Una gran curiosidad me asalta por saber qué cuerdas mentales debió pulsar una persona (que además hoy es el presidente de la República), para imponerle a la finca familiar el nombre “La Chingada”
¿Qué intención –me pregunto– tuvo Andrés Manuel al asignarle un apelativo, de suyo vulgar, agresivo y violento, a la –hasta donde se sabe– la única propiedad que le heredó su padre? ¿Qué quiso demostrar, o demostrarse, al echar mano de una de las expresiones más fuertes, pero, a la vez, más ambiguas del léxico mexicano? Tiene tantas acepciones la expresión, que puede decir todo y nada a la vez. Las lecturas del término pueden ser muchas, pero no encuentro una que justifique o reivindique lo que aparentemente fue una gracejada, una “buena puntada” o el afán de mostrar erga omnes “de lo que está hecho” o “a qué tanto se atreve”. ¿Afán de irreverencia?
¿Cuál fue su íntimo deseo de llamar a su casa de descanso, al refugio íntimo de la familia y de sus amigos más cercanos, “La Chingada” ¿Quería que quienes lo visitaran – y ya fuera que hubieran ido o venido – dijeran: “me voy a la chingada” o “vengo de la chingada”? Si fue el caso, bonita forma de provocar el auto insulto de quienes frecuentan la casa de descanso presidencial. Ocurrencias parecidas las vi escritas en bardas o en las paredes de baños públicos, que decían “Puto yo”. Según la muy mexicana tradición machista, con solo leerlo ya te habían chingado, (“Yo aquí te chingo, y te me vas a la chingada”) ¿Fue esa la intención?
Pudiera ser también que, al ser el presidente de México una figura pública desde hace ya muchos lustros de lucha política, haya sido una forma de sacudir y agredir la conciencia de puristas y conservadores, cepillándose de paso a quienes cultivan y practican un lenguaje pulcro y cuidado, apegados a su propia sindéresis.
infantilmente pícara, respondió: “Pue me voy a La Chingada”. Respuesta ambivalente, como tantas suyas, pero con un solo sentido: volver a su Madre Tierra, al terruño de sus orígenes, a la chingada.
¿Será esa la misma intención la que llevó a Paco Ignacio Taibo II, nada menos que Director del Fondo de Cultura Económica, a expresar “se las metimos completa y dobladita”; y a vestir camisetas con el escudo nacional impreso que, en lugar de decir “Estados Unidos Mexicanos”, se lee: “Viva México, Cabrones”. Y nos dice al pelo Octavio Paz: “Son las malas palabras, único lenguaje vivo en un mundo de vocablos anémicos. La poesía al alcance de todos”. Pero Paz nos dice aún más: “Toda la angustiosa tensión que nos habita se expresa en una frase que nos viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos lleva a exaltar nuestra condición de mexicanos: “¡Viva México, hijos de la Chingada”! ¿Y las finuras del lenguaje?, (¿me oyes, Taibo?); total, ¡que vayan a chingar a su madre!
Tengo entendido que López Obrador es un hombre que se ha esforzado por cultivarse; que –aunque con imprecisiones en fechas y personas–, da muestras de su afán por pulirse intelectualmente todos los días; sé también que ha escrito una veintena de libros, y, sin embargo –me asalta la duda–, ¿habrá leído alguna vez a Octavio Paz? Seguro que sí, pero no está por demás volver a explorar lo que el erudito dice en su Laberinto de la Soledad, sobre el significado, tan triste como profundo, de la palabra “chingar”.
El origen de La Chingada viene de nuestra madre Malinche, la abierta, la penetrada, la violada. Con ella inicia el mestizaje; así, sin amor, sin que medie afinidad alguna, sólo el interés y el deseo carnal prendieron la semilla de la nueva raza, la mestiza, de las Américas. Genéticamente se guardó en la memoria del mexicano ese complejo que nos define. Cuando Paz se refiere a las “palabras prohibidas”, aquellas “que son secretas, sin un sentido claro, y cuya mágica ambigüedad, confiamos la expresión de las más brutales o sutiles de nuestras emociones y reacciones. Palabras malditas que sólo expresamos cuando no somos dueños de nosotros mismos… Y a ellas acudimos cada vez que aflora en nuestros labios la condición de nuestro ser”.
Mucho se ha dicho en la prensa sobre el rancho La Chingada, casi todo referido a si López Obrador es un hacendado, si obtuvo la propiedad por medios lícitos, o se lo regaló algún mecenas o constructor. A mí, el aspecto que me intriga es saber cuáles fueron los resortes psicológicos, la sinapsis neuronal, la íntima motivación, de echar mano de un calificativo tan agresivo, que, no obstante, la pluralidad de significaciones no impide que la idea de agresión –en todos sus grados, desde el simple de incomodar, picar, zaherir, hasta el de violar, desgarrar, matar– se presente siempre como significado último. ¿Será que la intención de nuestro personaje haya sido la agresión en todos los grados que menciona Paz?
Cabe otra posibilidad: quizás un exacerbado machismo que aflora espontánea (y hasta involuntariamente) pero que lleva a los extremos. En el Laberinto de la Soledad se dice que “Chingar”, es un verbo masculino, activo, cruel; pica, hiere, desgarra. La Chingada, la hembra, la pasividad lenta, determina el poder, inerme ante el exterior… La idea de violación rige oscuramente todos los significados ¿Sería, entonces, la intención de “el más Chingón”, mostrar con el calificativo La Chingada su dominio sexual, psicológico o físico sobre una cosa (su rancho) a la que personificó en mujer, para así poder inferir que ésta es “su” Chingada, su trofeo, su conquista?
Y si no fue así, entonces ¿quién le puso ese nombre, quién se la chingó?: ¿yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos? Quien quiera que haya sido ¡es un Gran Chingón! Pero ¿quién fue el ingenioso bautizador del modesto ranchito tabasqueño? ¿Y qué tal si fue él? Se dice en el Laberinto que el Gran Chingón, es una palabra que resume los atributos del “macho”: la fuerza, el poder. La fuerza, pero desligada de toda noción de orden: el poder arbitrario, la voluntad sin freno y sin cauce. ¿Qué no está siendo – me pregunto – ese su “estilo personal de gobernar”?
Tengo la certeza de que la verdadera 4T es la que vivimos el 8 de marzo. A partir de #UnDíaSinNosotras, México no será –no debe ser– el mismo. Hoy los machines han recibido una lección, quien no acepte y comprenda la lucha de la mujer mexicana se perderá en la obscuridad de una creencia obsoleta y bestial. Ellos se “montarán en su macho”, ellas en su condición de mujer. A ellas no las para nadie.
Veremos, pues, de qué cuero salen más correas: si de “El Chingón”, o de “La –hasta ahora– Chingada”.

