Panorámica veloz –y no–

Este vistazo a un segmento del escenario internacional en el inicio de los años veinte del siglo XXI es el cuarto y será el último. Además de referirme a Eurasia, la frontera y no de Occidente, me refiero a otras regiones que llamo confines, porque lo son desde nuestra ubicación geográfica y cultural: Occidente.

Como lo vengo haciendo en estas entregas, inicio mis comentarios con un rápido vistazo a los últimos acontecimientos en los continentes y regiones a los que me referí en mis anteriores artículos: América Latina y el Caribe, Estados Unidos y Canadá, y Europa Occidental, vale decir, la Unión Europea.

En AMÉRICA LATINA siguen produciéndose noticias sobre Bolivia y las elecciones del 3 de mayo, en las que Luis Arce, el candidato del MAS (Movimiento al Socialismo) de Evo Morales parte como favorito, con el 32 por ciento de intención de voto, ante la dispersión del voto de la derecha, con varios aspirantes, unos irrelevantes y otros impresentables. Habrá que ver si Arce alcanza el 40 por ciento de los sufragios, con lo que sería electo en primera vuelta; aunque en caso de competir en segunda vuelta, seguirá contando a su favor su excelente gestión como ministro de economía de Evo.

También es noticia la preparación, en Chile, del plebiscito del 26 de abril, en el que los ciudadanos, más de 14 millones con derecho a sufragar, decidirán si debe iniciarse el proceso para elaborar una nueva constitución que abrogue el texto vigente, heredado del régimen de Pinochet. Para muchos una nueva constitución significaría el verdadero retorno de la democracia, pero independientemente de que esta aseveración sea verdadera, es de desearse que el proceso constituyente dé fin a la crisis política –con un presidente, Salvador Piñera, que tiene solo un 6 por ciento de apoyo popular– y contribuya al retorno de la paz social.

Hay noticias recientes sobre Nicaragua, informando que cuatro partidos políticos y tres movimientos sociales conformaron una Coalición Nacional para enfrentarse al presidente Daniel Ortega. También es noticia la muerte de Ernesto Cardenal, el sacerdote poeta, figura de proa de la teología de la liberación, sandinista auténtico, que condenó la dictadura de Somoza con la misma energía que después lo hizo frente a la dictadura de Daniel Ortega y su familia.

 

Amerita igualmente mencionarse      Haití, escenario, desde febrero de 2019, de protestas contra la trama corrupta del presidente Juvenal Moïsse y el alza brutal del costo de vida que empobrece aún más al país.

Menciono, por último, en Brasil a las condenas de católicos ultra, partidarios de Bolsonaro, así como de los poderosos grupos evangélicos, a la escuela de samba de Mangueira, de enorme importancia cultural y política, por haber presentado en el gran desfile del carnaval de Río de Janeiro una samba inspirada en la teología de la liberación, en la que se habla de un dios polimorfo, “de rostro negro, sangre india y cuerpo de mujer”. Mientras la canción de esta samba alude, sin decirlo, a Bolsonaro y los extremistas religiosos cuando pregunta: “¿por qué, de nuevo, los profetas de la intolerancia clavan mi cuerpo?”, estos dicen que el espectáculo es blasfemia y “marxismo cultural, una conspiración para subvertir los valores tradicionales cristianos.”

Respecto a ESTADOS UNIDOS, tema que abordé en mi segunda entrega, es obligado referirse a la competencia –caucus y primarias– por la candidatura del partido demócrata en la elección presidencial del 3 de noviembre.

Los resultados de las primarias de New Hampshire, y sobre todo de Nevada dieron impresionantes triunfos a Bernie Sanders, que parecía irse consolidando como el candidato demócrata, mientras Joe Biden, el candidato del establishment, seguía sin despegar. Sanders, que se declara socialista “democrático” es el candidato aclamado de los jóvenes y de personalidades como la joven estrella demócrata en la cámara de Representantes, Alexandra Ocasio–Cortés, de padre portorriqueño. Sin embargo, es visto con reservas por su declarado izquierdismo –el “socialismo a la salsa Bernie”, como escribió un diario francés– que choca con la idiosincrasia del estadounidense medio.

Sin embargo, la primaria de Carolina del Sur, el sábado 28, cambió el escenario con el triunfo arrollador de Joe Biden, con el 48.6 por ciento de votos, gracias al apoyo, clave, de los afroamericanos, mientras Sanders obtenía solo el 20 por ciento. Pete Buttigieg y Amy Klobuchar, centristas, tuvieron un mal puntaje y han decidido retirarse y apoyar a Biden, de manera que ahora solo Elizabeth Warren y Michael Bloomberg, siguen, tras los punteros, en la lucha.

