, su autor.

Como es lógico, el suceso ha producido ríos de tinta en la prensa escrita y numerosísimos comentarios en la radio, la televisión y las redes sociales en México –incluida la revista Siempre!, en la que tengo el gusto de publicar mis comentarios–, y también en el extranjero. Parecería, pues, que ya se ha dicho todo lo que debía decirse al respecto.

No puedo, sin embargo, abstenerme de hablar de un tema, que me despierta enorme indignación. Espero que mis comentarios, aparte de la información que pudieran añadir sobre lo que sucede en el mundo –y no solo en México– en estos tiempos de odio, contribuyan a entender mejor el por qué del crimen de Crusius y de otros emisarios del odio y del racismo. Ojalá permitan, además, mejor otear el futuro de nuestros compatriotas y poner el acento en lo que debería hacerse para enfrentar el racismo del que son víctimas.

 

La limpieza étnica

Los sucesos de El Paso, que nos hieren e indignan, y la discriminación que sufren nuestros compatriotas, los hispanos y otras minorías en Estados Unidos, forman parte de un fenómeno del mundo de hoy. Pero este odio y desprecio, particularmente a nuestros compatriotas, tiene raíces muy profundas y lejanas en el país vecino: desde el inicio de la historia de Estados Unidos anglosajones -a partir, sobre todo, del siglo XVII, un período en el que me interesa subrayar la presencia de los puritanos y hacer notar la llegada de los esclavos africanos.

Decía que la xenofobia –racista o de otra índole– se da hoy en todos los confines del mundo, viola todos los días los derechos humanos de personas y comunidades a las que hostiliza y persigue; y llega a producir masacres y genocidio. Como lo recuerda el genocidio de Ruanda, cuando en 1994 el gobierno hutu asesinó al 75 por ciento de la etnia tutsi, no menos de 800 mil personas, en una muestra elocuente de infamia genocida, que hoy, al cumplir 25 años, sigue indignando.

Menos conocido es, sin embargo, el genocidio del que son víctimas los pigmeos, residentes en Ruanda, Burundi, Uganda y la República Democrática del Congo, una etnia permanentemente considerada inferior, a la que los gobiernos le niegan el derecho a una nacionalidad, han sido expulsados de sus tierras y sufren a menudo esclavitud. Cuando no son cazados y terminan siendo víctimas de canibalismo. Un genocidio que acabó con el 30 por ciento de la población de los 100 mil pigmeos distribuidos en los países mencionados.

Crímenes por motivos étnicos, religiosos, ideológicos y políticos se dan igualmente en Asia, como ha sido el caso de la comunidad musulmana de los rohingyas, habitantes, desde hace siglos, de Birmania –hoy Myanmar– a los que el gobierno no les otorga nacionalidad, son perseguidos y han tenido que refugiarse en la vecina Bangladesh -de un millón que residía en Myanmar hoy solo quedan unos 300 mil.

Se afirma que esta minoría étnica y religiosa es la más perseguida del planeta y la ONU ha calificado la persecución que sufre, de limpieza étnica: la que pretende establecer o restablecer la homogeneidad étnica en un territorio. La carencia de nacionalidad, los homicidios y el destierro que han sufrido los rohingyas, ha desprestigiado a la premio nobel de la paz, Aung San Suu Kyi, quien no ha podido desde el gobierno impedir esta persecución.

Todavía en relación con Asia, menciono, como lo hice en mi artículo del 4 de agosto en la revista Siempre!, a otra etnia musulmana, la de los uigures, una comunidad de 11 millones en China a la que el gobierno de Pekín hostiliza y persigue, confinando a muchos de sus miembros en campos de “reeducación”, para imponerles la ideología comunista y asegurarse de su lealtad al partido y al camarada presidente Xi Jinping.

 

Alahu Akbar! ¡Alá es grande!

El mundo de hoy es, igualmente, escenario del fanatismo religioso que se traduce en terrorismo asesino, pretendiendo defender a una religión y a las comunidades que la practican, de otras religiones y de sus adeptos o contra el descreimiento y perversión del mundo ateo. Estos crímenes pueden tener hoy la firma no solo de grupos islamistas –yijadistas– sino de adeptos de otras religiones y de sus ministros.

Pero el terrorismo religioso más visible, cuya primera carta de visita en este siglo fueron los atentados de las Torres Gemelas, en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, es el islamista. Al grito de ¡Alahu Akbar! (¡Alá es grande!) la acción de los yijadistas –la yijad según una interpretación es “la guerra santa”– ha producido muertes y terror en Occidente y otras latitudes; pero también y con saldos más mortíferos, ¡en países musulmanes!

