Por Joaquín Narro Lobo y José Narro Robles
La jornada de sana distancia terminó después de 69 días y el gobierno decidió que a partir del 1 de junio nos encontramos en una “nueva normalidad”. ¿En verdad lo que ha iniciado es una “nueva normalidad” respecto de lo que hasta antes de la pandemia habíamos vivido? Hay quienes creemos que no. No se puede hablar de una normalidad novedosa cuando mucho ha cambiado y tras lo que todos tendríamos que cambiar. Anteponer el adjetivo nuevo podría llevarnos a confirmar que, a pesar de todo y después de tanto, no aprendimos la lección.
El mundo atraviesa por una de las situaciones más graves de la historia reciente. Cientos de miles de muertes apiladas y cientos de miles más en espera de formar parte de la estadística. Más de seis millones de personas contagiadas y muchas otras en la línea de quienes se van a infectar durante los próximos meses. Decenas de millones de individuos han perdido su empleo y a muchos otros les sucederá lo mismo en algunas semanas más. La explosión nos alcanzó a todos, a los del Norte y a los del Sur; a los países desarrollados y a los que trabajan para serlo; a Occidente y a Oriente; a los regímenes democráticos y a los que no lo son; a las naciones abiertas y a las que son cautas en su proceder. En muy pocas semanas la humanidad entera entró en estado de choque. La falta de liderazgo se expresó con crudeza en muchas naciones y la economía del mundo tropezó con un volcán en erupción.
Todo lo anterior pareciera no ser suficiente para hacernos comprender que, a partir de ahora, no es posible hablar de ninguna normalidad, así sea una “nueva normalidad”. Por eso quizá sería conveniente entender que el mañana, el que venga después de la pandemia, debería ser una nueva etapa en la historia de la humanidad a la que más valdría llamarla la post normalidad. La historia nos enseña que las grandes crisis han sido seguidas con transformaciones de fondo. A la peste, que azotó a Europa en la Edad Media y que costó la vida de decenas de millones de personas siguió el Renacimiento; a los horrores del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial sobrevinieron los Derechos Humanos y un orden mundial distinto, con instituciones y marcos diferentes, con nuevos equilibrios y la búsqueda de una gobernanza más eficiente.
No se trata de una cuestión semántica o incluso semiótica. Esto va más allá de los significados, de los signos y los símbolos que nos ayuden a comprender la dimensión de lo sucedido y a explicar el momento y la situación en que nos encontramos. Tenemos que entender que casi nada deberá ser igual. No debe serlo porque sería condenarnos a desperdiciar la oportunidad de transformarnos como personas, como ciudadanos, como seres sociales. Es cierto, diminutos frente a la inmensidad de un virus micrométrico cuyo impacto humano, social, económico y político ha sido devastador, pero así y todo, capaces de levantar una realidad distinta y mucho mejor, más humana, con más valores y mayor respeto a la vida.
De esto trata la post normalidad. De no creer que el cambio consistirá en hacer de las mascarillas un aditamento cotidiano para salir de casa, de incorporar a nuestra rutina el lavado de manos de cuando menos 20 segundos de duración. De no pensar que todo se debe medir con la mirada y calcular una distancia de un metro y medio entre nosotros y los demás, de no volver a saludar de mano o de beso, de no dar un abrazo, o de llevar siempre con nosotros un recipiente de alcohol gel para casos de emergencia en los que no tengamos la posibilidad de lavarnos las manos. Todo esto sería doloroso pero sencillo. Tan solo tendríamos que adecuar nuestros hábitos a un nuevo estilo de vida en el que, de fondo y en esencia, nada cambia y todo sigue igual.
Hablemos de post normalidad. Hablemos de generar una conciencia individual que nos haga entender que somos personas, pero también parte de grupos, colectivos y sociedades. Hablemos de entender que la pandemia nos demostró que podemos ser solidarios, pero que la solidaridad es un bien escaso cuando no admitimos nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Hablemos de empezar a hacer las cosas de manera diferente, pues el planeta nos mostró una cara distinta en cuanto nos quedamos en casa, con muchas especies de animales recuperando lo que siempre ha sido de ellos y hoy hemos llenado de concreto o de basura. Hablemos de cambiar para dejar de lado el consumismo desmedido que genera desperdicio y contamina nuestro ambiente, ese que hoy nos tiene, en buena medida, en el lugar y el aprieto en los que estamos.
Los gobiernos también deben hablar de post normalidad. Adjetivar como novedad lo que viene, sería muy fácil y también muy irresponsable. La “nueva normalidad” daría lugar a que se repitieran las viejas formas y prácticas de entender el ejercicio del poder político, sin comprender que los Estados ya no pueden ser lo que el siglo XX y la globalización nos dejaron, pues esto es, en parte, la causa de las consecuencias. En lo interior, los Estados tienen que apostar a políticas públicas equitativas y de justicia social, donde las preguntas no sean “y ahora, ¿qué hacemos con los pobres?” o incluso “¿qué hacemos con los ricos?”, sino “qué hacemos entre todos y para todos”. Para ello la democracia, el régimen de libertades, la justicia social y las instituciones deben fortalecerse.
Hacia afuera, los Estados nacionales deben apostar por el fortalecimiento de una gobernanza global redefinida, más democrática y participativa, con un nuevo entramado institucional, con equilibrios que los doten de capacidades para hacer frente a tragedias como la que ha significado la pandemia de Covid-19 que no será, por cierto, el último desafío. En la lista de espera están claramente anotados nuevos virus y la amenaza mayor: el cambio climático global. Pero también esperan solución viejos males de siempre: la intolerancia, el racismo, el machismo, la desigualdad, la exclusión, entre muchos otros. Todos ellos no deberían tener cabida en la post normalidad.
Cuando las guerras terminan, los países entienden que lo que vendrá no será una nueva forma de seguir igual. Quizá por ello a ese periodo de años siguientes a un conflicto lo denominamos post guerra. Así nosotros. Así la vida después de la pandemia. Nada será normal, pues la normalidad, vieja o nueva, se terminó. A lo que nos está pasando debe seguir una etapa de reflexión y de cambios profundos y definitorios para la subsistencia de la sociedad humana y del planeta mismo. La distinción no es de forma o epidérmica. Mucho menos se trata de un acto de arrogancia de quien acuña un término para distinguirse. Se trata de un acto de congruencia con la lección vivida, de comprender las enseñanzas que asfixiaron vidas, pero que no deben ahogarnos como humanidad. Lo que debe seguir a la pandemia es post normalidad, no “nueva-vieja” normalidad.