El Supermartes del 3 de marzo, donde se compite por el apoyo de 1375 delegados, más de un tercio del total nacional, consolidó a Biden como el candidato a vencer –ganó en Estados clave, como Texas, Virginia y Massachusetts–, pero también fortaleció a Sanders, que conquisto California, el Estado más poblado. De manera que la batalla final será entre los dos. Mientras Bloomberg se retira y Elizabeth Warren no ha tenido más que derrotas.

Entre tanto más de un demócrata –y también analistas no comprometidos– se pregunta quién sería el candidato capaz de vencer a un Trump ensoberbecido y que mantiene un sólido apoyo popular. Y abundan análisis, noticias y rumores, como la de que los hackers del Kremlin maniobran a favor de Sanders, por considerarlo la víctima propiciatoria, sobre la que Trump –“amigo de Putin”– se impondría fácilmente.

La portada de The Economist (29 de febrero – 6 de marzo) también se refiere al mencionado aspirante demócrata y al mandatario que pretende reelegirse, con una caricatura, titulada American nightmare. Could come to this?, que muestra al Tío Sam en su cama, despertando aterrorizado de una pesadilla en la que tanto Trump como Sanders, se ostentan agresivos como candidatos a la elección del 2020.

Según el mercado de predicción y los modelos estadísticos de FiveThirtyEight, que no contó el Supermartes, Sanders seguiría arriba en las encuestas, holgadamente, con un 50 por ciento de probabilidades de acabar siendo elegido, aunque Biden alcanza ya el 35 por ciento de tales posibilidades.

En EUROPA también hay novedades que reportar, para empezar con el Brexit operando –y, permítaseme una digresión banal para informar que Boris Johnson, “exhausto por el esfuerzo de sacar de Europa al Reino Unido”, se tomó diez días de vacaciones, gratuitas, en la lujosa Isla Mustique, en el Caribe, un antiguo refugio de piratas, comprada en 1958 por un aristócrata inglés, de la que se enamoró Margarita, la hermana de la reina Isabel, convirtiéndola en refugio de sus pasiones. Hoy la isla, es paraíso, casi secreto, de famosos y multimillonarios.

 

Pero el Brexit, mejor dicho, Johnson, envalentonado por las elecciones parlamentarias que lo han hecho casi amo de Westminster, amenaza a la Unión Europea de que, si las negociaciones que ambas partes llevan a cabo no llegan a un acuerdo preliminar en junio, el Reino Unido no las continuará. El fondo del problema es que Londres pretende negociar un acuerdo comercial sin ajustarse a las normas de la Unión Europea en materia de comercio, laboral, medioambiental y respecto a ayudas del Estado a las empresas; y tampoco quiere someter sus diferendos al tribunal de justicia de las Comunidades europeas. Y no hablemos de las reglas que el Reino Unido se apresta a imponer a los inmigrantes, gravemente restrictivas y con un tufo de racismo.

Lo que la Unión Europea post Brexit, sus 27 miembros, deben tener presente es, que unidos pesan más internacionalmente; y deben desechar la tentación de abandonar el club, como lo quisiera más de un líder euroescéptico. Deben, asimismo, concertar, con realismo y de manera solidaria, los ajustes impuestos por la deserción del Reino Unido. Lo que no ha sucedido, lamentablemente, porque el encuentro del 21 de febrero en Bruselas, terminó sin un acuerdo que permitiera ajustar el presupuesto de la Unión: privó la desunión y la pichicatería. Aunque los presidentes Ursula von der Leyen, de la Comisión Europea y Charles Michel, del Consejo, confían en que en próximas reuniones haya avances.

Otro tema clave –asignatura pendiente– de la Unión Europea es el de la presencia e influencia política que debe tener en el mundo. Debe usar –dice Josep Borrell, alto representante para la Política Exterior y de Seguridad de la propia Unión– todas sus armas, para ganar peso internacional e imponer sus objetivos políticos, en el entendido de que, si bien Europa no es un gigante militar, sí lo es en materia comercial, de inversiones y de presencia diplomática. Es imperativo que esté presente, diga su palabra y ejerza su influencia en coyunturas o frente a problemas internacionales, como lo hacen Estados Unidos, Rusia, China e incluso India. Una exigencia, la que expresa el diplomático español, en la que estoy plenamente de acuerdo porque Europa aportaría en las relaciones internacionales el componente moral y civilizado que los otros actores internacionales no están en condiciones de aportar.

