“Los hombres, no pudiendo curar la muerte,
la miseria y la ignorancia han decidido no pensar”.Pascal
A lo largo de estos más de 60 días de autoconfinamiento social, hemos vislumbrado las impetuosas transformaciones sociales que se avecinan para un proceso civilizatorio fincado en principios comunitarios, cuyas máximas expresiones son las grandes concentraciones sociales provocadas bajo cualquier excusa, lo que nutre en sus participantes el sentido de pertenencia y vida en común con sus congéneres.
Este intempestivo proceso, —cuyo desenlace es incierto y amenazador—, asume a través de la llamada “nueva normalidad” una serie de actitudes obligadas que radican principalmente en el alejamiento físico para la autoprotección ante el contagio, a través de diversas medidas promovidas por médicos y científicos que están seguros de las acciones impulsada, a pesar de estar conscientes de provocar con ellas un distanciamiento social que rompe con un paradigma que es fundamental para la humanidad desde sus orígenes.
A lo largo de su historia, la humanidad ha buscado sortear las amenazas sanitarias a través de las más diversas formas, técnicas y clínicas aplicables a atenuar los daños mortíferos que causan; como bien conceptualizó Michel Foucault, estas acciones desembocan en el panoptismo, una forma física de segregar y controlar desde una peste sanitaria hasta la peste delincuencial, logrando con ello el aislamiento del problema, pero no su solución.
Esa constante social, presente en este momento histórico, subyace en los debates y reflexiones que los diversos responsables de la cultura, en las principales ciudades del mundo, estamos llevado a cabo, reconociendo que la #nuevanormalidad impuesta rompe con un principio fundamental de los derechos culturales: la vinculación comunitaria entre creadores, promotores y públicos.
Conscientes de la importancia sanitaria que conllevan las medidas propuestas por los gabinetes científicos y médicos para lograr el retorno a una normalidad social sin riesgos, los responsables de cultura asumiremos el costo que ellas conllevan, sí y solo sí se entiende que la única cura al aislamiento social que provoca Covid-19 es precisamente la Cultura en sus expresiones virtuales y presenciales, lo cual nos obliga a apostar contundentemente por construir nuevos paradigmas que garanticen los derechos culturales de habitantes y visitantes de nuestras ciudades y países.
En ese contexto, la obra “La cultura en el mundo de la modernidad líquida” del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, debe convertirse en una certera carta de navegación ante los nuevos retos que Covid-19 le impone a la Cultura; en este sentido debemos proponernos asumir como gobiernos la urgente subsidiariedad que requiere el patrocinio de la creatividad cultural ante el dilema de no pensar como consecuencia de sus fracasos para remediar muerte, ignorancia y pobreza, tal y como en su época lo retrató el francés Blas Pascal durante la crisis sociosanitaria que, en el s. XVII, le tocó vivir.

