Sedimento
Este será mi tercer vistazo al escenario internacional del inicio de los Locos años veinte de este siglo XXI. Dirigí el primero a Latinoamérica y el Caribe y el segundo a los Estados Unidos. En mi presente colaboración haré comentarios sobre la Unión Europea –Europa–, nuestros parientes.
Sin embargo, cada vez que me lanzo a un nuevo capítulo, me veo obligado a referirme, así sea brevísimamente, a las últimas noticias en los escenarios internacionales que comenté en mis anteriores colaboraciones. En cada escenario aparecen sedimentos a los que habría que aludir.
En Latinoamérica, Venezuela quizá vuelva a ser noticia, primero, como consecuencia de la gira internacional y de las entrevistas de Guaidó –líder de la oposición y, para unos 60 países, presidente interino de la república… con gobernantes y otros dirigentes latinoamericanos, de Europa y de Norteamérica.

Pero, además, por la visita del canciller ruso Lavrov a Caracas – y previamente a Cuba y México–, y porque Maduro ha dicho tener contactos con España y otros “gobiernos amigos”: ¿Argentina, México, Panamá, Rusia y la Unión Europea?, para favorecer el diálogo en Venezuela. Por mi parte, en anteriores artículos sugerí que México, España –vale decir, la Unión Europea– y Argentina reactivaran un mecanismo para que Caracas salga del impasse político que sufre.
Una noticia, lamentable, es la de una suerte de golpe de Estado que intentó el presidente salvadoreño Nayib Bukele, al irrumpir, custodiado por policías y militares, en el parlamento, exigiéndole aprobar un crédito para equipamiento de la policía y el ejército. Un asalto ¡con rezos!, perpetrado por un presidente carente de oficio político, ignorante y superficial, y con reflejos de dictadorzuelo.
Al hablar de Brasil, cuyo presidente, el impresentable Jair Bolsonaro, está desmantelando los programas sociales del gobierno de Lula, que redujeron sustancialmente la pobreza, y golpea, con retórica y medidas políticas a los indígenas y al medio ambiente, aludiré al desmantelamiento de su política exterior en el que se ha empeñado el mandatario, y a un informe militar que causa estupor, y también mofa.

Itamaraty, el prestigiado ministerio brasileño de exteriores es el escenario, y sus diplomáticos las víctimas, de una caza de brujas: éstos sufren ofensas, congelamiento y persecución ideológica, lo que no debe extrañar, dice el experto Bruno Meyerfeld, porque Bolsonaro, “un modesto capitán de la reserva vomita a esa aristocracia –los diplomáticos–, tan orgullosa como letrada”.
Al mismo tiempo, la diplomacia independiente y la aspiración brasileña de alcanzar estatura mundial con el ejercicio inteligente del poder suave, se ha convertido en discurso belicista, del tiempo de la dictadura, hace notar Celso Amorim, canciller de Lula, quien añade que hoy es el alineamiento incondicional a Washington, a Trump -“salvador del alma de Occidente”, dice de él Ernesto Araujo, el canciller actual.
Frente a esta grave y humillante situación de la diplomacia brasileña y de sus diplomáticos es grave, un informe militar sobre amenazas que habrá de enfrentar el país en 2035, nos lanza a la ficción, y nos presenta una situación esperpéntica: De acuerdo al documento, Brasil entrará en guerra con Francia ese año, porque París apoyará la independencia de la etnia indígena yanomami, pedirá que la ONU intervenga y desplegará tropas en los 700 kilómetros de frontera entre la Guayana Francesa y el país sudamericano. Ficción y esperpento, repito.
Mientras tanto, Lula reaparece tímidamente. “De la mano” del papa Francisco.
Estados Unidos también genera noticias todo el tiempo: los sedimentos, principalmente, de la carrera de los políticos demócratas por la candidatura a las elecciones presidenciales de noviembre que los enfrentará a un adversario crecido: Trump, que usa de su absolución en el impeachment como aval a su reelección. Aunque también enfrenta la limitación que le impuso el Senado a su acción militar contra Irán, contra la que seguramente empleará su facultad de veto.
Sigue el mandatario apoyando incondicionalmente a su amigo judío Benjamín Netanyahu, ahora con el Acuerdo del Siglo, –del que hablé– que pretende despojar a los palestinos del Estado que tienen derecho a construir, de acuerdo a las resoluciones adoptadas por Naciones Unidas y al derecho internacional. Un apoyo del neoyorkino en vísperas de las terceras elecciones en Israel y del juicio por corrupción al que será sometido Netanyahu.
