En estas líneas se alude a una forma específica en que se manifestó el genio de Juan Sebastián Bach: las cantatas. No se hace referencia a las pasiones, los oratorios, conciertos, obras para órgano o clave.

Juan Sebastián Bach escribió un número crecido de cantatas; Philipp Spitta, considerado como su más autorizado biógrafo, afirma que compuso cinco ciclos anuales completos para todos los domingos y días festivos del año; es de la opinión de que en total pudo haber escrito un máximo de 266 en la ciudad de Léipzig (1). De ese total se conservan menos de doscientas (2). Las demás se perdieron; al parecer irremisiblemente.

Las cantatas fueron una forma de presentar el mensaje bíblico a los fieles luteranos y un instrumento para hacerlos participar en el servicio religioso. Ordinariamente terminaban con un coral en el que participaba toda la congregación. Normalmente la letra y la música de esa parte de las cantatas eran tomadas del himnario, o libro de cantos, luterano. Las pasiones tuvieron idéntica función, pero su desarrollo era más amplio y, dadas sus dimensiones, su presentación se hacía únicamente en la Semana Santa.

Si bien todas las cantatas son importantes, sobresalen, sin embargo, a juicio de los conocedores la 4, 19, 21, 79, 80, 140 y 147. En estas nota se alude a una de ellas, la 19: Es erhub sich ein streit (Se inició una lucha), compuesta para la festividad de San Miguel arcángel.

La cantata 19 se compone de siete partes. El coro con el que inicia es una de las páginas más notables en la historia de la música. Así lo han reconocido los musicólogos e intérpretes. Dentro del género de las cantatas, ella, en grandiosidad y uso de las voces, sólo se le equipara al coro inicial de la cantata 80. Albert Schweitzer establece un paralelismo entre ambas cantatas (3).

La cantata 19, para A. Schweitzer fue escrita en 1724 (4); para otros en el año de 1725 (5); y para uno más en 1726 (6). No hay duda de que fue compuesta en el período en que el autor fue Cantor en la iglesia luterana de Santo Tomás, de Leipzig, el más prolongado y el más productivo de la vida de Bach. Sirvió de base un texto de Christian Friedrich Henrici, escritor que usaba el seudónimo de Picander, su libretista de esa época y con el que más trabajó.

 

En la Biblia existen tres referencias expresas al arcángel Miguel. La primera, en el libro de Daniel, en la parte atribuida a lo que se conoce como deutero Daniel (cap. 10, vs. 13 y 21 y cap. 12, v. 1), pues es tardía y no salió de la mano y pluma del supuesto autor de la primera parte de ese libro; pudiera haber sido un agregado del siglo I antes de la era actual. Así se ha advertido desde hace mucho tiempo. Paul Henry Thiry, barón D’Holbach, refiriéndose, concretamente al pasaje de Daniel 9, v, 25, así lo reconoce: “Por otra parte, no faltan críticos que han creído que esta predicción –la relativa a la fecha de la venida del Mesías en el año de 56 antes de la era actual– es un añadido posterior al texto de Daniel en favor de Jonatán Macabeos” (7).

La segunda referencia al arcángel Miguel se halla en la carta atribuida a Judas apóstol, hermano de Jesús y que, al parecer, fue escrita, para unos por el año 70 de la era actual; para otros en el año 150 (8). El texto es el siguiente:

“Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando sobre el cuerpo de Moisés, no se atrevió á usar de juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda”.

En este caso el autor de la epístola universal alude al mito referido en una obra considerada apócrifa atribuida al patriarca Enoc: Testamento de Moisés o de la asunción de Moisés, en ella se narra que, a la muerte de Moisés, Satán trató de rescatar su cadáver para entregarlo al pueblo de Israel con el fin de que lo adorara y cayera en la idolatría. Para impedirlo, intervino el arcángel Miguel; se enfrentaron; en la lucha, según Judas, a pesar de la violencia que medió, el arcángel no profirió una mala palabra, sino que se limitó a decirle: El Señor te reprenda. Al parecer la opinión de que los ángeles no maldicen es una constante en el Nuevo Testamento (9).

