Tomo prestado el título del libro alucinante de Julio Cortázar para dar título, a mi vez, a los comentarios que ofrezco sobre el escenario internacional en estos Mad Twenties del siglo XXI, que recién inician. Quién sabe qué tan locos, pero sí alarmantes.

 

Más de la “clave latinoamericana”

En mi anterior artículo de Siempre! inicié mis comentarios sobre estos locos 2020´s, en clave latinoamericana, mencionando a las flamantes izquierdas en México y en Argentina, que contrastan con la menguante izquierda continental. Me referí, asimismo, a la derecha, que tampoco tiene mucho que festejar, como lo revelan los sucesos en Chile y en Colombia, por ejemplo.

Por razones obvias, me detuve en la izquierda boliviana, desalojada del poder por el golpe de Estado a Evo Morales; y en Venezuela, ante la reaparición en la pasarela política latinoamericana, de Juan Guaidó, presidente legítimo de la Asamblea Nacional y presidente –interino o encargado– de la república, al que reconocen alrededor de 60 países, de América y Europa.

Los más recientes sucesos en Bolivia revelan que mientras el MAS, de Evo Morales, ya tiene candidatos para la elección presidencial del 3 de mayo: el ex ministro de Economía Luis Arce, y el ex canciller David Choquehuanca, la oposición: la presidenta interina Jeanine Áñez, que sucumbió a la tentación del poder, Carlos Mesa, expresidente sin carisma, los impresentables Jorge Quiroga y Fernando Camacho y tres más, no se pone de acuerdo en un candidato de unidad.

Y, aún hay más: la recentísima noticia es que Evo Morales fue inscrito como candidato a senador por el departamento de Cochabamba (centro) para los comicios de mayo, según confirmaron dirigentes del MAS.

En cuanto a Venezuela, Guaidó abandonó subrepticiamente el país, se entrevistó en Bogotá con el secretario de Estado Mike Pompeo y el presidente colombiano Iván Duque para obtener apoyos. También, viajó a Europa, siendo recibido por el “canciller” de la Unión Europea, Joseph Borrell, y parlamentarios, así como por Ángela Merkel, Emmanuel Macron, Boris Johnson y la ministra española de Exteriores. Posteriormente se entrevistó en Canadá con el premier Justin Trudeau. Asistió al discurso del Estado de la Unión pronunciado por Donald Trump, quien le dio un espaldarazo.

La tournée de Guaidó no ha tenido, hasta el momento, los resultados deseados: no se dio la reactivación del Grupo de Contacto para Venezuela, promovido por Bruselas con participación de España, otros importantes países de Europa y algunos latinoamericanos, que presionaría para la celebración de elecciones presidenciales creíbles en el país sudamericano. Tampoco parece factible que Trudeau pueda conseguir de Cuba apoyar el cambio en Venezuela, como lo solicita Guaidó.

 

Nuestros vecinos –y parientes– blancos

Es válido hablar de Estados Unidos y de Europa como los parientes blancos de América Latina y del Caribe, por los vínculos étnicos y multiétnicos, históricos y culturales –y en ciertos casos geográficos, geopolíticos– que nos unen. Pero, además, estos parientes blancos estadounidenses y entre ellos, los supremacistas, están condenados a compartir su país con la inmigración de color, la inmensa minoría que, en el caso de los hispanos, constituye, según cifras del Pew Research Center, casi el 20 por ciento del total del país.

También hay que hacer notar que el 10 por ciento de los hispano hablantes en el mundo –idioma de más de 400 millones de personas– habita en Estados Unidos, de acuerdo al Instituto Cervantes. ¡Y qué mayor testimonio de la presencia latinoamericana en el país vecino que el espectáculo maravilloso, en el emblemático Super Bowl de Estados Unidos de Shakira y Jennifer López, dos latinas, bailando ritmos latinos –entre otros, del Caribe colombiano.

Nuestro vecino estadounidense enfrenta en el corto plazo desafíos políticos de enorme significado para el país y para el mundo –condicionados los países por lo que suceda en la nación más poderosa del hemisferio: el desenlace del proceso de impeachment –destitución– de Trump y el desarrollo y desenlace de la campaña para elegir al candidato del partido demócrata a la presidencia de Estados Unidos.