Seguirá Trump gozando del apoyo económico y en votantes que le aportan los evangélicos fundamentalistas, que creen en el derecho de los judíos a todo el territorio de lo que hoy es Israel y debe ser también Palestina. Cuenta, igualmente, con el apoyo de la Federalist Society, poderosa organización de juristas conservadores, antifederalista, anti aborto, contra el matrimonio homosexual y contraria a cualquier medida contra la contaminación ambiental. Organización opaca, con acceso a fondos millonarios de origen anónimo, en ella destaca su vicepresidente, Leonard Leo, un católico vinculado al Opus Dei, quien ha servido al mandatario para “asaltar” al poder judicial imponiendo en la Corte suprema y otros tribunales, jueces conservadores -retrógrados.
La competencia de los demócratas es turbulenta, de resultados impredecibles: la suerte de catalepsia del caucus del 3 de febrero en Iowa y los resultados de las primarias de New Hampshire están modificando las previsiones sobre las posibilidades de los aspirantes: Joe Biden, el candidato preferido por el establishment, ha descendido del primero al sexto sitio, mientras Bernie Sanders –el aspirante “socialista”, en realidad, socialdemócrata– sigue consolidándose, provocando la alarma de moderados y pragmáticos. Se perfilan, además, otros caballos negros, destacadamente el joven ex alcalde Pete Buttigieg; pero también Amy Klobucher y el multimillonario Michael Bloomberg, quien sube en las encuestas y está entrando de lleno a los debates.
Los parientes transatlánticos
Europa es nuestro pariente por el componente ibérico –de historia y cultura compartidas, y étnico –de América Latina y el Caribe –sin que deje fuera la presencia colonial francesa–; y por la presencia de la Francia de la Ilustración en la génesis de nuestras repúblicas y en el pensamiento de nuestras élites y hasta en sus afrancesados gustos. Mucho de lo importante que sucede en Europa, tiene que ser importante –digo que vital para esta América hispana, latina.
En su aquí y ahora –hic et nunc– la Unión Europea y el Reino Unido se enfrentan al Brexit que inició el proceso por el que “una isla diminuta, encapotada, miserable y gris en un rincón lluvioso de Europa”, como la describe la famosa actriz británica Emma Thompson, se divorcia de la Europa Comunitaria, “de la dictadura de los burócratas de Bruselas”. La verdad es que la salida del Reino Unido produce un hueco grande en esta Europa, de la que se marcha su segunda economía, el tercer país más poblado, potencia nuclear y uno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
La verdad, también, es que se divorcia de Europa un gran país, pero no el gran imperio, reinando sobre la Commonwealth de 53 países, ni el imperio de los sueños de opio de muchos británicos; y es de dudarse que este Reino Unido se convierta en la Global Britain que, promete Boris Johnson, concertando acuerdos comerciales con el mundo entero: Japón, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Estados Unidos –ya eventuales negociaciones con este último plantean serios problemas de incompatibilidad entre las reglas comerciales de uno y otro país–. Lo cierto es que para Londres Estados Unidos representa el 10% de sus flujos comerciales y la Commonwealth el 7%; mientras que los países de la Unión Europea representan ¡el 47% de esos flujos! (Los datos son de 2018).
El Brexit, comentan sus críticos, partió en dos a Inglaterra: jóvenes, intelectuales y citadinos frente a viejos, obreros y campesinos, lanzada hacia la derecha –en línea con ultras y con fascistoídes de moda en el continente y en Estados Unidos–. Reabre la legítima aspiración de Escocia, que votó contra el divorcio de Europa, de exigir un nuevo referéndum –“ejercer el derecho a la autodeterminación”, ha dicho su primera ministra, Nicola Sturgeon, consolidada en recientes elecciones– que confirmaría su voluntad de permanecer en la Unión Europea. Se reabre también la aspiración irlandesa de reunificar la isla, que se fortalece por el resultado de recientes elecciones, con muy buenos resultados para el Sinn Féin –liberado de su pasado radical de izquierda, en los años de violencia y terror– y su líder Mary Lou McDonald, quien desea convocar a un referéndum para unificar las dos Irlandas. Marchas, la de Escocia e Irlanda del Norte que significarán para el Reino Unido –dice un comentarista– que “Little Britain se convierta en Little England, más los tres millones de galeses”.