La lista de atentados islamistas es interminable, así que me reduzco a consignar, arbitrariamente, solo algunos. Para empezar, en países no islámicos: el de los islamistas chechenos que en octubre de 2002 tomaron rehenes en el teatro Dubrovka de Moscú; el del 11 de marzo de 2004 en la estación de Atocha, en Madrid; el del metro de Londres, el 7 de julio de 2005; el de la revista Charlie Hebdo y un supermercado judío, en enero de 2015 en París; y, en fin, el del 19 de diciembre de 2016 en un mercado navideño de Berlín. Todos con saldo de muertos y heridos, y reivindicados por el Estado Islámico.

Los mencionados atentados y otros que tuvieron lugar en Europa, Estados Unidos y países no musulmanes de otras latitudes, tuvieron una amplia cobertura mediática. Sin embargo, los atentados en países musulmanes no han tenido la misma atención en los medios, a pesar de haber sido más y con un mayor saldo de muertos y heridos que los del mundo no musulmán.

Prueban lo anterior estadísticas de 2018, que registran más de 10,000 muertos, más de la mitad de los cuales fueron víctimas de atentados en Irak y Afganistán. Además, de acuerdo a esas evaluaciones, solo el 0.08 por ciento de la actividad terrorista tuvo lugar en Europa.

 

Del supremacismo blanco al terrorismo blanco

Europa, Estados Unidos y países de “raza blanca”, víctimas del terrorismo islamista –el yijadismo– están siendo también víctimas del terror impuesto y los crímenes cometidos por individuos de raza blanca residentes en sus mismos países: el llamado terrorismo blanco, que es respuesta a la invasión, que dicen sufrir, de comunidades de otro color, religión y cultura.

Estos terroristas blancos dirigen sus ataques contra los musulmanes, pero también contra negros, judíos, asiáticos ¡y mexicanos! Ya se trate de inmigrantes o de descendientes de inmigrantes, pero ya nacidos en Europa, Estados Unidos –es el caso de un importante segmento de los méxicoestadounidenses– o en otros países considerados de raza blanca.

La lista de las acciones y crímenes de estos terroristas es igualmente interminable, así que menciono solamente los más recientes y de mayor impacto, como el de julio de 2011 cuando el noruego Anders Breivik hizo estallar una bomba frente a la sede del gobierno nacional en Oslo. Luego, se trasladó a la isla de Utøya, donde se reunía la juventud del partido gobernante, y acribilló a 69 personas.

Ya en este año, en marzo, Brenton Tarrant, supremacista blanco australiano abrió fuego indiscriminadamente contra decenas de personas en dos mezquitas de Christchurch, la tercera ciudad más importante de Nueva Zelanda, dejando un saldo de 50 muertos y 50 heridos. Dijo estar influenciado por ideólogos de extrema derecha, entre ellos el mencionado Anders Breivik, grabó la masacre y la subió a Facebook.

Me refiero nuevamente a los asesinatos de El Paso, Texas, para hacer notar que Crusius, el atacante, publicó, minutos antes de la primera llamada de emergencia por el tiroteo, un manifiesto en el que declaró que se enfrentaba a una invasión hispana de Texas, que amenazaba con reemplazar a los blancos.

Por si esto no fuera suficiente, el 10 de agosto tuvo lugar otro atentado terrorista, contra una mezquita en Bærum (afueras de Oslo), perpetrado por Philip Manshaus –quien habría matado antes a su hermana–, pero que afortunadamente frustraron los feligreses. Manshaus elogiaba al autor de la masacre en Christchurch (Nueva Zelanda) y convocaba a la guerra de razas.

 

La gran sustitución

Al igual que los islamistas tienen sus líderes, como Al Bagdadi, califa del Estado Islámico (Daech), Anwar al-Awlaki, propagandista, fallecido, de Al Qaeda, ¡y Sally Jones!, reclutadora de mujeres europeas y propagandista del Estado Islámico, que ordenan acciones terroristas, los supremacistas blancos se inspiran en ideólogos y líderes para cometer sus crímenes.

Menciono de estos ideólogos y líderes a tres: Steve Bannon, supremacista de ultraderecha, diestro en intoxicaciones informativas, que fue consejero áulico de Trump. Hoy, aunque defenestrado por el presidente, tiene visibilidad en Europa pretendiéndose asesor de políticos ultra y eurófobos como la francesa Marine Le Pen y el italiano Matteo Salvini.

Jared Taylor, fundador y editor de revistas, presidente de organizaciones y autor de libros que defienden el supremacismo blanco. Es muy interesante –y, ciertamente, produce indignación– la entrevista que le hizo el periodista Jorge Ramos –se publicó a fines de 2016 en el documental “Sembrando Odio”. Taylor dice en ella que la presencia creciente en Estados Unidos de minorías no blancas –como los mexicanos– convertirá a los blancos en “refugiados en su propia tierra”. Se opone a ello y elogia la política antiinmigración de Trump.

Finalmente, Renaud Camus, ideólogo francés creador del concepto del Grand remplacement –la Gran sustitución o el Gran reemplazo– teoría que citan los terroristas de Christchurch, El Paso y Bærum y a la que aludí en mi artículo “Carrusel de odios”, en Siempre! del 31 de marzo. La gran sustitución se publicó en 2012 como libro y significa en palabras de su autor que: “Hay un pueblo y casi de golpe, en una generación, en su lugar es sustituido por otro o varios otros pueblos”.

