La retórica contra el Neoliberalismo y su uso electorero como consigna ha topado contra la realidad. Es cierto y así lo hemos venido afirmando desde hace más de una década, que el modelo de Desarrollo Económico, requería ajustarse por la brutal concentración de la riqueza en una muy reducida elite y la miseria de una gran parte de la población, como nunca antes en la historia de nuestra Nación.
Los ajustes y cambios en el desarrollo y la repartición equitativa de la riqueza, deben ser graduales, medidos, planeados y no se debe mentir cínicamente a la población con un imposible cambio radical. La realidad termina por imponerse. El ser un tema serio, impide reírse de los desfiguros propios de un sainete o un vodevil de quienes están dispuestos a hacer el ridículo y firmar o aceptar los acuerdos más desventajosos a la dignidad nacional con tal de lograr la concreción del T- MEC.
Esperemos que ahora hayan ya entendido que no es con voluntarismo como se logran los grandes cambios, las verdaderas transformaciones; estas se obtienen con dolorosos procesos sociales que implican revoluciones con su correspondiente cuota de sangre, o con una visión de horizonte hacia donde encaminar los esfuerzos de la sociedad con ajustes y modificaciones graduales.
Una vez en el ejercicio del poder, hubieron de tomar conciencia que requerían de persistir en el esquema del libre comercio –icono del Neoliberalismo– y que tendrían que negociar con Trump quien amenazaba con terminar el TLC y lo denunciaba como el peor tratado que los Estados Unidos hubieran celebrado.
La realidad económica de un proceso de desaceleración global, visto y entendido tardíamente, por el nuevo gobierno; combinado con la falta de inversión privada y pública, por causas sobradamente comentadas, tiene postrada a la economía nacional. Lo que explica la desmesura de aceptar cualquier condición en un nuevo acuerdo comercial, olvidando también su nacionalismo ramplón, con tal de lograr la aceptación estadounidense de un nuevo tratado.
La celeridad digna de mejor causa tanto por el Ejecutivo como por el Senado mexicano, refleja la necesidad de contar con ese tratado para mantener los flujos comerciales, obtener nuevas inversiones y especialmente estabilizar la economía para evitar que se profundice la recesión. Pese a lo que se afirme en público, el nulo crecimiento económico, la ausencia de inversión privada y las ineptitudes en el ejercicio del gasto de inversión pública, tienen muy preocupado al inquilino de Palacio Nacional y a su Secretario de Hacienda.
Las contrapartes del T-MEC, están tomando su tiempo, por lo pronto el Senado estadounidense realiza la fase de aprobación en seis comisiones, una vez que la Cámara de Representantes ya lo aprobó. Y es que allá los integrantes del poder legislativo se toman en serio y desarrollan con responsabilidad sus deberes y ejercen sus facultades, sin autorizaciones apresuradas o fast-tracks, mal entendidos.
Faltaría aun la autorización del legislativo canadiense que finalmente se obtendrá pese a los desacuerdos entre Trump y el primer ministro canadiense Tradeau, que los desacuerdos institucionales, suman los diferendos personales.
En fin, pronto tendremos el tratado y con ello, se emitirán señales positivas a los mercados, estabilidad monetaria y confianza para la inversión. El costo, se verá luego. Temas nuevos y nuevas obligaciones tiene el T-MEC de sobra.