“¿Queremos ser recordados como la generación del avestruz, que se distrajo mientras el planeta ardía?, se preguntó el diplomático portugués Antonio Guterres, secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU) al inaugurar la 25 Conferencia de las Partes (COP25), órgano principal de la Convención Marco de Cambio Climático del propio organismo mundial, el lunes 2 de diciembre de 2019 en Madrid, España. Esta cumbre –que finalizará el día 13 del mismo mes–, haría énfasis en la “urgencia” de actuar y aplicar las medidas pactadas tres años antes en el Acuerdo de París, para salvar a la Tierra de una inminente catástrofe.
Un día antes, en la antesala de la reunión, a la que asistirían delegaciones de 200 países el propio dirigente del organismo mundial advirtió: “El punto sin retorno del cambio climático no está en el horizonte sino que se nos está echando encima…durante décadas, la especie humana ha declarado la guerra al planeta y el planeta está ahora contraatacando”. Guterres insta, siguiendo la recomendación de los científicos, a limitar el calentamiento global a no más de 1,5 grados.
Por lo mismo, el dirigente mundial señaló: “Los esfuerzos para conseguir esto no han sido adecuados, las emisiones siguen aumentando anualmente, hay países que no están cumpliendo los compromisos… Nos sigue faltando voluntad política para ponerle un precio al carbono, para acabar con los subsidios de miles de millones a los combustibles fósiles, para cobrar impuestos por la contaminación. Estamos en un hoyo profundo y seguimos perforando”. Por ello, recalcó, cómo la producción de combustibles fósiles es un 120% superior al máximo permitido para poder cumplir con el Pacto de París: “No podemos seguir cavando el hoyo hasta que sea demasiado profundo y no podamos salir”.
Entre los objetivos inmediatos de la cumbre sobresalen la reafirmación del compromiso de cero emisiones de efecto invernadero de 2015, pero también poner precio al carbono, poner punto final a las centrales térmicas de combustibles fósiles y desarrollar programas globales para salvar los océanos, así como acordar la forma de compensar a los países pobres –por cierto los menos contaminantes– por la destrucción causada en gran medida por las emisiones de las naciones ricas.
Lo cierto es que la Tierra se encuentra en un momento sumamente delicado. La cumbre pondrá a prueba la determinación de los Gobiernos para ir más allá de las palabras y pasar a la acción, teniendo en cuenta que los compromisos adquiridos hasta ahora en el marco del Acuerdo de París de 2015 resultan insuficientes. El cambio climático se está acelerando, y para frenarlo habrá que redoblar esfuerzos.
Por fortuna, parece que con excepción del gobierno de Donald Trump –cuyo cerebro, si es que lo tiene, no le permite entender el gravísimo problema del calentamiento global–, casi todos los demás si captan la seriedad del asunto. Muy pocos quieren aparecer fuera de esta preocupación. En pocas semanas se han tomado decisiones básicas. Alemania, por ejemplo, en el mes de septiembre pasado aprobó un plan plurianual de inversiones para acelerar la descarbonización, por 54 mil millones de euros. Italia también presentó un nuevo presupuesto de menor cuantía: 4 mil millones de euros hasta 2023 para incentivar el abandono de carbón, la economía circular y la regeneración urbana. Asimismo, Francia acaba de anunciar su proyecto de que la Unión Europea (UE), introduzca normas que obliguen a las empresas a aportar informes ambientales y para que sus bancos –que figuran entre los que más intensamente financian los proyectos contaminadores–, dejen de invertir en carbón en el plazo de una década.
Pero no todo es tan halagüeño. La verdad es que la cumbre tiene lugar en medio de una notoria falta de liderazgo internacional en la lucha climática y en un momento pésimo para el multilateralismo. El hombre de la Casa Blanca, que quiere seguir viviendo en ella cuatro años más, ya inició el proceso para sacar a la Unión Americana del Acuerdo de París. Por su parte, China no da señales de que vaya a aumentar sus planes de recorte de gases de efecto invernadero. Rusia no ha presentado ante la ONU su programa para reducirlos, y los 28 de la UE no han logrado aún consensuar la meta de cero emisiones para 2050. De ahí la urgencia de que, pese a los problemas que enfrentó, la COP25 debía aterrizar. En este sentido, España –pese a sus problemas de gobierno–, dio muestra de gran responsabilidad mundial para que la cumbre se efectuara en Madrid, después de que Chile se vio imposibilitado de hacerlo. En poco más de un mes la reunión se preparó en la ciudad del oso y el madroño. El debatido gobierno ibero actuó a la altura de las circunstancias. Reconocimiento obligado.