 

El Impeachment

El proceso de destitución, derivado de las imputaciones y evidencias que se debatieron en la cámara de representantes, fue armado Nancy Pelosi, la prestigiada y carismática presidenta de la cámara, quien por cierto tuvo un enfrentamiento silencioso pero elocuente con Trump durante el discurso del Estado de la Unión.

El proceso debería conocer de la acusación al mandatario de abuso de poder, por coaccionar a Ucrania, reteniendo cientos de millones de dólares en ayuda militar “a un socio estratégico”, para que investigara al hijo del precandidato presidencial demócrata Joseph Biden. También se acusa a Trump de obstrucción al congreso, al impedir la investigación –y, aunque no forma parte del expediente de imputaciones, se recuerda la presunta complicidad del mandatario con el Kremlin, cuyos hackers provocaron distorsiones que lo beneficiaron y provocaron grave perjuicio a Hillary Clinton durante la campaña por la presidencia que los enfrentó.

Parecería ocioso comentar sobre el tema, porque el senado, que debe pronunciarse sobre la procedencia del impeachment, está dominado por los republicanos y el líder del partido, Mitch McConnell, un político inmoral y de larga historia como hábil maniobrero, impedirá, coludido con la Casa Blanca, que se apruebe la destitución, sin que los senadores hayan podido conocer imputaciones graves a Trump, como las de su ex consejero de Seguridad, John Bolton. Así que este miércoles 5 de febrero la cámara alta votará previsiblemente absolviendo al mandatario.

 

El Plan Falluto

En medio de las discusiones y la publicidad de los medios sobre el impeachment, Trump, hábil farsante, sacó de la manga su publicitado Acuerdo del Siglo –The Deal of the Century, que, según él resolverá definitivamente el conflicto israelí – palestino. Este Plan Falluto, como le llamo acudiendo al lunfardo, que da a falluto el significado de “falso, y comenté en el artículo “El ciego, el perro y el plan falluto”, aparecido en Siempre! del 7 de julio de 2019, es expuesto nuevamente por Trump ante la opinión pública.

El plan pretende, en síntesis, privar a los palestinos de un Estado soberano, convirtiendo los territorios: Gaza y Cisjordania, en que se asientan, ya invadidos por colonias judías ilegales –de las que el asesinado premier Itzhak Rabin decía que “son un cáncer”– en una suerte de bantustanes de Israel. A cambio de “inversiones multimillonarias” en esos territorios. Todo ello en flagrante violación de las resoluciones de Naciones Unidas, de los acuerdos concertados entre Tel Aviv y la Autoridad Palestina, y del derecho internacional. En síntesis, enterrando el proyecto de dos Estados, uno israelí y otro palestino, gozando de plena soberanía.

Trump volvió a sacar a la luz este Acuerdo del Siglo, para distraer a la opinión pública del tema del impeachment y como regalo –uno más– a su amigo Benjamín Netanyahu, premier israelí, igualmente deshonesto, en vísperas de contender por tercera vez en elecciones y que está en un tris de ser juzgado por corrupción. Y con un objetivo más importante y grave: para cuidar su alianza con el 25  por ciento de electores republicanos, claves para la reelección del mandatario: los protestantes evangélicos, para quienes el Mesías solo volverá cuando los judíos hayan reconquistado “el país de sus ancestros”.

Esta segunda salida a la luz pública del Plan Falluto provocó en el primer momento grave alarma, en virtud de la tibia reacción de algunos países árabes: diplomáticos de los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Omán asistieron a la presentación que hizo Trump, el 28 de enero en Washington, ante Netanyahu. Los emiratíes lo consideraron “una iniciativa seria”; poco después el canciller saudí dijo que “apreciaba en su justo valor los esfuerzos de Estados Unidos”, mientras Egipto, pilar del proceso de paz, pedía a israelíes y palestinos “tomar en cuenta la visión americana” (sic). Como es obvio, la Autoridad palestina lo rechazó y condenó con virulencia.

