La epidemia causada por el Covid-19, una variante del corona virus, que apareció en China y que comienza a expandirse por el mundo, es motivo de preocupación, cuarentenas y discriminación; no faltan razones para estarlo, sobran motivos para disponerlas y menudean los pretextos para distinguir por razón de razas color o idioma.
En mayor o menor grado muchos han visto alterados su modo de vida; algunos han dejado de viajar; otros, para evitar contagios, procuran no asistir a sitios en donde se aglomera mucha gente. En México, hasta ahora no hemos llegado al extremo de hacer general el uso de cubre bocas.
El foco de la epidemia de corona virus se ubicó en una región de China. Es la segunda vez que ese país nos da motivos de preocupación. En la antigüedad algunas regiones del norte de África eran consideradas como lugar de nacimiento de las pestes que asolaron Europa. Todavía hay países que exigen a quienes provengan de esa zona, demuestren estar vacunados contra ciertas enfermedades para permitirles el acceso a su territorio.
China ha ingresado al club de contagio, de prevención y de los indeseables; se ve con desconfianza a sus ciudadanos y, de paso, a sus mercancías. Se ha ido más allá: a quienes provienen de ese país se les aísla por determinado tiempo. Antes, como se consideraba que la incubación y desarrollo de una epidemia se llevaban un término de cuarenta días, el término dio lugar el surgimiento del termino cuarentena; éste pasó a significar un aislamiento temporal. En estos momentos se habla de cuarentenas de catorce días.
Cuando alguien estornuda y decimos salud, estamos ante una reminiscencia de las pestes. El estornudo era un síntoma de estar afectado por ella y se le deseaba su recuperación. En estos casos, la fórmula en inglés es más descriptiva God bless you, Dios te bendiga, en el sentido de que él te salve del problemón en que estás metido.
A principio del siglo XX las epidemias y la peste eran motivo de alarma. Los avances de la medicina moderna habían hecho olvidar ese viejo flagelo de la humanidad. Resurgen periódicamente para recordarnos que vivir sigue siendo algo incierto. Existen testimonios lejanos y cercanos de epidemias. Haré referencia a algunos testimonios de la antigüedad relacionados con el tema. Ellos son por demás interesantes.
Homero
Respecto a Grecia, haré mención de dos casos notables; los más conocidos. El primero, y que fue tomado como modelo: el que aparece en la Ilíada; en el canto primero de ese poema su autor, quien haya sido, alude a la peste que afectó al campamento aqueo que se hallaba acampado frente a Troya; Apolo, Dios que provoca la peste, estaba indignado por la humillación y despojo de que había objeto su sacerdote Crises de parte de Agamenón, jefe absoluto del ejército invasor. Éste retenía a su hija Criseida, con la intención de tenerla como esclava y concubina; se negaba a devolverla a su padre a pesar de las súplicas y del rico rescate que ofrecía.
Por razón de la ofensa y de la súplica de Crises, Apolo arrojó sus dardos mortales sobre el campamento invasor. Para los aqueos hubo una tragedia adicional: Aquiles, el más sobresaliente soldado, se negaba a combatir al lado de sus aliados y amigos, por virtud de que también había sido ofendido por el mismo Agamenón.
Por la peste lanzada por Apolo muchos hombres valientes murieron; al inicio de la enfermedad los muertos fueron incinerados; al tomar fuerza la dolencia y aumentar el número de los muertos, sus cadáveres quedaron a merced de los perros y aves de rapiña. Este fenómeno, inusitado en el mundo griego, es uno de los más antiguos que se conservan. Lo reiteraran otros escritores posteriores.
El autor de la Ilíada no refiere los síntomas de la enfermedad, muchos menos da su nombre; se limita a decir que se trató de una peste y que, por virtud de ella, los aqueos morían y quedaban sin recibir las honras fúnebres que eran habituales. Es Apolo, hijo de Leto y Zeus, el causante de la peste. No buscó una explicación racional ni el origen de ella. Al serle devuelta a Crises su hija y al recibir plena satisfacción de la ofensa recibida, Apolo depuso su ira, levantó el castigo impuesto a los aqueos. Esto es lo que se narra en el canto primero, el llamado de la Cólera. En este caso el título alude al berrinche que hizo Aquiles y no a una forma específica de epidemia.