El libro atribuido al patriarca Enoc, conocido como El testamento de Moisés o Asunción de Moisés, que contiene el relato de la lucha por el cadáver de Moisés,  que es la fuente del autor de la carta de Judas, se ha datado en el siglo I de la era actual (10).

El arcángel Miguel, vencedor, rescató el cadáver de Moisés; enseguida Jehová lo enterró en el valle, en tierra de Moab, enfrente de Bethpeor. El autor del libro Deuteronomio agrega: “… y ninguno sabe su sepulcro hasta hoy” (11).

No es una novedad: de Heracles o Hércules se afirma que había dispuesto  que nadie supiera el lugar de su incineración; una indiscreción de Filoctetes, su acompañante, hizo que se supiera. Esa falta le costó muy caro: fue mordido por un serpiente en la isla de Lemnos, en el pie con el que había señalado el sitio. Lo mismo pasó como Rómulo, otro fundador; no se encontró su cadáver. Ascendió al cielo. Eso se dijo para borrar la sospecha que existía en el sentido de que había sido asesinado por los nobles romanos (12).

La otra referencia al arcángel Miguel se halla en el libro de Apocalipsis, cuya autoría es atribuida, sin base, al apóstol Juan. En el capítulo 12, en la traducción al castellano de Reyna/Valera, se dice lo siguiente:

“7 Y fue hecha una grande batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lidiaban contra el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles,

“8 Y no prevalecieron, ni su lugar  fue más hallado en el cielo.

“9 Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña a todo el mundo; fue arrojado en tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él”.

Eso es lo que hay que decir, de momento, por lo que toca al arcángel Miguel; por lo que se refiere al Diablo o Satán, el autor del Apocalipsis alude a él en su acepción de malo, enemigo de Dios, de incitador a la desobediencia y tentador del género humano. No alude al Satán del Antiguo Testamento, que adopta o tiene la forma de serpiente, que conversa tranquilamente con Dios y que, en su papel de acusador de los seres humanos ante él, aparecen en el libro de Job. En este libro se asienta:

“Y un día vinieron los hijos de Dios a presentarse delante de Jehová, entre los cuales vino también Satán.

“Y dijo Jehová a Satán: ¿De dónde vienes? Y respondiendo Satanás a Jehová,  dijo: de rodear la tierra y de andar por ella” (13).

El profeta Zacarías va más allá (14); éste presenta a Satán a la diestra de Dios y platicando con él en forma comedida, hasta que “y dijo Jehová a Satán: Jehová te reprenda, oh Satán; …”

En esta etapa del pensamiento religioso es Jehová, Yahveh o Yavé, el Dios celoso, que visita la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos a los que lo aborrecen; también, el vengativo (15); el que ordena matar a todos: hermanos y amigos (16), el que mandó realizar un genocidio sobre los amalecitas; en esa ocasión dispuso la muerte de  hombres, mujeres, niños, bebés, vacas, camellos, ovejas y burros (17).

En el Nuevo Testamento se opera un cambio de forma, quien está sentado a la diestra de Dios es Jesucristo (18); se debe entender que Satán fue desplazado de ese lugar. Hubo cambios de fondo: ahora es Dios quien ama a la humanidad sin discriminar entre judíos, amalecitas o paganos; Pablo de Tarso lo convierte en un Dios de paz y amor (19). En esta etapa Satán se convierte en tentador, malo, perverso y rebelde; contra él luchan el arcángel Miguel y sus ejércitos; terminaron venciéndolo.

De las dos luchas que sostuvo el arcángel Miguel –en las que resultó vencedor–, a que hace referencia la Biblia, fue la referida en el Apocalipsis la que utilizó Picandier para elaborar el texto que sirvió de base a Bach para componer la cantata 19.