La teoría validaría el rechazo a “la invasión” de musulmanes a Europa; y ha inspirado la novela Sumisión, de Michel Houellebecq, sobre una Francia que será islámica, desde 2022. Ha inspirado también a Crusius para lanzarse contra la “invasión” de mexicanos –e hispanos– a Estados Unidos.

 

Los lobos solitarios

Independientemente de que el Estado Islámico (Daech) y alguno de sus tentáculos, como Al Qaeda, Boko Haram y los talibanes, ordenen y ejecuten a través de sus agentes, atentados mortíferos y escandalosos, esta internacional islamista tiene adeptos en muchos países, que llevan a cabo, por su propia iniciativa –sin instrucciones de Daech o alguna de sus filiales– asesinatos y masacres.

Similar modus operandi es el de los supremacistas blancos, quienes, sin instrucciones de grupo o persona alguna, planean y llevan a cabo sus atentados. Aunque algunos, a través de mensajes por la red exhorten a cometer crímenes como los que ellos cometen o se declaren seguidores de quienes ya lo hicieron: ha sido el caso, por ejemplo, del australiano Tarrant, que se dijo influenciado por el noruego Breivik; y del también noruego Manshaus, que elogia a Tarrant. Crusius ha declarado que se inspiró en el australiano y en Camus y su teoría de La gran sustitución.

Estos yijadistas o supremacistas blancos, jóvenes, a menudo de estratos económicos y sociales desfavorecidos, marginados, desubicados, caen fácilmente en la tentación de la violencia y, lobos solitarios, cometen crímenes por su cuenta. Aunque en el caso de los yijadistas, el Estado Islámico reivindica tales crímenes. Por el contrario, en el caso del supremacismo blanco, muchos de los que desatan el odio y azuzan a los lobos solitarios, tiran la piedra y esconden la mano. Como lo muestra elocuentemente Trump.

 

La “invasión mexicana”

El autor de la matanza de El Paso es uno más de los lobos solitarios caídos en la trampa del odio que provocan las declaraciones, un día sí y otro también, de Trump contra los inmigrantes. Con especial énfasis en los inmigrantes mexicanos de quienes, desde 2015 que inició su lucha por la candidatura presidencial de los republicanos, dijo que traen a Estados Unidos “drogas, crimen y son violadores”. Una atmósfera de odio que se agrava en el país vecino, pero que también se respira en Europa y en otras latitudes.

No puede, sin embargo, ignorarse que la repulsa y el desprecio a los mexicanos –somos los no blancos– tiene raíces en las ideas del protestantismo anglosajón que desde el siglo XVII condenaron a los indios norteamericanos a la destrucción y hoy siguen imponiendo a una parte sustancial de la sociedad estadounidense el sentimiento de desprecio y de rechazo a quien no es Wasp.

Aunque afortunadamente otra parte sustancial del mundo estadounidense, y no solo las minorías –como los 57 millones de latinos, de los cuales 38.5 millones son mexicanos– sino también los blancos, representan a unos Estados Unidos cuyo impresionante progreso material y científico va de la mano con el pensamiento moderno, la creatividad intelectual y artística y la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Pero Trump no es de estos.

Recuerdo que Eva Longoria, en respuesta a las virulentas denuncias del presidente estadounidense de que los mexicanos cruzaban la frontera hacia Estados Unidos, dijo que fue la frontera la que cruzó sobre su familia mexicana, cuando el sur del país vecino dejó de ser mexicano. Dijo también, en reciente entrevista en The Daily Show whit Trevor Noah, “yo soy 100 por ciento mexicana y 100 por ciento estadounidense, todo el tiempo”.

 

Epílogo mexicano

Ante la masacre de El Paso el canciller mexicano Marcelo Ebrard ha declarado que se trata de un acto de terrorismo en contra de mexicanos, adelantó la posibilidad de que el gobierno solicite la extradición de Crusius para que sea juzgado en México, y anunció que se presentarán requerimientos contra la venta y distribución de armas como la que segó la vida de compatriotas nuestros en la masacre.

La petición de extradición no tiene, desde mi punto de vista, sentido. Respecto a la calificación del delito como terrorismo, requerirá de la participación de juristas y diplomáticos de la cancillería a fin de precisar un concepto que no es considerado delito internacional. Lo más importante, vital, es realizar una enérgica ofensiva diplomática para frenar la comercialización y exportación ilegal de armas a México, Con mayor razón ahora que el mandatario estadounidense reclama perversamente a nuestro país de “no esforzarse” para evitar la exportación de drogas a Estados Unidos.

Y, punto final: la masacre racista de El Paso nos obliga, más que nunca, a los mexicanos a tomar conciencia de nuestro propio racismo y xenofobia y a desterrarlo avergonzados.