Tucídides
El otro testimonio lo ofrece Tucídides; éste, en su Historia de la guerra del Peloponeso, narra lo siguiente:
“Yo, por mi parte, describiré como se presentaba; y los síntomas con cuya observación, en el caso de que un día sobreviniera de nuevo, se estaría en las mejores condiciones para no errar en el diagnóstico, al saber algo de antemano, también voy a mostrarlos, porque yo mismo padecí la enfermedad y vi personalmente a otros que la sufrían.” Tucídides aporta el dato de que la peste apareció por primera vez en Etiopía, más allá de Egipto y Libia; entró a Atenas por el puerto del Pireo. Pasa enseguida a describir los primeros síntomas de la enfermedad, su desarrollo y como acababa con los humanos; hace notar que en ese caso las aves y cuadrúpedos que comen carne humana, no se acercaban a los cadáveres de los muertes y, si probaban su carne, perecían (libro II, 47 a 51).
Tal como lo refiere Tucídides la epidemia que sufrió Atenas, tuvo cuando menos dos etapas, la primera, que duró dos años, fue la más violenta; a pesar de ello, ese autor no deja de reconocer que cuando volvió a resurgir lo hizo también con fuerza. Pericles, el gran político y gobernante ateniense, murió a consecuencia de secuelas de la epidemia.
Como no había la noción de los virus y de los microbios, en general, en la antigüedad no se tomaban las más elementales medidas de prevención o de higiene; la gente no se lavaba las manos, tomaba agua tal como salía de las cisternas, corría por los arroyos o ríos; las verduras y frutas no se lavaban; en fin, no se tomaba ninguna de las precauciones que son habituales y hasta obligatorias hoy día.
Hay un hecho que pone en evidencia los peligros a los que estaban expuestos los habitantes de Ática: como las togas, en general, no tenía bolsas para guardar objetos, los habitantes de esa ciudad-estado traían las monedas en la boca; cuando tenían que pagar algo, las extraían de ese bolsillo natural y las entregaban; el que las recibía, una vez que entregaba el objeto de la venta, se introducía en la boca las monedas que recibía.
No había la idea de disponer una cuarentena de los barcos y viajeros que llegaban a Atenas; tampoco las había respecto de las mercancías que transportaban. La ropas de los que habían muerto eran reutilizadas sin lavar; lo mismo se hacían con sus utensilios y menaje de casas. Las plagas de pulgas, piojos, chinches y cucarachas no eran combatidas eficazmente.
Apocalipsis
En la antigüedad se consideraba que la guerra traía consigo hambre y peste. En el Apocalipsis, el jinete que montaba el caballo de color amarillo tenía por nombre: Muerte, pues mataba con espada, hambre y peste de los habitantes de la tierra (capítulo 6, v. 8). Ese es un libro de la Biblia escrito por el año 95 de la era actual; para darle autoridad, se ha atribuido a Juan el apóstol.
Tratados hipocráticos
De la antigua Grecia, bajo el título genérico de Tratados hipocráticos, Epidemias, se conservan algunos testimonios clínicos escritos de pestes que se suscitaron en lo que fue el mundo griego; fueron formulados por un auténtico médico e investigador; en esa obra hace referencia, con lujo de detalles, a algunas de ellas: contexto geográfico, temporada del año, lugares y demás circunstancias en que se dieron; hecho lo anterior pasa a describir los primeros síntomas, desarrollo de la enfermedad y final, feliz o infeliz.
Boccaccio y la peste en Florencia
Giovanni Boccaccio, imitando a la Ilíada, comienza su celebre obra el Decamerón con la mención y descripción de una peste, la que asoló Florencia en 1348. En cuanto a la fecha hay que hacerle caso a ese autor, que la vivió y la sufrió, y no a Nicolás Maquiavelo; éste más de cien años después de los hechos, refiere lo que oyó y leyó de ella; él, en su Historie fiorentine, (libro segundo, cap. XLII), señala como año de la peste el de 1353. Esa peste de la que escriben esos y otros autores asoló la Toscana y diezmó su población.
En Decamerón, Boccaccio, al igual que Tucídides, describe los síntomas y efectos mortales de la enfermedad; también afirma que la sufrió: “Digo que tan grande la fuerza contagiosa de esta peste, que no solo pasaba de hombre a hombre, sino que llegaba aun a los animales, tan ajenos a la especie humana, no sólo contagiándolos, sino causándoles la muerte.” (Jornada primera, introducción).
El Duomo de Siena, que uno de los proyectos arquitectónicos más ambiciosos y notables de la Edad Media, se interrumpió en 1348 debido, entre otras razones, a la misma peste que asoló la región y de la que hacen mención Boccaccio y Maquiavelo. La población quedó muy disminuida y los recursos económicos, por consiguiente, escasearon.
Sevilla
En España se tiene memoria de varias epidemias. La más grave, la de 1649 acabó con el grueso de la población; se afirma que Sevilla perdió casi la mitad de su población.