Las tradicionales fiestas decembrinas del mundo cristiano son siempre sinónimo  de alegría, colorido, religiosidad y costumbres características de cada nación en que se celebran. En ese sentido puede decirse que desde hace siglos nuestro país ha tomado la batuta en cuanto al enriquecimiento de las celebraciones y su simbolismo, pues son muy numerosos los elementos con los que México ha contribuido a una vivencia particular de la víspera navideña, siendo la piñata, sin lugar a dudas, uno de los más fascinantes y que más relevancia ha acumulado en cuanto al folklor patrio y sus representaciones culturales: desde un mural de Diego Rivera, hasta rimas y canciones populares.

Así pues, las piñatas se han vuelto las protagonistas no solo de las llamadas posadas, sino de la toda la temporada de festividades de invierno sean en el hogar, las oficinas o las escuelas de cada rincón mexicano, sin mencionar que, junto con la flor de nochebuena, es el ícono de nuestra  representación  a nivel a  nivel mundial durante estas fechas.  Sin embargo, pocas personas saben que este peculiar objeto, junto con todo su simbolismo, nació hace casi cinco siglos en Acolman, un municipio mexiquense ubicado al norte de la Ciudad de México que desde hace más de tres décadas lleva a cabo la Feria Internacional de la Piñata,  un evento que reúne a varios artesanos que muestran y ponen a la venta  sus mejores creaciones, siendo algunas tan bellas que incluso no se les quisiera romper en aras de obtener su botín.

Revista Siempre! viajó a esta muestra y pudo conversar con tres productores de piñatas quienes conversaron sobre su historia, su proceso de  manufactura y la importancia de la actividad artesanal en diferentes niveles.

Julián Rangel, Pomposa Piñatas Artesanales

Julián Rangel es un joven que fundó “Pomposa Piñatas Artesanales” hace ya seis años y realiza alrededor de  6 mil piñatas cada año en compañía de 8 personas; esta temporada, explica, su producción fue adquirida casi en su totalidad por la alcaldía Xochimilco, demarcación conocida especialmente por su fervor religioso y su preservación de tradiciones.  Sin embargo, Julián Rangel asegura que el fuerte de su taller se concentra en impartir talleres infantiles de elaboración de piñatas a más de treinta escuelas con el fin de llevar a los niños la historia y el significado de esta artesanía, elementos que por cierto, conoce muy bien.

“La palabra piñata viene del vocablo italiano pignatta que quiere decir olla, contenedor o cerámica. A pesar de lo que podría pensarse, el origen de la piñata, en tanto olla rellena de frutos y semillas que se rompía con un propósito,  encuentra su primera raíz en China, donde se utilizaba para las celebraciones de Año Nuevo; después, la tradición y el objeto  fueron llevados a Italia presumiblemente por Marco Polo y de ahí pasó a España de donde fue utilizado para la Cuaresma. Se puede decir que fueron los ibéricos quienes trajeron la tradición a América, pero no es hasta la segunda mitad del siglo XVI que el prior del convento agustino que se estableció en Acolman, fray Diego de Soria, obtuvo un permiso papal de Sixto V para realizar las llamadas fiestas de aguinaldos, lo que hoy conocemos como posadas, y se empezaron a utilizar las piñatas con una dinámica de evangelización indígena y simbolismo religioso que llega a nuestros días”.

Rangel indica que esta connotación no es menor, pues le dio forma a la tradicional piñata de siete picos que conocemos actualmente, siendo cada uno de ellos representación de un pecado capital, además de que el colorido de la piñata representa la tentación y la vistosidad del pecado, mientras que los ojos vendados en el ritual de romperla significan la fe ciega en Dios y el palo para hacerlo la fuerza con que se quiebran los mencionados pecados. Vale decir que una vez que se logra destruir esta alegoría del mal, los sujetos pueden acceder a las bendiciones que lleven sobre ellos de los cielos, figurados como frutas y golosinas.

