Cada gobernante tiene su estilo personal de gobernar, para decirlo con palabras de Daniel Cosío Villegas. Nuestro gobernante en turno no es excepción: tiene su estilo, que ha calado. En él destacan, por ejemplo, las directrices mañaneras que suelen desplazar a la Constitución, y el manejo de datos que suelen sustituir a la realidad. Éstos engendran cierta versión de los hechos. La escuchamos atónitos, aunque también –en ocasiones– esperanzados, por si pudieran alojar un ápice de razón.
Desde las primeras horas de este mandato sexenal –que ha durado un siglo, o acaso un milenio– nuestro gobernante recibió con escepticismo las arremetidas de la crítica, los cuestionamientos de los expertos, las advertencias de los opositores –no me refiero, por fuerza, a los consabidos neoliberales–, los desafíos de diversos sectores de opinión.
Ese escepticismo afloró con una sonrisa y se manifestó en términos que hicieron escuela: “Yo tengo otros datos”. No ha sido fácil –o mejor todavía, ha sido francamente imposible– saber en cada caso cuáles son los otros datos que se reserva el gobernante, cuál es su fuente, cómo se acreditan, qué alcance tienen. Tampoco ha sido factible someterlos a pública deliberación, afrontando los rigores de un debate abierto y razonado. Ha bastado con anunciar, como dice con certeza el oráculo de Palacio, que hay otros datos. A esta expresión se acostumbra agregar: “las cosas ya no son como eran”, fórmula que encierra una indudable lección de historia. De esta suerte se exorcizan los males y se anuncian los bienes que nos aguardan. Para eso sirve la proclamación: “Yo tengo otros datos”.
Cuando se dijo que la criminalidad arreciaba y la sangre corría, contrariamente a sus promesas de paz y seguridad, la respuesta fue: “Yo tengo otros datos”. Cuando se anunció la debilidad de la economía, afectada por la incertidumbre sobre las políticas del gobierno, hubo una réplica del mismo estilo: “Yo tengo otros datos”. Cuando se previno el asedio de una pandemia que obligaba a suprimir abrazos, giras y manifestaciones, se irguió la misma proclama: “Yo tengo otros datos”. Y ahora, que hay pérdida masiva de empleos, desencuentros entre actores políticos y económicos –con rechazo fulminante de propuestas que requieren, por lo menos, análisis cuidadoso– puede elevarse, y de hecho se eleva, la misma expresión enjundiosa: “Yo tengo otros datos”.
Pues bien, “vengan los otros datos”. Si antes los necesitamos, ahora nos urge conocerlos. Claro está que no me refiero apenas a números, palabras, sonrisas desplegadas en una rutina mañanera que convoca a millones de mexicanos a escuchar la voz del oráculo y depositar en ella toda la esperanza. Ahora nos urgen datos confiables, sujetos al rigor de las pruebas y al asedio de la experiencia, pura y dura. Nada menos. Datos claros y persuasivos, aunque no se acompañen con discursos ni sonrisas.
Lo digo, presidente, siempre con el mayor respeto –que usted nos merece y que seguramente le merecemos en nuestra condición de ciudadanos, no súbditos ni feligreses– porque en el marco de la pandemia que nos agobia han surgido informaciones contradictorias, de diversas fuentes, en torno a cuestiones mayores para la salud y el bienestar de los mexicanos. Y más todavía: para la vida misma de numerosos compatriotas que observan los hechos de la vida diaria y temen por su destino individual y colectivo. Suena a retórica, pero refleja la realidad que se halla a la vista, con insólita crudeza.
La autoridad sanitaria nos brinda, hora tras hora, información relevante sobre la pandemia, sus características, las medidas para enfrentarla y su curso probable. Pero otros actores sociales, de elevada jerarquía profesional y moral, sostienen opiniones diferentes, divergentes, discrepantes de las que provee aquella autoridad.
Aprecio el enorme esfuerzo que despliega el subsecretario de Salud en una comparecencia constante y difícil ante la nación. Tiene una ardua encomienda. No cuento con elementos propios para objetar sus informes y sus afirmaciones. Debo atender lo que dice la fuente oficial, encarnada en él, ya que no puedo volver la mirada y el oído, para disipar mis dudas, a lo que explique y sostenga el titular de la secretaría –líder natural del sector de la salud–, refugiado en un silencio absoluto, testigo inmutable de las conferencias de sus subalternos sobre la materia de su elevada responsabilidad.
Pero también conozco las versiones que aportan sobre este problema otros mexicanos prominentes, merecedores de la más alta consideración, conocedores de los problemas de salud pública. Me refiero, desde luego, a los exsecretarios de ese ramo que han salido a la palestra con otras informaciones y razones. Estos analistas, bien calificados, manejan números, conceptos, argumentos y medidas distintas –por decir lo menos– de las que ofrece la autoridad sanitaria. Los respaldan su gran jerarquía moral y profesional, bien acreditada.
Es peligroso navegar con desconcierto en un mar de opiniones encontradas; no debiéramos hacerlo cuando se trata de un tema de importancia superlativa, de cuya identificación y solución depende –lo reitero– la salud de los mexicanos. O bien, para concentrar la preocupación: mi salud y mi bienestar, a reserva de que otros compatriotas digan lo mismo. No se trata de algo que ocurra fuera de nuestras vidas, sino dentro de ellas.
No soy médico y no puedo ni debo opinar –que sería extrema ligereza– como si fuera un profesional de la salud. Tampoco lo es usted, presidente; así lo ha reconocido, y aprecio su sinceridad en este punto. Pero puedo recordar como abogado –y también usted puede hacerlo como jefe del Estado– que existe una autoridad a la que la propia Constitución confiere facultades y deberes extraordinarios para hacer frente a los más complejos y devastadores problemas que aquejen a la nación en esta materia: el Consejo de Salubridad General, que depende directamente –por cierto– del titular del Ejecutivo federal.
En suma, ¿qué otros datos puede usted proporcionar a su pueblo, que nos pongan al abrigo de confrontaciones y nos ofrezcan una ruta segura y un destino cierto? Obviamente, no pido milagros más allá del talento y la fuerza de un hombre o de un colegio de notables. Sólo espero que el Consejo de Salubridad General, dependiente del jefe del Estado, aporte una luz que disipe la sombra en la que caminamos. Hablo de planteamientos, diagnósticos, propuestas, soluciones que acojan y analicen los distintos pareceres y encaminen a la nación. ¿No es ésta una facultad –y una obligación– inherente a las atribuciones del Consejo, que depende de usted?
Por lo pronto, hay dudas razonables. Persisten y se multiplican las informaciones encontradas. Los discursos y las conferencias exponen cierta versión de la realidad. Los noticieros y los comentarios, que abundan, ofrecen otra versión. Los ciudadanos “de a pie” estamos en medio, a la expectativa, cruzando los dedos para que no nos caiga el rayo de la pandemia. Mientras aguardamos el arribo de nuestro destino –que vendrá a nosotros; nosotros no iremos a él–, esperamos esos “otros datos” que seguramente se hallan en su manga. Nos urge conocerlos. Vengan, pues, los “otros datos” que seguramente tiene usted.

