Desde el inicio del gobierno de AMLO –incluyendo los cinco meses que Enrique Peña le regaló desde que aquél se supo ganador de las elecciones–, la respuesta favorita del nuevo elenco de gobernantes a toda crítica a la 4T es: “Y por qué no dijeron nada antes”, lo cual, desde luego, no es ninguna respuesta. No importa si lo que se critica o denuncia de la actual administración se sostiene con pruebas irrefutables, la respuesta que oímos todos los días será: “¡Ah, y por qué antes no habían dicho nada!”
Otro desplante muy socorrido es quejarse del “cochinero” que les dejaron en casa. Cuántas veces no hemos escuchado, para el Sector Salud, “nos dejaron un sistema inoperante”; “la salud era una mercancía y no un derecho”; “había despilfarro y corrupción en todos lados”; para la Policía Federal, “era una policía corrupta e ineficiente”; “coludidos con el crimen organizado”; para el Sistema Nacional de Investigadores, “ejercían el turismo científico”; “aprovechaban para viajar y hacer contactos personales”; para los programas sociales, “había 30 mil niños fantasmas en las guarderías infantiles”. Y así, nos podríamos seguir ad infinitum, con nuestras representaciones en el exterior, con los apoyos educativos, con las oficinas de la PROFECO, con los organismos autónomos y hasta con la CNDH.
Lo más seguro es que AMLO y su equipo tengan buena parte de razón, de otra forma nunca hubieran ganado las elecciones. El problema es que no hay matiz en sus afirmaciones (“matizar es pensar”, decía Ortega y Gasset), o sea, se ahorran el esfuerzo de pensar y razonar, su verdad es absoluta y generalizada, no hay claroscuros.
Cabe reconocer, es cierto, que como estrategia no está mal echarle la culpa al tiempo pasado; la cuestión es que el pasado de “otros” acaba por agotarse, y el presente –triunfal, gozoso y vengativo, poco a poco empezará a convertirse en “su” pasado. Será, pues, el momento en que los alcance su propia historia; no la de otros, sino la suya. De pronto, serán los fracasos de la 4T (que sinceramente esperamos no sucedan, por el bien de México) los que devendrán en los nuevos cochineros, inoperancias, corruptelas, amiguismos, desvíos y arbitrariedades, que serán suyos, única y exclusivamente suyos.
Este es el quid del problema, y es que los plazos se cumplen, “y a toda capillita, le llega su fiestecita”; pero ¿cuándo? ¿En uno, tres, seis años? Las preguntas ya están planteadas: ¿cuánto tiempo más habrá de pasar para que las medicinas gratuitas nos lleguen a todos; cuánto más para que la salud sea un bien universal; cuánto tiempo más se necesitará para que los Jóvenes Construyendo el Futuro o los Sembrando Vida conviertan sus becas en habilidades productivas; cuánto más para que disfrutemos de una red de aeropuertos digna y eficaz; cuánto más para que se erradique la corrupción, el despilfarro, el cuatismo, el huachicoleo; cuándo habrá de terminar la masacre y el gobierno del crimen organizado; cuándo la micro, pequeña y medina empresa podrá reabrir sus negocios sin tener que pagar el derecho de piso?. Las promesas son una tarea de gigantes, ni duda cabe… ¿Y si fracasan?
Lo sorprendente de la estrategia hasta ahora seguida por AMLO es que él y sus operadores nunca podrán ser acusados del fracaso del proyecto, sencillamente porque la Cuarta Transformación no puede fallar; “ellos” no pueden fallar. ¿Por qué?, muy sencillo: cuando las cosas no resulten como se esperaba, lo importante no será indagar las causas del fracaso, sino quiénes fueron los culpables, y desde ahora sabemos a quiénes serán los señalados por confabularse en el camino para que la 4T no se escriba como un episodio más de la Gloria Nacional: será por el complot orquestado por los neoliberales; por la oposición de los fifís; por la complicidad de las agencias calificadoras; por los “corruptos” que osaron estudiar en el extranjero o ganar más de 600 mil pesos mensuales; por los desagradecidos burócratas, médicos y otros especialistas despedidos en el camino; por las movilizaciones de las familiares de los nuevos muertos, heridos y enfermos, ya sea por balas o por falta de medicinas; por los exaltados estudiantes que en 100 nuevas universidades no encontraron las capacidades para después sostener a sus familias; porque todos se habrán extraviado en cifras falsas, desconociendo vergonzantemente “los otros datos”. Ellos, y no otros, serán los culpables Así será –me atrevo a suponer, y que me perdone García Márquez– la próxima versión del “otoño del patriarca”.
La ambición, cuando la vía es legítima y su herramienta es el esfuerzo, no puede ser condenable, y menos en la persona de un presidente de cualquier país, siempre que las metas sean realizables. Para un político “pragmático”, sin embargo, imponerse una vara de tal manera alta que a la postre lo lleve al fracaso, no tendría lógica si en su estrategia no tuviera previsto el mejor recurso exculpatorio: “¡Me jalaron el tapete!”. Si este –como todo hace suponer– va a ser el principio y fin de la historia, sólo nos queda rogar a los protagonistas que, parafraseando a Hipócrates, procuren “hacer el menor daño posible”.
Lo cierto es que la respuesta a las preguntas arriba planteadas (y, como decimos los abogados: “de manera enunciativa, mas no limitativa”), habrán de referirse a la fecha o al plazo que los individuos y la sociedad otorguen a su propia paciencia para hacer exigible el cumplimiento de las promesas de la “gran transformación”, exigir la reparación de los daños causados en el trayecto y la condena, si fracasan, de aquellos que nos metieron en esta arriesgada aventura. Este será el momento cuando el pasado inmediato habrá de pesar más que el pasado remoto, el de los neoliberales, y cuando ese momento llegue –y llegará–, habrá nuevos héroes y villanos. Los del antepasado ya habrán sido exonerados, castigados u olvidados (¿who cares?). Habrá una nueva realidad, y tendrá un sello que dirá “por aquí pasó la 4T”. La ventaja de esta propuesta y en este contexto, es que está hecha para el éxito, hecha para transformar a México en un nuevo y mejor país ¿Quién puede estar en contra de ello? ¡Nadie!
Pero el tiempo es inexorable, todo presente se convertirá en pasado, el pasado resulta de lo que recordamos, y la memoria es corta. ¿Qué pasará cuando el pasado nos (los) alcance, y qué tan largo será ese tiempo? No lo sé.
Por lo pronto, los invito a que sigamos el consejo del jardinero: seamos felices mientras podamos.