El texto de la cantata es el siguiente:

1 Coro

Se entabló una lucha.

La furiosa serpiente, el dragón infernal,

atacó el Cielo con rabiosa venganza.

Pero Miguel venció,

y el ejército que lo  rodeaba

abatió la impiedad de Satán.

 

2 Recitativo (bajo)

Gracias a Dios, el dragón yace vencido.

El inmortal Miguel y su angélico ejército lo han derrotado.

En las tinieblas yace, atado con cadenas,

y en su lugar ya no estará  en el Reino de los Cielos

Así estamos seguros, pues si nos espantaba su rugido,

nuestro cuerpo y alma estarán protegidos por los ángeles.

 

3 Aria (soprano)

Dios nos envía a Mahanaim,  (Gen. 32, 2)

pero vayamos o no, podemos estar tranquilos

frente a nuestros enemigos.

Cerca o lejos, el ángel del señor acampa en torno de

nosotros (Sal 33, 8)

con fuego, caballo y carro.

 

4 Recitativo (tenor)

¿Qué es el despreciable hombre, criatura terrenal?

Un gusano, un pobre  pecador.

Ved cómo lo ha amado el señor,

que no lo considera tan bajo,

y ha puesto a los hijos del Cielo,

el ejército de los serafines

para su protección y cuidado, y para su defensa.

 

5 Aria y coral (tenor)

¡Permaneced, ángeles, conmigo!

Guiadme por ambos lados,

para que mi pie no resbale.

Y enseñadme también aquí

a loar vuestra gran santidad,

y a cantar en agradecimiento al Altísimo.

 

6 Recitativo (soprano)

Amemos la presencia de los piadosos ángeles,

y no los aflijamos ni los alejemos

con nuestros pecados.

Así, cuando el señor

nos mande decir adiós al mundo,

serán nuestra felicidad

y nuestro carro hacía el Cielo.

 

7 Coral

Que tus ángeles vayan conmigo

en el ígneo carro de Elías,

y custodien mi alma,

como a Lázaro tras su muerte.

Que ella repose en tu seno

y llénenla de consuelo y alegría,

hasta que el cuerpo salga de la tierra

y se una con ella.

(Traducción de Saúl Botero Restrepo).

 

Notas:

  1. Juan Sebastián Bach. Su vida. Su obra. Su época, Biografías Gandesa, México, 1959, p. 252.
  2. Roger Alier, Bach, Ediciones Daimón, Barcelona, 1985, p. 28.
  3. J. S. Bach, el músico poeta, Ricordi, Buenos Aires, 1955, p. 247.
  4. Ob. cit., p. 213.
  5. P. Spitta, ob. cit., p. 511.
  6. John Eliot Gardiner, La música en el castillo del cielo, un retrato de Johann Sebastián Bach, Acantilado, Barcelona, 2015, p. 820.
  7. Historia crítica de Jesucristo, El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2013, p. 64
  8. V. 9.
  9. Ver 2a de Pedro, cap. 2, v. 11.
  10. Apócrifos de Antiguo y del Nuevo Testamento, selección de Antonio Piñero, Alianza Editorial, Madrid, 2010, p, 232.
  11. Deuteronomio, cap. 34. v. 6.
  12. Plutarco, Vidas paralelas, Rómulo, Ediciones Planeta, Barcelona, 1990, cap. XXVII, p. 71.
  13. Cap. 1, vs. 6 y 7; y cap. 2, vs. 1 y 2.
  14. Cap. 3, vs. 1 y 2.
  15. Éxodo 20, v. 5.
  16. Idem, 32, vs. 27 y 28.
  17. I Samuel 15, v. 3 y 4.
  18. Hechos de los apóstoles, 2 vs. 33 y 34; 7, v. 56 y Hebreos 10. v. 12, entre otros.

19 .2a Corintios 13, v. 11.