En el contexto de una reconfiguración geopolítica global, que obedece entre muchas razones a la ineptitud del zafio inquilino de la Casa  Blanca, que por ignorancia e incomprensión de los equilibrios construidos por los Estados Unidos como país vencedor de la 2ª Guerra Mundial, los dinamitó sin construir nuevos y se replegó a su mundo de aldeano primitivo, hoy enfrenta los embates de una conflagración social.

La guerra comercial con China y la exacerbación de una xenofobia irracional contra los asiáticos a quienes intenta culpar de su pésima gestión sanitaria de la pandemia del Covid-19;  lo tiene colocado contra la pared. Los Estados Unidos presenta el mayor índice de contagiados y de muertes  por la enfermedad, misma que en sus inicios fue desestimada por el inefable Trump, como el virus chino y, hoy en busca de arriendos electorales busca imputarle la culpa de su propagación y con soberbia y arrogancia imperial decide abandonar la OMS, como si con eso pudiera detener la pandemia y ganar la elección.

La administración de Trump, cosecha lo sembrado. Su gobierno autoritario que auspició y dio voz a las venas más profundas de la sociedad norteamericana, exhumando el racismo, la intolerancia y la división entre blancos y negros, calificando de malos a negros, latinos, cobrizos, asiáticos y cualquier otra raza, no anglosajona, hoy recoge los frutos de su intemperancia.

La división social entre blancos y negros en la sociedad estadounidense siempre ha estado presente. La conformación como Nación independiente y su Constitución otorgaron igualdad ante la ley a todos, pero el fin de la esclavitud y el ejercicio de las libertades consecuentes, se obstaculizo hasta la mitad del siglo XX. Los afrodescendientes tuvieron que luchar por el pleno ejercicio de sus libertades y la erradicación de las absurdas formas de discriminación que los agobiaba día con día. Y tuvimos que ver arder un verano el Mississippi y todo el sur profundo para que los hombres de color pudieran acudir a las escuelas, terminar con las prohibiciones de acceso y uso de los servicios públicos y privados.

A pesar de todo en forma larvada y con episodios de violencia extrema, tuvieron que acudir a formas de lucha, explicada por los años de sufrimiento, para avanzar o en su caso defender los logros alcanzados, asi a mediados de los sesentas ardió el barrio negro de Wats en Los Ángeles y años después el Bronx en New York y en incontables ciudades cuando sucedió el asesinato de Martin Luther King, defensor de los derechos civiles y que planteaba una lucha pacífica.

Y cíclicamente ante una violencia policial que arremete contra los afrodescendientes con una brutalidad bestial, la ira, la cólera el odio contra quien te humilla y agravia se manifiesta de manera colectiva con incendios, caos y destrucción. Lo que hoy testimoniamos es una verdadera insurrección social en contra de las políticas y los excesos verbales del presidente estadounidense que hasta el cansancio ha ofendido y vilipendiado, no solo a los negros, también a los latinos y asiáticos.

En un acto de cobardía que evidencia su falta de liderazgo, Trump se encerró en el bunker de la Casa Blanca, y amenazó con utilizar el ejército contra los manifestantes. En esta coyuntura, sería una afrenta a ambos pueblos que AMLO concrete su visita a Trump. Alguien que sea escuchado, debería decirle al Presidente, que Trump apuesta egoístamente en el proceso electoral y que estima que polarizando al pueblo a la sociedad podrá ganar.  Los demócratas del mundo, confiamos que una vez más, en las próximas elecciones el admirable pueblo norteamericano, exprese su compromiso  con  la democracia, la igualdad, y la libertad.