Ningún país es fácil de gobernar. Un buen ejemplo de esto se vio el domingo 11 de agosto en dos naciones del ámbito latinoamericano: Argentina y Guatemala, que en los discursos diplomáticos de la ONU y de la OEA se dicen “pueblos hermanos”, pero que a la hora de la verdad lo que solo puede identificarlos como tales es el idioma, el castellano, la gran herencia del antiguo imperio español que a la hora de desmembrarse le legó la lengua y una religión, amén de un sinnúmero de conflictos, a un cúmulo de países que conforman buena parte del Nuevo Mundo —el continente americano—, cuyo nombre fue producto de la casualidad como tantas otras cosas que han sucedido en la historia. Américo Vespucio jamás pensó que su nombre trascendería por los siglos de los siglos. El error de un impresor hizo todo. Por cierto, América no es de los “americanos” tipo Trump, sino de los habitantes de más de una veintena de países que mal convivimos, cada uno con sus particulares problemas, en esta parte del mundo.
Lo dicho, el domingo 11 de agosto, Argentina y Guatemala celebraron sendas elecciones con características diferentes. En la primera tuvo lugar un prolegómeno que se dirimirá en el mes de octubre próximo para elegir al próximo presidente de la República. En Guatemala se desarrolló la segunda vuelta de los comicios presidenciales que tuvieron la primera edición el pasado 16 de junio, cuando la ex primera dama Sandra Torres, del Partido Unidad Nacional del la Esperanza, recibió el 25.5 por ciento de los votos en una competencia con 19 aspirantes, seguida de Alejandro Giammattei, del Partido Vamos, con 14 por ciento. Ahora cambiaron las tornas. El conservador Giammattei recibió el 59.47 por ciento de votos, mientras que la ex esposa del ex presidente Alvaro Colom, solo logró el 40.53 por ciento. La segunda ronda finalizó con un alto índice de abstención. De ocho millones de electores guatemaltecos inscritos en el padrón, más de cinco millones no acudieron a las urnas. Pero, el juego democrático en el país centroamericano así se desarrolla. No hay otra oportunidad. Alejandro Giammattei, de 63 años de edad, médico de profesión, asumirá la presidencia de Guatemala el 14 de enero de 2020, y quizás su mayor reto será tratar de detener el gran flujo de migrantes que intentan llegar a Estados Unidos de América (EUA).
Como ha sucedido en Brasil y en México, donde Luiz Inacio Lula da Silva intentó en varias ocasiones llegar a la presidencia de su país, y Andrés Manuel López Obrador, hizo lo propio, Alejandro Giammattei buscaba la presidencia guatemalteca por cuarta ocasión. Logrado su propósito ha prometido imponer mano dura contra el crimen y volver a legalizar la pena capital, aparte de oponerse decididamente al matrimonio homosexual y al aborto. Su conservadurismo es más que evidente.
Aparte de los problemas que ya enfrenta Guatemala en materia de migración con la Unión Americana, el nuevo gobierno deberá cumplir con los compromisos firmados por el presidente saliente Jimmy Morales el 6 de julio pasado, compromisos que obligarían a salvadoreños, hondureños y otros migrantes a pedir asilo en Guatemala si cruzan el país en su camino hacia EUA.
Eso significa que el doctor Giammattei deberá implementar el acuerdo de “tercer país seguro”, aunque éste aún tiene recursos legales que salvar, y que podría disminuir la cantidad de migrantes indocumentados capaces de arribar a la border estadounidense. Por si algo faltara, y los problemas migratorios parecieran pocos, el sucesor de Morales encontrará de frente la desnutrición crónica de aproximadamente 800 mil menores de cinco años de edad, y con el 90 por ciento de impunidad en el sistema de justicia, así como los problemas que más preocupan a la población guatemalteca, como la delincuencia de todo tipo, el desempleo, el creciente costo de la vida y la perenne corrupción.
Respecto al problema de la corrupción, Giammattei no está comprometido con renovar la estancia de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), creada en 2006 y con evidentes triunfos para castigar la corrupción en el país, incluyendo al presidente Otto Pérez Molina y su vicepresidenta. La comisión de la ONU siguió con el todavía presidente Jimmy Morales, que el 7 de enero del presente año finalizó el acuerdo con el organismo internacional, señalando que la CICIG había cometido actos ilegales, abusado de su poder y contravenido la Constitución guatemalteca. El nuevo ciclo político del país, en este sentido, no tiene un futuro halagüeño.
