Es indudable que luego de la marcha del pasado día 8 y la posterior ausencia de las mujeres al siguiente día, tendrá una gran repercusión social porque se demostró la fuerza vital que poseen las milenariamente sojuzgadas y violentadas mujeres, que constituyen ya más de la mitad del género humano.

Reitero mi afirmación de que tenemos el privilegio de participar y testimoniar una Revolución Cultural que cambiará el mundo y que este movimiento ya no lo para nadie. A sectores importantes de mexicanos, hombres y mujeres, preocupa e indigna la falta de empatía del actual gobierno que lejos de solidarizarse y apoyarlas, condenó, etiquetó, vituperó y descalifico la marcha y peor aún en un ataque de megalomanía, sostuvo que era en su contra y que querían que fracasara su administración.

Es cierto, que en un proceso de control de daños, las mujeres más prominentes del gabinete, buscaron apoyar a su jefe, pero el daño, estaba hecho, será muy difícil que las mujeres de nuestro país, vean como una opción política valida y legítima al actual gobierno. Nunca se entendió que es una movilización ajena a cualquier ideología, organización político-partidaria o a favor o en contra de algún personaje del poder. Es por ello, que ninguna mujer emergió con un liderazgo definido, ni es una movilización homogénea. Todas caben y todas se manifiestan. Hasta los colectivos radicales que se asumen anarquistas y recurren en desesperación a actos de violencia.

Una gran lección, que a su vez muestra y demuestra la fuerza, la vitalidad, la energía imparable de este movimiento social, que logró paralizar en buena medida la vida del país. La ausencia se convirtió en presencia. Se logró lo que por años  en otras luchas por la democratización, no se conseguía, un paro, una huelga nacional, que se detuvieran, que no operaran mínimamente las actividades  económicas, laborales,  educativas y un largo etcétera, en una muestra de sororidad entre todas las mujeres.

Lo que deben esperar quienes las minimizaron y satanizaron, es que en el corto plazo, se enarbolen demandas que el gobierno debe atender. Veamos: que se restauren las guarderías infantiles para que las mujeres trabajadoras pueden acudir a laborar con tranquilidad, que se reaperturen los centros de atención a mujeres víctimas de violencia, que se garanticen los medicamentos para sus niños y sobre todo, una estrategia específica para detener la salvaje furia femenicida, que crece descontroladamente.

La coyuntura no es fácil. El País, no crece. La inseguridad lejos de disminuir, crece. El descontento social por la ineficiencia del sistema de salud, se dispara. La tasa de desempleo sube. La inversión nacional y extranjera está desaparecida. Y todos estos factores, aunados a situaciones geopolíticas mundiales, como: la caída del precio del barril de petróleo, el desplome de la Bolsa de Valores, la expansión del coronavirus, la depreciación del peso; parecen encaminarnos, sino al precipicio, si a una crisis económica y social grave.

Finalmente, que les quede claro, ninguna mujer mexicana, queremos que le vaya mal ni al gobierno, ni a México. Pensar esa insensatez es creer que queremos que les vaya mal a nuestros padres, nuestros esposos, nuestros hijos, nuestros nietos; en suma a nuestras familias. La violencia contra las mujeres debe cesar y el respeto a sus derechos y una vida libre de violencia deberá ser con o  sin el Estado, en contra del Estado y a pesar del Estado.