El Brexit, por último, está dando lugar a la acción de jefes de gobierno – y, en su caso jefes de Estado– para colmar el vacío político dejado por Londres, sin que Bruselas renuncie a concertar alianzas con el Reino Unido, en materia de defensa y de política exterior. para mejor reacomodarse en la Unión Europea. Los gobiernos de países europeos de peso aspiran a ubicarse al lado de Alemania y Francia, los motores de la Europa comunitaria, concertándose como trío o haciendo contrapeso al tándem –mejor dicho, la diarquía– Berlín – París.

Las opciones de países y el formato de su incorporación y acción como “tercer país” son múltiples y dan para que los analistas imaginen toda suerte de tableros: con Italia, España, Polonia o los Países Bajos, en la inteligencia de que Italia, tercera economía de la Unión Europea sería el mejor candidato, pero su endémica inestabilidad política y la amenazante fuerza de los euroescépticos –Salvini es el ejemplo vergonzante– podrían descalificarla. España, la tercera economía, europeísta entusiasta, sería el siguiente candidato, pero a Madrid no le interesa pelear la posición y sí, en cambio concertar alianzas variables. Polonia, en fin, la cuarta economía, tiene un gobierno autoritario, ultra católico, euroescéptico.
Los miembros del club se enfrentan, por otro lado, a retos al interior de los países: En Alemania el gobierno de Ángela Merkel enfrenta serios problemas a raíz del malhadado acuerdo de los democristianos y otros aliados con la ultraderecha – Alternativa para Alemania (AfD)– que eligió al jefe de gobierno regional del Estado de Turingia. El acuerdo, que rompió el “cordón sanitario” de los partidos políticos contra la ultraderecha, fue inmediatamente desconocido por la propia Merkel y provocó la renuncia de, Annegret Kramp-Karrenbauer, presidenta de la CDU y quien estaba abocada a reemplazar a la canciller cuando ésta renuncie, después de 15 años de gestión, a su puesto. El gobierno de Gran Coalición sufre una seria abolladura y la sucesión de Merkel se antoja accidentada, hasta se piensa que ¡ella podría sucederse a sí misma!
Otro ejemplo de estos retos es el caso de España y su gobierno de coalición del PSOE y Podemos, en el que el presidente de gobierno, Pedro Sánchez, secundado por Pablo Iglesias, vicepresidente, de Podemos y aliado coyuntural en una cohabitación que afortunadamente va siendo razonada y se va haciendo sólida, ha decidido “tomar el toro por los cuernos” en el tema de Cataluña: comenzando por hablar, tirios y troyanos en una mesa de diálogo. Aunque el presidente Torra de la Generalitat y su antecesor, el esperpéntico Puigdemont, quieran hacer creer que la mesa es para hablar y acordar sobre la autodeterminación.
En realidad, se trata de desactivar la controversia y los enfrentamientos, y avanzar por caminos de autonomía para Cataluña, tan amplia como sea posible, en el marco de constitución y del ordenamiento estatutario. Contra lo que digan, rencorosos y de mala fe, el PP, Ciudadanos –lamento que lo haga mi admirada Inés Arrimadas– y Vox, que acusan a Sánchez de traidor y cómplice de la secesión. Por echar a andar una negociación que apoya el 83% de los catalanes y el 57% del resto de España.
Excedería los límites de este artículo comentar las acciones de otros gobiernos. Aunque es insoslayable aludir al presidente francés, Emmanuel Macron, de quien doy como noticia de última hora sus duras declaraciones contra el separatismo islamista, “nuestro enemigo”, porque la comunidad musulmana de Francia –como las de otros países europeos– corre el riesgo de ser influida por predicadores integristas y gobiernos extranjeros; y de crear una sociedad ajena a las leyes y a los valores de Francia y de Occidente. Añado que otras acciones del mandatario galo, principalmente su intento por acercar Rusia a Occidente las comentaré en próximo artículo.
Concluyo refiriéndome a lo que dice Joseph Borrell, Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad –ministro de exteriores– cuando exhorta a la Unión a jugar un papel protagónico en la política mundial: “Europa tiene que desarrollar apetito de poder, el deseo de actuar y aprender el lenguaje del poder”. En un escenario internacional en el que el multilateralismo desfallece y Xi Jinping, Narendra Modi, Donald Trump y Vladimir Putin imponen la ley del más fuerte.