La política exterior de la Unión Europea y de sus miembros exige su presencia política, económica e incluso militar en regiones y latitudes diversas, como es actualmente el caso de Siria, Libia y el Sahel. Presencia política y económica en Latinoamérica y el Caribe, de obvio interés para mi; y dialogando y negociando con las otras potencias: Estados Unidos –a pesar de Trump, hoy ¿y por cuatro años más?– China, Rusia…

Es Rusia a la que quiero referirme especialmente, primero, por ser el vecino frente al que privan desconfianza, resentimiento y rencores. Pero con el que su vecina Europa está condenada a tratar –ojalá que para entenderse. Así lo entiende el presidente francés Emmanuel Macron, quien siguiendo la pauta del general De Gaulle –como la han seguido Chirac, Sarkozy y Hollande– ha multiplicado contactos con Vladimir Putin, a través de una estrategia de seducción –“la condición europea de Rusia”– y de la Grandeur de la France, que ha sido tanto objeto de crítica como de elogio.

También la canciller alemana, Ángela Merkel, sabe que es deseable –diríase que es imperativo– el diálogo con Putin, pero el sismo político en Alemania, que hizo caer a Annegret Kramp–Karrenbauer, la favorita para suceder a Merkel, ha obligado a ésta a retraerse, de manera que Macron tiene que ejercer en solitario la política europea de “mano tendida” al presidente ruso y al Kremlin: “el desafío más incierto de su quinquenio”, dice Piotr Smolar, experto en Rusia.

 

Un incomprendido, resentido y astuto vecino

Macron, Gaullista, tiene ante sí el reto de seducir –vuelvo a emplear el término– haciendo propaganda de la democracia liberal, a un interlocutor que declara sin ambages al Financial Times (fines de junio de 2019) que la “idea liberal es obsoleta”, y critica con acritud a la inmigración, las fronteras abiertas y el multiculturalismo.

Habrá de dialogar con Putin, que está presente, en toda violencia, en Siria, que despojó a Ucrania de un territorio –Crimea– y ha prestado apoyo a los rebeldes separatistas del Este del país –hoy intentaría someter también a la Bielorrusia, de otro autócrata: Alexander Lukashenko. Que cultiva relaciones, y seguramente les da apoyo, con euroescépticos y eurófobos emblemáticos y peligrosos, como Marine Le Pen, Matteo Salvini y el premier húngaro Viktor Orban.

 

 

Además, los hackers del Kremlin manipulan la red favoreciendo a sus amigos –peones o idiotas útiles–, como Trump; o, para facilitar la victoria de éste en la próxima elección presidencial, favoreciendo a Bernie Sanders. La acción de los hackers, que ha sido igualmente importante en la profusión de fake news para vender el Brexit a los británicos.

La otra “mancha” de Putin, es el régimen autocrático que encabeza, de irrespeto a los derechos humanos; y que hoy está en vías de reformarse constitucionalmente, en apariencia para perpetuar al ex agente de la KBG en el poder –un Maximato callista eslavo–, cuando al término de su mandato, en 2024, asuma la presidencia del Consejo de Estado: para The Economist, El País, Bloomberg y otros medios, este es el objetivo de la reforma. Sin embargo, las agencias rusas de noticias destacan que el Consejo de Estado no será reformado, y mantendrá su carácter de órgano consultivo, “como es el Consejo de Estado en España, que integran los expresidentes de Gobierno”.

No pocas de las imputaciones que se hacen a la Rusia de Putin son válidas e irrefutables. Otras, sin embargo, ameritan analizarse en su contexto, y matizarse: los sucesos de Ucrania, por ejemplo, donde Occidente –la Unión Europea– propició la Revolución Naranja en 2004 que cortó amarras con Moscú, fracasando estrepitosamente por la torpeza y corrupción de los políticos ucranianos.

La torpe irrupción de la Unión Europea en Ucrania continuó, ofreciendo, en 2013 a Kiev, un mediocre acuerdo comercial, precisamente cuando Moscú intentaba incorporar a su antigua y amada “república soviética” en el proyecto de “unión económica” post soviética. El resultado fue una casi guerra civil en 2014 –en la que también Washington metió su cola–, la secesión de Crimea y su incorporación a Rusia, y la proclamación de independencia de las Repúblicas de Donetsk y Lugansk –el Donbass, el este de Ucrania.

Hoy esta parte del Donbass está en manos de separatistas prorrusos y en una guerra larvada pero mortífera –más de 13,000 muertos– con Kiev. Sin embargo, las arduas –y lentas– negociaciones del llamado Cuarteto de Normandía: Putin, Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania y, como facilitadores, Ángela Merkel y Emmanuel Macron, ya han dado algún resultado, así sea magro.

