La Navidad y el Año Nuevo imponen adelantos en las colaboraciones semanales de la revista, por lo que hay que aventurar en algunos temas. Por ejemplo si la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos de América (EUA) aprueba que el Senado realice el juicio político (“impeachment”) al presidente Donald Trump, proceso que empezó a dar pasos en firme desde el mes de septiembre último, cuando la presidenta de la cámara baja, la demócrata Nancy Pelosi, decidió que el mecanismo se pusiera en marcha.

Pocas horas antes de que los Representantes votaran tuve que enviar mi colaboración. Supongo que los diputados decidieron que el Senado procediera en consecuencia. El juicio sería después de la primera quincena de enero de 2020. Y, según los expertos en la materia, la mayoría senatorial, en manos de los republicanos, no permitirían que el mandatario fuera destituido aunque el magnate haya cometido abuso de poder y obstruido la justicia. Pero, como se dice en los corrillos judiciales estadounidenses, en cualquier juicio todo puede suceder. “Lo de Watergate al lado de esto fue un juego de niños” advierten algunos demócratas, mientras que el mentiroso presidente está muy nervioso, casi fuera de control. Desde hace varios días el descontrol presidencial es evidente.

El jueves 12 de diciembre, Trump estaba desatado. Envió una andanada de 123 tuits durante el debate de la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes sobre los artículos del juicio político, incluso acuso a dos miembros demócratas de mentir. Todo un récord, incluso para Trump, que incluso eclipsó su marca de 105 tuits establecida apenas unos días antes. Su molestia la expresó en uno de sus envíos: “!No es justo que me acusen cuando no he hecho absolutamente nada malo!”. Mayor histrionismo no es posible. Sus ataques en contra de Nancy Pelosi y la joven ambientalista sueca, Greta Thunberg, son de patética antología.

El hecho es que el “impeachment” es algo que a todos urge. A la oposición demócrata porque están seguros de que Trump es un pillo redomado que, por lo menos cometió dos delitos graves y merece la destitución, y el propio magnate porque cree de que los republicanos lo apoyarán hasta el final. La rapidez cuenta porque para el mes de noviembre de 2020 llegaría el momento de la venganza: las elecciones a las que se podría presentar como “víctima inocente” del nuevo enemigo favorito del mandatario: la izquierda radical demócrata, que sustituiría a los inmigrantes mexicanos que usó como blanco en la campaña de 2016.

Como se sabe, el Senado estadounidense rechazó la destitución de los demócratas Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton en 1998, mientras que el republicano Richard M. Nixon renunció en 1974, cuando los propios senadores republicanos le informaron que podía prosperar el juicio en su contra.

Entre tanto, vale la pena examinar la falta de estrategia de Donald Trump en su política exterior de frente a América Latina, lo que explica sus erráticas decisiones al respecto guiadas únicamente  por intereses electoralistas en busca de su reelección.

Aparte de la extraña relación que mantiene Trump con el presidente Andrés Manuel López Obrador, que se inició con la amenaza de levantar un muro en la frontera con México, que avanza entre trompicones y de echar mano a presupuestos militares que no eran para el “muro”, en los últimos meses el magnate habla de su “tremenda relación” con el nuevo mandatario mexicano y se “deshace” en elogios al tabasqueño, sobre todo desde que éste le ha “cumplido” con un severo descenso de la inmigración centroamericana usando la relumbrante Guardia Nacional, creada para combatir el crimen organizado y no para retener a inmigrantes. Cuando la delincuencia organizada asesina a ciudadanos México-estadounidenses, Trump amenaza con incluir a los cárteles mexicanos en su lista de grupos terroristas. AMLO reclama y sorprendentemente Trump recula. Pero luego, después de la firma del nuevo tratado comercial entre EUA-Canadá-México, en la adenda se “cuelan” agregados laborales que los negociadores nacionales no habían advertido. Tras una serie de aclaraciones, los representantes de López Obrador, “explicaron” que esos agregados no “venían a certificar que México sí cumplía con sus compromiso” y Trump le volvió a pasar la mano por la espalda al tabasqueño. Sin duda, el magnate le tomó la medida al fundador de MORENA desde hace meses.

