De acuerdo a las leyes de la física, más temprano que tarde el gigantesco y omnívoro régimen de la República Popular de China –el tercer país más extenso de la Tierra, y el primero en número de habitantes: aproximadamente mil 415 millones de personas–, impondrá su voluntad y dominio en la minúscula Hong Kong que pese a su excepcional situación política desde 1997 (cuando volvió a formar parte de China después de haber sido colonia del Reino Unido desde fines del siglo XIX), no podrá alargarla más allá del año 2047. Así dispone lo acordado entre Pekín y Londres. Algo que podría considerarse una anomalía histórica.

La cláusula firmada consagró el principio “un país, dos sistemas”, por lo cual Hong Kong disfrutaría de “derechos y libertades… asegurados por ley” equiparables a los de cualquier democracia occidental. No más allá de la fecha fijada. Entonces, la isla y anexos dejará de ser una ciudad libre, abierta y moderna, para ser controlada por el gobierno chino, la dictadura más poderosa del planeta. Hasta 2007 el gobierno comunista chino sostuvo lo pactado, pero después las cosas empezaron a cambiar en materia de derechos y libertades. Pekín apretó las tuercas.

En su interesante artículo “Hong Kong se resiste a ser China”, el corresponsal de El País, Jaime Santirso, cita al abogado Antony Dapiran, autor del libro editado por Penguin Specials, City of Protest: A Recent History of Dissent in Hong Kong: “(En junio de 2014) En un documento estratégico, el Partido Comunista de China expresaba su punto de vista sobre la operación de un país, dos sistemas… El lenguaje empleado era muy estricto y priorizaba un país por encima de dos sistemas. En ese momento se hizo evidente que Pekín estaba empezando a apretar su control”.

No por casualidad, en el mes de septiembre del mismo 2014, nació un movimiento popular en Hong Kong bautizado como la Revolución de los paraguas, que durante más de 60 días bloqueó el downtown de la ciudad para reclamar el sufragio universal efectivo,  en vez de que el jefe de gobierno autónomo fuera preseleccionado por Pekín. Santirso completa la cita de Dapiran: “A partir de entonces, hemos visto en los últimos cinco años muchos pasos adelante en esta senda, como el secuestro de libreros, la inhabilitación de los legisladores prodemocracia, el veto a candidatos a las elecciones o el encarcelamiento de los líderes de la Revolución de los paraguas”.

En pocas palabras, este es el trasfondo de las últimas 11 semanas de protestas prodemocracia en Hong Kong, que aclaran el enfrentamiento entre dos sistemas políticos; un encontronazo que se hace más evidente –por si fuera necesario–, por la latente amenaza de una intervención militar en Pekín. Para decirlo sin tapujos, ese es el miedo que mueve a los hongkonenses: el recuerdo de la matanza de la Plaza de Tiananmen en junio de 1989, hace ya treinta años, en la que por lo menos 10 mil personas perdieron la vida. El régimen de Pekín ha demostrado, en ocasiones anteriores, que llegado el momento no le tiembla la mano.

Sorprende que el gobierno chino no haya cruzado la línea roja en las actuales circunstancias. Sin duda, los tiempos han cambiado, y no tanto por los señalamientos de la ONU, ni por las baladronadas de Donald Trump. Simplemente, los tiempos han cambiado. El hecho es que estas manifestaciones que duran ya tres meses han alcanzado hitos históricos como lograr que salieran a la calle casi dos millones de personas en una isla de poco más de siete millones de habitantes, la toma del Congreso, la ocupación del aeropuerto –uno de los más importantes del mundo–, y la suspensión de alrededor de mil vuelos, así como la primera huelga general en medio siglo.

En fin, la chispa que prendió el fuego en esta ocasión fue la propuesta por parte de la jefa de Gobierno, Carrie Lam de una ley de extradición que permitiría que los ciudadanos hongkonenses fueran juzgados en territorio continental chino. Sobre el particular, Willy Lam, catedrático de Historia y Economía en la Universidad China de Hong Kong, acotó: “Para los manifestantes se trata de una batalla por la libertad, para el Gobierno chino es una batalla por el control”. La brújula de los tiempos va en contra de Hong Kong. Cuanto más crece China mayor es la sombra que se cierne sobre la antigua colonia.