Primarias en Argentina
El mismo domingo 11 de agosto, tuvieron lugar en el país de las pampas, las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO), que además de elegir a los candidatos oficiales de cada partido sirvieron como un primer pulso de los comicios presidenciales de otoño, el 27 de octubre del presente año. Estos comicios —obligatorios para todos los argentinos entre 18 y 70 años de edad—, fueron una confrontación de preferencias entre el presidente Mauricio Macri, y el abanderado kirchnerista del Frente de Todos, Alberto Fernández (que es apoyado por no decir “designado” en una rara decisión política, que solo se atreven a hacer los argentinos, por la ex presidenta Cristina Fernández que, a su vez, se autonombró candidata a la vicepresidencia), antiguo subalterno de la viuda de Néstor Kirchner. Por cierto, como ministro de Cristina, Alberto terminó su relación en malos términos, aunque posteriormente se conciliaron y él prometió que “nunca más volvería a reñir con la viuda”. !Qué complicados!
Contabilizados más del 80 por ciento de los sufragios, el Presidente Macri no logró más que el 32 por ciento de la votación, mientras que Alberto Fernández obtuvo el 47 por ciento de lo sufragado. Los especialistas aseguran que si se mantiene esa tendencia, el 27 de octubre el “justicialismo progresista” recuperará la presidencia de Argentina en la primera vuelta.
Conocidos los resultados, el eufórico candidato del Frente de Todos, Alberto Fernández, gritó a sus seguidores que festejaban el triunfo en las calles: “Argentina hoy está pariendo otro país. Ese país del que hablaba Cristina (Fernández viuda de Kirchner), el único trabajo que tenemos es que los argentinos recuperen la felicidad”. Al mismo tiempo lanzó un llamamiento a la unidad y a acabar con la venganza y la grieta.
El presidente Mauricio Macri, al llegar a las oficinas del campaña, con cara de pocos amigos, casi susurró: “Hemos tenido una mala elección”. Agregó: “Duele que hoy no tengamos todo el apoyo político que esperamos. No obstante, adelantó que en las próximas elecciones de octubre “se definirán los próximos 30 años de Argentina”. La situación no era para menos. La pizarra del centro de cómputo no dejaba lugar a dudas: el Frente de Todos se llevaba el día con más de 47 por ciento, con 15 puntos de diferencia, y en la provincia de Buenos Aires (que es la que cuenta con mayor número de electores), los candidatos del Frente se imponían por más de 18 puntos.
Por el momento, el resultado del Frente de Todos hizo que la ex presidenta —acosada por varios juicios en contra de su anterior administración—, fuera prudente y habló serenamente sobre la importancia de la unidad que se había logrado y la esperanza de encontrarse todos juntos después de las elecciones del 27 de octubre. Pero insistió: “Estamos absolutamente conscientes de la crisis que está atravesando Argentina”, y al referirse a los desempleados y a la pobreza, puntualizó que “lejos de ponernos felices por el triunfo, estamos pensando en la responsabilidad sobre la que vamos a enfrentar a partir de ahora”.
De tal suerte, Alberto Fernández, insistió en “agradecer su generosidad” a su compañera de fórmula y resaltó su “capacidad de estadista” (hay que ser argentino para entender estos “cumplidos políticos”) y su compromiso con la unidad. Remató su perorata: “A partir de mañana todos vamos a trabajar por una nueva Argentina, vamos a hacer un país que todos nos merecemos… Debemos estar unidos e integrados. No podemos vivir felices sabiendo que hay niños con hambre”.
Los analistas explican que los resultados de estas Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias pueden ser la explicación de la catástrofe argentina provocada por el derechista Mauricio Macri en casi cuatro años de (des)gobierno, en los que desmanteló las políticas sociales establecidas en más de una década por los mandatos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, su viuda y sucesora en el puesto. Otra vez, solo siendo argentino pueden explicarse estos episodios nacionales. Los antecedentes históricos de Juan Domingo Perón y de Evita no pueden dejar de citarse.
El balance de Mauricio Macri tiene sus consecuencias: Argentina llegó a un nivel de endeudamiento sin precedentes, los derechos laborales casi desaparecieron, el desempleo llegó a cotas muy altas, y la inflación ni se diga, comparable a los tiempos de Fernando de la Rúa, y la presencia del FMI a la orden del día. El descontento popular es evidente, lo que puede representar el retorno al poder del justicialismo kirchnerista en versión del Frente de Todos. En poco más de dos meses se sabrá la verdad. VALE.