Finalmente, Julián Rangel asevera que a lo largo del tiempo se ha transformado la tradición debido a diversas circunstancias, dando el ejemplo de que actualmente ya no se utiliza con frecuencia la olla de barro para elaborar las piñatas, pues es difícil de encontrar, su presentación se reduce a un solo tamaño y además duplica el precio de una pieza elaborada con un globo  y papel. Aun así,  concluye, es extraordinario mantener viva una costumbre tan bella y simbólica.

 

María Guillermina Hernández Sosa, Piñatas Maguie

La señora María Guillermina Hernández era una mujer dedicada a la costura y a la cocina hasta que cumplió con su rol de madre y ama de casa, y decidió incursionar en el rubro de las piñatas. Actualmente cuenta con un negocio artesanal exitoso en el que ella se encarga de todo el proceso de fabricación de las piezas, el cual comparte.

“El tiempo promedio  para realizar una piñata de tamaño grande es de aproximadamente cinco horas. Todo comienza cuando se prepara el engrudo con harina de trigo y agua; posteriormente, se infla un globo y con el papel y el engrudo se comienza a dar forma a una esfera alrededor del inflable. Una vez que se tiene una estructura consistente debe dejarse secar perfectamente para después colocarle los cucuruchos o picos, los cuales se cortan con una plantilla dependiendo del tamaño de la piñata. El último paso es adornarla libremente con papel de china, crepé o metálico, claro que, una vez dispuesto el diseño, se debe cortar y enchinar este elemento para poder acondicionarlo a la forma de la piñata. Cada modelo es único y lo hacemos de acuerdo al gusto de la gente, nuestro estado de ánimo o lo que queramos trasmitir. Hacemos piñatas de colores vivos, colores pasteles, de diferentes tamaños y cada piñata encuentra siempre a su comprador”.

Hernández Sosa también nos cuenta que la imaginación y buen trato a la gente e primordial para lograr un buen trabajo, pues solo así puede obtenerse la libertad de creación que hace que cada piñata  lleve el efecto de su artesano.

 

María de Lourdes Ortiz Zacarías, Piñatas Franlu

La última parada en el recorrido de Siempre! fue un impresiónate taller casi frente al majestuoso ex convento agustino de Acolman, que dejaba ver piñatas de todos tamaños y colores, y cuya propietaria María de Lourdes Ortiz nos recibió orgullosa de representar a la cuarta generación de su familia que se dedica a la elaboración de piñatas artesanales, sin mencionar que también su hijo imparte talleres infantiles al respecto. Con doña María trabajan alredor de 20 personas, la mayoría de ellas jóvenes.

“Hace más de treinta años que la Feria Internacional de la Piñata tiene como sede Acolman. A partir de eso, ha crecido mucho el número de artesanos en el municipio, sin contar con las familias que ya veníamos realizando esta actividad desde hace tiempo. La elaboración de piñatas se ha convertido en un motor muy importante para el desarrollo de la comunidad pues nos permite tener una fuente de ingresos estable, pero también generar mucho empleo: de las personas que trabajan con nosotros casi todos son jóvenes estudiantes, desde secundaria hasta nivel superior, que encuentran en esta actividad de medio tiempo una manera de contar con recursos económicos, además de que también estimula el autoempleo, porque cuando los chicos aprenden la labor artesanal ellos también pueden comenzar un taller”.

Así, entre piñatas que van de los diez centímetros a los cuatro metros, “Piñatas Franlu” crea aproximadamente 20 mil piezas cada año para surtir a la Ciudad de México, al interior de la República e incluso al extranjero, pues realiza envíos de piñatas pequeñas a Francia.  Ortiz Zacarías reconoce que la piñata ha cambiado a lo largo del tiempo de formas tamaños y colores, y que durante el año se piden piezas inspiradas en ciertas figuras y personajes, pero en la época decembrina, prosigue, la gente sigue prefiriendo las piñatas tradicionales de siete picos, que lleva siempre la creatividad y la alegría contagiosa de cada artesano.  La propietaria de Franlu se despide con una invitación.

“Queremos que las personas vengan a conocer las artesanías que hacemos aquí en Acolman, que se lleven la calidez de sus habitantes y les pedimos que no rompan sus tradiciones, mejor que rompan una piñata, y que mejor que sea orgullosamente acolmense”.