Claro que, a las puertas de negociaciones de un mayor calado, hay que estar consciente de que el Kremlin también tendría cuentas que cobrar a Occidente –Europa y los Estados Unidos– por haber faltado a la palabra que dio, a la Rusia humillada después de la debacle de la Unión Soviética, de que la OTAN no avanzaría hacia el Este, y hoy esta alianza militar tiene instalaciones bélicas en Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, las tres repúblicas bálticas, Eslovenia, Rumanía, Bulgaria, Albania, Croacia y Montenegro: a las puertas mismas de Rusia. Este, dice el ex canciller ruso Andreï Kozyrev, ha sido “el tema más explosivo y que ha causado más daño a las relaciones entre mi país y Europa”.

Ante el lenguaje de las amenazas o el escepticismo, la diplomacia debe actuar e intentar compromisos, aunque sean poco satisfactorios, señala Gérard Araud, embajador francés en Estados Unidos (2014 – 2019), buscar fórmulas que sustituyan e las inoperantes sanciones a Rusia por la apropiación de Crimea y abrirle nuevamente la puerta del G7. Hacer a un lado la tesis de una Eurasia outsider, enemiga de Europa, sustituyéndola por la de una Europa desde Lisboa a Vladivostok, del Atlántico a los Urales, como lo postulaba De Gaulle, citado por el canciller ruso Sergey Lavrov. ¿Es esto realista hoy?, ¿evitará el peligro para Occidente de que Moscú –Putin– busque alianzas con China?

 

Los otros confines o el resto de los “ochenta mundos”

Vuelvo a jugar con el título de la novela de Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos”, para dar fin a mi reseña internacional de inicios de los años veinte de este siglo, diciendo que no abarcó solo un día, pero tampoco ochenta mundos; y que concluye con una brevedad vergonzosa –telegráfica– en esta demasiado extensa colaboración.

China, en primerísimo lugar es noticia cotidiana a causa del Corona virus (COVID–19). Se admira su extraordinaria velocidad para construir hospitales y enfrentar la epidemia, pero indigna que la información sobre la pandemia revele, nuevamente, la brutal represión impuesta a la minoría musulmana uigur, muchos de cuyos miembros están confinados en campamentos de “reeducación”. Esta China de Xi Jinping, quien parece ser un segundo Mao.

El Serpentario del Medio Oriente es, en primer término, el del virtual triunfo de Benjamín Netanyahu en las elecciones parlamentarias, aunque sin mayoría suficiente, pero apuntalado en buena medida, por el “acuerdo del siglo” que propone Trump, y privaría a los palestinos del Estado al que tienen derecho. Un plan inmoral, que viola el derecho internacional, y que, al lado de rechazos pero también de vacilaciones entre los gobiernos árabes, produjo la dura condena de 50 personalidades políticas europeas.

También amerita hacer referencia a Irán, cuyas recientes elecciones parlamentarias dieron el triunfo a conservadores y ultraconservadores, como consecuencia de una vergonzosa manipulación electoral, la inconformidad ante la situación económica y la denuncia, por Trump, del pacto nuclear que tantas esperanzas despertó. La nueva mayoría ultra debilita al presidente reformista Hasan Rohani y hace prever la vuelta de tensiones con Occidente.

Es igualmente noticia destacada la firma de un acuerdo entre Estados Unidos y los talibanes, por el que Washington se compromete a sacar sus tropas del país antes de 14 meses. Un acuerdo que supondría echar a andar un proceso de reconciliación después de un conflicto de 40 años. El pacto, que está lejos de asegurar la paz, ya ha encontrado obstáculos derivados de que el presidente afgano se rehúsa a liberar a guerrilleros, produce el temor de las mujeres, de perder sus derechos cuando regresen los talibanes: ¿volver al burka?, quienes reinician ya sus ataques. Estamos ante un Trump tan exitoso como lo fue en Norcorea.

El África de nuestra ignorancia, y de mis afectos es el escenario de la anarquía brutal en Libia, las turbulencias políticas en Argelia y la muerte de un dictador derrocado, el egipcio Hosni Mubarak.

 

Pero es también el Continente de las economías con mayor potencial en el mundo: de acuerdo al banco británico Standard Chartered, la economía número uno mundial es la Côte d´Ivoire, la tres Kenia y la 13 Ghana.

Por su parte, el Rand Merchant Bank, de Sudáfrica, considera como muy atractivos para invertir, a Egipto, Marruecos, Sudáfrica, Kenia, Rwanda, Ghana, Côte d´Ivoire, Nigeria, Etiopía y Túnez; y hace notar que África experimentará, entre 2019 y 2024, un crecimiento significativo, destacadamente Senegal, cuya tasa media de crecimiento será de 8.2 por ciento.