La errática política exterior de Trump con su vecino del sur, no es un caso aislado. “En Centroamérica –dice Pablo Guimón en un excelente artículo publicado en El País de Madrid–, tras cortar la ayuda humanitaria, agudizando los problemas que llevan a miles de sus ciudadanos a escapar hacia el norte, Washington decide que ahora Guatemala, Honduras y El Salvador, algunos entre los territorios más peligrosos, son “terceros países seguros”, a los que se devuelven a decenas de miles de solicitantes de asilo. En Venezuela, se la agotan las bazas para derrocar a Nicolás Maduro y acaba sumándose al multilateralismo del que públicamente abjura. En Brasil, el presidente Jair Bolsonaro, su gran aliado en la región, recibía atónito la semana pasado el anuncio súbito vía Twitter de nuevos aranceles al acero y al aluminio. Igual que Argentina, blanco del castigo arancelario de Trump a apenas una semana de que tomara posesión el nuevo presidente, Alberto Fernández. Solo con Cuba Trump ha mantenido una posición clara, de aumentar el cerco con la isla y romper dramáticamente, eso sí, con la apertura iniciada por su antecesor, Barack Hussein Obama”.

Por su parte, Richard Feinberg, antiguo asistente especial del presidente Bill Clinton y actualmente miembro de la Iniciativa Latinoamericana del Instituto Brooking, resume: “No haya una estrategia para América Latina…Hay que partir de que es un hemisferio muy diversos, y es difícil tener una estrategia coherente para la región. Pero solíamos tener una política basada en la democracia, los derechos humanos y la economía abierta. Trump, al menos retóricamente ha dicho que no le importan los dos primeros puntos. En cuanto al tercero, obviamente no es un abanderado del libre comercio. Así que los pilares tradicionales de la política estadounidense hacia Latinoamérica los ha tirado por la ventana. Pero es difícil delimitar la política exterior de Trump. ¿Hablamos de sus tuits? ¿De la política que realmente se implementa sobre el terreno?”

Asimismo, que la agenda interna condicione la política exterior no es novedoso. Pero ahora esa visión electoralista, según los críticos, parece ser la única. Y se agrega a la la naturaleza impulsiva del presidente Trump. En un escenario en profunda transformación y lleno de desafíos, como demuestran las protestas que recorren por casi todo Sudamérica: Chile, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Colombia, y en Centroamérica, Nicaragua,  el desconcierto y la preocupación se repiten en las conversaciones con diplomáticos experimentados. “No hay una política bien pensada para la región”, incide Michael Matera, director del programa de las Américas del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington.

Y agrega: “Parte de esto es por las peleas internas burocráticas, entre el Departamento de Estado y el Consejo de Seguridad Nacional. La misión del segundo es equilibrar las agendas de los diferentes departamentos. Pero eso no ha sucedido como debe ser en los últimos tres años. El proceso se ha roto”.

El ya citado Richard Feinberg, explica: “Asistimos a una rebelión de la diplomacia contra el jefe del Ejecutivo que no tiene precedentes… una cosa son desacuerdos , ¿pero una rebelión abierta? !Hay diplomáticos testificando en el Congreso contra el Presidente de cara a su destitución! Y el servicio exterior entero está aplaudiendo a esos representantes. Nunca se había visto nada así”.

Para que nada falte, Michael Schifter, presidente del think tank Diálogo Interamericano, ese fenómeno que explotó en la trama ucraniana se ve también en Latinoamérica. “Todo mundo habla de Ucrania como ejemplo de anteponer el interés personal al interés nacional, pero no es una sorpresa…Las cosas que hace Trump, los términos que emplea están dirigidos a responder a los temores de sus bases políticas y a fortalecer su causa. Ucrania no es un caso aislado. Trump utiliza a México claramente para sus objetivos políticos personales”.

En fin, hay un cierto grado de continuidad insiste Michael Matera, de “años de considerar a la región latinoamericana de una importancia secundaria. Eso no es algo nuevo de la administración de Trump, pero en gobiernos anteriores ha habido más reconocimiento de que, mientras que La Casa Blanca no tiene el ancho de banda suficiente para dedicar mucho tiempo a América Latina, al menos los burócratas del Departamento de Estado, Comercio y del Tesoro han tenido más libertad para desarrollar una estrategia. Ahora no hay nadie tratando de construir una estrategia integral”.

Esa es una parte de la errática política exterior de Trump frente a América Latina. Por eso muchos quieren la aplicación del Impeachment. VALE.