 

Las manifestaciones no se detienen

Miles y miles de personas –1.7 millones dicen los organizadores; 128,000, informa la policía–, acudieron a la jornada del domingo 18 de agosto, la enésima convocatoria que confirmó que la crisis política que experimenta la otrora colonia británica está muy lejos de haber concluido, pese a los repetidos incidentes y las amenazas, cada vez más explícitas, del gobierno chino. Se trata de la peor crisis desde que Hong Kong retornó a China en 1997. Las protestas significan uno de los mayores desafíos al presidente chino Xi Jinping, desde que tomó el poder en 2012;  por otra parte, el Partido Comunista se alista para festejar el septuagésimo aniversario de la fundación de la República Popular, el próximo 1 de octubre.

El movimiento popular ya ha exigido la renuncia de la gobernante Carrie Lam, quien nuevamente alertó sobre las peligrosas consecuencias para la ciudad, una de las capitales mundiales de las finanzas. En una conferencia de prensa, la funcionaria aseguró que “la violencia, ya sea su uso o su justificación, llevará a Hong Kong por un camino sin retorno y hundirá a la sociedad en una situación muy preocupante y peligrosa”.

En casi tres meses de rebeldía, el movimiento antigubernamental se encuentra en un momento crucial, pues la policía ha comenzado a desplegar una fuerza sin precedentes, incluso en barrios residenciales. Hasta el momento, desde el inicio de las represiones, contabiliza 700 arrestos, en un intento por desalentar mayores disturbios.

Por su parte, el Frente Civil de Derechos Humanos, que ha  planeado varias de las marchas desde el mes de junio, el domingo 18 de agosto publicó una carta abierta en la que afirma: “En los últimos dos meses en Hong Kong  hemos derramado sangre, sudor y lágrimas. Los habitantes hemos sufrido suficiente humillación por parte del gobierno y la policía. Hemos detenido la ley de extradición, pero al policía está llevando a cabo una represión al estilo chino. Tenemos que continuar hasta que el gobierno finalmente nos muestre el respeto que merecemos”.

Uno de los oradores de la marcha dominical clamaba: “¡Muestren a la policía cuántos somos!”. Como en ocasiones anteriores, los participantes provenían de todos los estratos y edades. Desde la joven que caminaba sonriendo con una mochila a la espalda en la que llevaba a un loro, hasta familias completas con bebés en carriolas, abuelas en sillas de ruedas, o camarillas equipadas con cascos y máscaras que han protagonizado los últimos enfrentamientos con la policía.

 

También estuvieron presentes políticos como Lee Cheuy-Yan que pidieron a los asistentes  que regresaran a sus hogares después de afirmar que la ingente asistencia de manifestantes a esta reunión suponía una “bofetada en la cara” para la discutida Carrie Lam, la jefa del gobierno local aliada de Pekín que se ha negado a renunciar, así como demostraba que los “hongkonenses ni tienen miedo al ejército chino”.

Por la noche del domingo 18, miles de activistas enmascarados cercaron la sede del gobierno local, cantando “Tomemos Hong Kong, la revolución de nuestro tiempo”. Aunque la policía se desplegó en los alrededores, no se reportaron enfrentamientos entre ambos bandos. Un manifestante gritó a otros que se burlaron de los agentes: “¡Es una marcha pacífica! ¡No caigas en la trampa! ¡El mundo nos está observando!”, al exhortar al grupo a seguir adelante.

Al caer la noche del domingo 18, los observadores opinaron que el desarrollo pacífico de la movilización suponía toda una “victoria moral” para la “revolución” del pueblo de Hong Kong. Un joven participante dijo a la prensa: “Hemos demostrado que la si la policía nos deja tranquilos no somos violentos. Son ellos los que han recurrido a una represión brutal”.

Todo puede suceder en los próximos días. El artículo 14 de la Ley Básica de Hong Kong, que rige la autonomía de la antigua colonia inglesa, establece que, en caso de emergencia, el gobierno de Pekín puede movilizar al Ejército Popular de Liberación si así lo solicita el Ejecutivo hongkonés. Una intervención militar es algo que todas las partes –Pekín, Hong Kong y los propios manifestantes–, desean evitar, pero el bloqueo parece inquebrantable y cada día que pasa la probabilidad del uso de la fuerza aumenta.

Por el bien de todos, la presencia militar china en Hong Kong debería ser lo último que sucediera. Hong Kong todavía es el enclave donde la República Popular se encuentra con el mundo. Más del 60% de su inversión directa extranjera, por ejemplo, llega al continente a través de la isla. Mucho está en juego. El futuro no es fácil. Se necesita algo más que suerte para sortearlo. VALE.