Por José Manuel Cuéllar Moreno

 

Las calles de la Ciudad de México hace rato que dejaron de ser espacios de convivencia para convertirse en largos pasillos impersonales por lo que uno se desplaza a toda prisa sin reparar apenas en el entorno. Las calles son más o menos intercambiables. En todas hay tráfico, en todas hay baches o inundaciones. Nos relacionamos con ellas como con un obstáculo que hay que superar para llegar de un punto a otro lo más rápido posible, de la casa al trabajo y viceversa. A veces, los domingos, al súper o al centro comercial.

Hoy esas calles están desiertas, sin peatones ni coches. Los mexicanos permanecemos en casa. El enemigo ronda fuera. ¿O ya está dentro? Nuestros días se parecen al cuento de la “La migala”, de Juan José Arreola. Una “repulsiva alimaña” se pasea libre e invisible por el departamento del protagonista, al que sólo le queda oír, insomne, “el eco imperceptible de sus pasos” en espera de “la picadura mortal”. Una presencia siniestra, un virus, nos asedia, con pasos aún más imperceptibles que los de la migala.

¿Qué está pasando ahora mismo al interior de las casas y de los departamentos? Mujeres enclaustradas con sus abusadores. Mucho nerviosismo, ansiedad y aburrimiento. Mucha tele: de Netflix al noticiero, del noticiero a Netflix. Padres que miran con ojos atónitos a sus hijos sólo para descubrir que en realidad no los conocen: nunca hay tiempo para sentarse a platicar o para jugar juegos de mesa. Los mexicanos tenemos de pronto, entre las manos, una materia viscosa y extraña: tenemos tiempo. ¿Qué se hace con él?

Me doy cuenta de que nunca antes había habitado mi casa, lo que se dice habitar. Hasta ayer, para muchos, la casa era ese espacio, con un colchón y una estufa, que servía para cargar pilas. Seis, siete horas de sueño; un regaderazo, un desayuno de volada; y, por la noche, con los párpados semicerrados, un capítulo de la serie. Mi casa, ahora que lo pienso, se diferenciaba poco de un establo. Sería de agradecer que nuestras autoridades, en vez de instarnos a quedarnos en casa, nos instaran a quedarnos en nuestro hogar, lo que sea que “hogar” signifique.

¿Cómo se habita una casa? No cómo se la utiliza. Eso es distinto. Una casa puede servirnos para guarecernos de la intemperie como un martillo sirve para clavar o una pluma para escribir. Además de un objeto (un edificio, un conglomerado de ladrillos y varillas), la casa es, para el filósofo Emmanuel Levinas, aquello que permite la intimidad. Lo que llamamos “yo”, dice Levinas, “no viene al mundo de un espacio intersideral en el que ya se posea a sí mismo y a partir del cual tenga en todo momento que recomenzar su peligroso aterrizaje. Pero tampoco se encuentra en el mundo brutalmente arrojado y abandonado en él” (Totalidad e infinito, 1977). El yo es justamente yo “a partir de un dominio privado, de su casa, a donde en todo momento puede retirarse”.

La casa cumple la función original de aislarnos de las fuerzas elementales de la naturaleza, distinguiendo entre un afuera y un adentro, entre lo que no-soy-yo y lo que sí-soy-yo, entre ese exterior temible que no poseo y mis posesiones. Morar una casa abre la posibilidad de poseer, no algo en concreto, sino la posibilidad de poseer, a secas. Gracias a la casa sé dónde empiezo y dónde termino.

La cuarenta es una oportunidad inmejorable para morar la casa, para recogernos, para recuperar nuestra intimidad perdida o disuelta y, de paso, para fortalecer nuestro sentido del “yo” (no del “ego”). Debemos, en suma, recordar nuestra razón de ser y de vivir en este mundo, y no acabar como el protagonista de “La migala”, “estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo”.

@Jmcuellarm

Del autor: Maestro en Filosofía de la Cultura por la UNAM y en Filosofía Contemporánea por la Universidad de Barcelona. Se especializa en la filosofía mexicana del siglo XX y la configuración del discurso nacionalista del PRI. Es autor de La revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI (Ariel, 2018), y de las novelas El caso de Armando Huerta (Premio Nacional de Novela Luis Arturo Ramos, 2009) y Ciudademéxico (Premio Nacional de Novela Joven José Revueltas, 2014).