Recientemente, hace solo unos pocos días, el actual inquilino de Palacio Nacional, volvió a tratar, sin venir al caso, la posibilidad de un golpe militar para deponerlo del poder; la ocasión se presentó durante la celebración del Día del Ejercito y anteriormente a pocos días del “culiacanazo” cuando un grupo de elite del ejército soltó a un hijo del Chapo, luego de haberlo capturado, por instrucciones del jefe supremo de las fuerzas armadas, o sea el Presidente de la Republica.
La primera ocasión fue una reacción a un discurso pronunciado por un General en el que expreso sutil y comedidamente el malestar de los integrantes de las fuerzas armadas, a lo cual respondió el actual Ejecutivo Federal con un extraño agradecimiento de que el ejército mantenía su lealtad y no se había prestado a participar en un golpe militar, cuestión que volvió a reiterar como ya se dijo en la Conmemoración del día del Ejercito.
Estas afirmaciones son muy serias y preocupantes, si fuesen ciertas o tuviesen un grado de verosimilitud, lo cual no se aprecia, porque ni en el seno de las fuerzas armadas, ni entre los empresarios u otros sectores de la sociedad, se percibe la existencia o el interés de utilizar la violencia militar para derrocar al nuevo gobierno.
Lo que sí existe y crece exponencialmente es un gran descontento y animadversión de buena parte de la sociedad contra la ineficiencia del nuevo gobierno, por muchos temas, que poco a poco engrosan un listado de ineptitudes, pero sobre todo destacan: el nulo crecimiento económico y la inseguridad.
En paralelo crece también la respuesta iracunda, los denuestos, los calificativos, la intemperancia en contra de quienes tienen la osadía de criticar alguna acción o algún recurso retorico rayano en la demagogia que diariamente nos endilgan como información gubernamental.
Y otra cosa muy importante, que el actual detentador del poder, debiera revisar y recordar, los mexicanos siempre, desde que somos México, hemos chanceado, bromeado, cotorreado como se dice coloquialmente a nuestros presidentes. Los mexicanos nos burlamos del poderoso presidente, le inventamos chistes y en conclusión nos reímos de él y de sus cercanos. Cuando fue oposición hizo critica acida y mordaz de los presidentes en turno, y ahora olvida que “el que se lleva se aguanta”. Y si esas críticas no la soportan por ser “jarrito de Tlaquepaque” o tener piel de cebolla, hace mal, porque lejos de disminuir las críticas y burlas, crecerán conforme avance su sexenio.
Una prueba de ello, es lo que le aconteció en su propio solar nativo donde fue abucheado y le gano por momentos la ira, mostrando rasgos de su personalidad autoritaria que no admite discrepancia. Y si la crítica de algunos grupos sociales, inclusive de sus propios correligionarios, la equipara a intentos golpistas, entonces todos somos golpistas.
Otra cosa sería, que de cara a la Nación enfrentara a los golpistas, denunciara a los conjurados y mostrara las pruebas, no bastan las ocurrencias de los ideólogos morenistas, que hablan de golpe blando e imputan a las críticas en medios de comunicación y redes sociales una intención de derrocar al gobierno.
Intentar una comparación con el ambiente social previo al golpe en contra de Madero o la protesta de los cacerolazos en el Chile de 1973, es una malísima comparación o interpretación histórica, que desnuda lecturas mal digeridas, anécdotas mal contadas o leyendas desvirtuadas. El momento es hoy, las circunstancias actuales son distintas, por más que busquemos coincidencias.
En conclusión que no se hable de Golpe de Estado, sin las pruebas indubitables de que existe una intención o una conjura. Y que no nos vengan con que hay un “compló” en curso para derrocarlo.