Por fortuna, pocos días después, el 1º de febrero, la Liga Árabe rechazó el plan de paz estadounidense, “que no respeta los derechos fundamentales y las aspiraciones del pueblo palestino”; e insistió en la solución de dos Estados, en la que el territorio del Estado palestino se extiende hasta las fronteras existentes en 1967 y tenga como capital Jerusalén-Este, sector palestino que hoy ocupa y se anexó Israel. Esta declaración contraría los lamentables pronunciamientos de las monarquías del Golfo y de Egipto, que traicionan a Palestina; y fue seguida pocos días después por la que Joseph Borrell, emitió en nombre de la Unión Europea, la que también rechaza el plan de Trump y reitera el apoyo de Europa a la solución de dos Estados.

Restaría por mencionar que analistas internacionales –algunos judíos– hacen notar que el Plan Falluto, de Trump, significará que Israel deje de ser un Estado democrático, al practicar una forma de apartheid. Podría, asimismo, dar como consecuencia que, en un Estado único, binacional, los judíos dejaran de ser la mayoría. Con lo cual el sueño sionista llegaría a su fin.

En otro orden de ideas, la politóloga Nicole Bacharan dice que el mandatario estadounidense está presentando al partido republicano como el solo pro Israel y a los demócratas como absolutamente anti Israel; una división que es peligrosa para el Estado hebreo. Por último, la jurista estadounidense Susie Gelman se pregunta si satisface a Israel el caótico escenario producido por la política de Trump en Medio Oriente.

 

Iowa, el descalabrado caucus

Este arcaico sistema del caucus, en el que los votantes de un Estado se pronuncian a favor de uno de los que aspiran a ser el candidato, por el partido demócrata o el republicano, a la elección presidencial estadounidense, inicia en Iowa, un pequeño Estado, de apenas 2 millones de habitantes, de los que solo participan entre 200,000 y 300,000; y que, además, no es representativo de la diversidad demográfica del país: cuenta apenas con un 6 por ciento de población hispana y 3.4 por ciento de afroamericanos.

Sin embargo, el caucus de Iowa, tiene un peso simbólico y quien resulte ganador, por contar con el mayor grupo, visible, de partidarios, se beneficiará de un importante impulso mediático, aunque no necesariamente habrá de obtener la candidatura. Al margen de ello, enlisto a los ganadores del caucus que fueron además presidentes del país: Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H. W. Bush, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama.  En cambio, quienes no tengan buenos resultados en esta asamblea, quedarán descartados como candidatos.

Los caucus republicano y demócrata, que tuvieron lugar el lunes 3 de febrero en Iowa, arrojaron un ganador, esperado, para los republicanos: Donald Trump, con el 97 por ciento de los sufragios. Sin embargo, en el campo demócrata concluyó en un caos, en virtud de que solo se publicaron los primeros resultados parciales, presumiblemente por problemas técnicos de una app nueva que provocaron “incongruencias”.

En estas circunstancias, además de soportar los demócratas las burlas de Trump, más de un aspirante a la candidatura se declaró triunfador del caucus. Por ahora, el escrutinio del 62 por ciento de los sufragios, está dando –sorpresivamente– como triunfador a Pete Buttigieg con el 26.9 por ciento, y muy cerca de él, con 25.1 por ciento, a Bernie Sanders. El ex vicepresidente Joe Biden, que corría como favorito en la carrera por la nominación, apenas alcanzó el cuarto puesto, con el 15.6 por ciento.

En caso de que se confirmaran estos resultados, y de que, además, se nominara a Buttigieg como candidato demócrata, Trump, un septuagenario acercándose a los ochenta años, ignorante y tramposo, se enfrentaría a un millenial, homosexual declarado, religioso, ex militar veterano de Afganistán, muy culto y cuyo discurso –se dice– tiene aires obamanianos. ¿Podría imponerse al actual presidente?

 

De escepticismo y fervores

Entre nuestros vecinos, al igual que en Europa y entre nosotros –excluyo a los mundos no occidentales o “no suficientemente occidentales”– hay indignación contra gobiernos, partidos y dirigentes políticos por su arrogancia, su abandono a los desfavorecidos –los pobres– y por su torpe y corrupto ejercicio del poder. Ante ello, muchos sectores de la sociedad: pobres, estudiantes, pero también clase media, tienden a buscar soluciones echando por la borda conceptos e instituciones de la llamada democracia liberal y terminan siendo presa de caudillos iluminados. En Estados Unidos, América Latina y Europa. Por desgracia. ¿Esta es la maldición, la versión siglo XXI del fascismo de los Mad Twenties del siglo pasado?