Los esfuerzos para conseguir esto no han sido adecuados, las emisiones siguen aumentando anualmente, hay países que no están cumpliendo los compromisos…
Aunque el mundo tenga que soportar los absurdos arranques de un Donald Trump en lo que al cambio climático se refiere, y a otros delicados temas, lo cierto es que millones de personas ya están condenadas a tener que abandonar los lugares donde han vivido desde hace centenares de años porque el aumento del nivel del mar es imposible de detener. Este exilio forzado se acelerará si la comunidad internacional no cumple el Acuerdo de París de 2015 para limitar en el siglo XXI el calentamiento de la Tierra a dos grados centígrados respecto a la era preindustrial
Estudios de la ONU pronostican que con la subida del calentamiento global el nivel del mar llegue a más de 4.5 metros y posiblemente hasta 6 metros de lo que es hoy. La fecha es incierta, pero si el proceso del descongelamiento de los casquetes polares no se reduce es seguro que desaparezcan muchas ciudades costeras. La lista de las urbes que serán afectadas es larga: Hong Kong, Shangai, Bombay, Calcuta, Ámsterdam, Bangkok, Miami. Autoridades de EUA, Reino Unido, China, India y Japón, trabajan sobre este problema. Lo mismo Holanda, país con experiencia en controlar el oleaje marítimo, casi una tercera parte de su territorio podría sufrir un desastre.
Por ejemplo, la Gran Manzana (Nueva York), lleva años afinando sus obras de protección que incluyen los servicios de transporte urbano y las redes de abastecimiento de energía eléctrica y aguas potable, en la vieja ciudad y en los centros satélites. Las inversiones son multimillonarias y lo que falta.
Sin embargo, no hay información suficiente sobre los proyectos para enfrentar el problema en la Florida, California, Texas, Misisipí, estados con grandes concentraciones urbanas, e infraestructuras industriales y petroleras.
Respecto a México (en Babia aún en los tiempos de la 4a. Transformación), deberíamos estar conscientes de que nuestro país es uno de los más expuestos al cambio climático. No obstante, hasta el momento se desconoce si los “honrados” funcionarios del nuevo régimen preparan una estrategia para evitar el desastre que indudablemente ocasionará el aumento del nivel del mar en los 11 mil kilómetros de litoral. No hay que soslayar que a lo largo de las costas mexicanas se encuentra la parte sustancial de la industria petroleras y petroquímica, los puertos y el turismo, a la par de ciudades densamente pobladas. Estos no “son otros datos”, ni tampoco se resolverá porque “me canso ganso”.
Aunque en todo el planeta existe la certidumbre de que el peligro es real –solo algunos negacionistas “poderosos” como Donald Trump y otros políticos retrógradas tratan de ignorarlo–, también hay personajes realistas que manifiestan crudamente su desilusión sobre el éxito de la cumbre. Bjorn Stevens, director del Instituto de Meteorología Max Planck, con sede en Hamburgo –uno de los centros de referencia para el estudio del cambio climático– considera, como uno de los más reputados estudiosos en la materia, que la ciencia debe desarrollar nuevos modelos predictivos que sean capaces de determinar los efectos adversos del calentamiento global regionalmente. Pero, el científico alemán originario de Augsburgo, Alemania, declara, sin rubor, que “sinceramente no espera nada de la COP25, y lo siente”. No obstante, especificó: “deseo que tenga éxito, pero el 25 aniversario de esta cumbre habla por sí solo: en estos años no se ha hecho nada en concreto. Me gustaría que ocurriera algo mágico, pero creo que la acción real tendrá lugar en los Parlamentos y en las negociaciones sobre el medioambiente a nivel del G7 donde habrá acuerdos de naciones. Quizás sea injusto pensar que va a haber un cambio de la noche a la mañana. La COP puede ayudar a aumentar la concienciación”.
El hecho es que la Tierra está en una situación de crisis real, sin embargo, al parecer, el mundo no está en camino de cumplir el Acuerdo de París y evitar los efectos más dañinos del calentamiento. Las emisiones de dióxido de carbono. Estas deberían alcanzar un máximo en 2020 y bajar rápidamente a partir de ese momento, sin embargo, la previsión es que sigan creciendo al menos hasta 2030.
En fin, como dice Bjorn Stevens: “Si se quiere resolver el problema hay que unirse y hacer algo extraordinario”. Ojalá, más nos vale.