“El sabio desaparecía para ser reemplazado por el artista”.
Manuel Domínguez
Cada jueves, durante años, la huella dejada por el pedestal que sostuvo la estatua del eminente médico veracruzano, Don Rafael Lucio Nájera, fue escenario de una de las protestas más conmovedoras de las que se tenga memoria en nuestra Ciudad.
Como expresión de admiración y constancia, cada semana esa huella recibió un ramo de rosas de parte del vecino Ricardo Ward, como florida manifestación y exigencia de recuperación de la estatua esculpida por Epitacio Calvo, la cual fue develada el 16 de septiembre de 1889, y cuya destrucción o robo –misterio aún sin resolver– se perpetró en enero de 2011 a consecuencia de un aparatoso choque.
La desidia burocrática se impuso a la obligación de la búsqueda o reposición de un hito monumental donado por el Estado de Veracruz como respuesta a la extraordinaria convocatoria de Don Francisco Sosa, publicada en junio de 1887 en su habitual columna de El Imparcial, cuya propuesta estribaba en hermosear el Paseo de la Reforma con estatuas, de personajes ilustres, costeadas por los Estados.
Veracruz eligió a dos de sus prohombres: al liberal Don Miguel Lerdo de Tejada, y al médico, científico y experto crítico de arte, el Dr. Rafael Lucio Nájera; ambas estatuas se ubicaron en el mismo primer tramo del Paseo de la Reforma, en la acera norte de la vieja Colonia de los Arquitectos, muy cerca a la majestuosa mansión ocupada por el matrimonio de Don Ignacio de la Torre y la hija del presidente de la República, Amada Díaz.
La atinada elección de los veracruzanos, promovió el reconocimiento a uno de los médicos más connotados del México Independiente, director del Hospital de San Lázaro, reconocido investigador médico descubridor de la “lepra manchada”, médico del Colegio Militar en el fatídico año de la invasión estadunidense, fundador de la primera y la segunda Academia de Medicina de México y, por su enorme sabiduría y experiencia, médico de Maximiliano y del Presidente Juárez, de quien, junto con sus colegas Gabino Barreda e Ignacio Alvarado, extiende el certificado médico de defunción en la madrugada del 19 de julio de 1872.
Aunado a lo anterior, su pasión por la cultura, inculcada desde la infancia por su padrastro, el Dr. Manuel Salas, le llevó a ser una eminencia en arte colonial, reposicionando el valor de pintores novohispanos de la talla de Juan de la Rúa o de los Echave (El Viejo y El Mozo), identificados en su obra “Reseña Histórica de la Pintura Mexicana”, publicada en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en 1863, el cual es considerado, por Don Manuel Toussaint, como el primer catálogo impreso de pintura mexicana.
Tal y como lo afirmó durante la Velada Fúnebre que la Academia dedicó el 15 de septiembre de 1886 al Dr. Lucio, su gremio reconocía que, en la intimidad de su hogar, el connotado galeno se permitía ser reemplazado por el artista que albergaba en su alma.
