De lo malo, lo bueno. Es posible que en sus 46 años de vida, el ciudadano afroamericano George Floyd, originario de Fayettville, Carolina del Norte, haya pensado que su muerte causaría  tanta conmoción, en su país y mucho menos en el extranjero. Aunque probable, Floyd tampoco quiso ser víctima de un acto racista policiaco, como tantos otros que suceden diariamente a lo largo y ancho de la Unión Americana. En algún momento creyó que por su estatura, alrededor de                                                                                                                                                 dos metros, podría ser un buen jugador de basquetbol, de éxito, lo que le permitiría bonancible tren de vida para él y su familia. Tampoco fue así. Sus aspiraciones profesionales terminaron como guardia de seguridad.

 

El hecho es que este asesinato, a manos de un policía blanco, Dereck Chauvin —con 18 denuncias de abuso de autoridad en su contra— ayudado por otros tres agentes, que detuvieron a Floyd con todos los excesos de fuerza posible en una tienda por haber pagado con un billete falso de veinte dólares,  no sólo causó conmoción en Minneapolis, donde murió, sino que la reacción que provocó este crimen generó protestas sin precedentes en las calles de las principales urbes estadounidenses y en muchas ciudades en países de tres continentes, en contra del racismo de EUA y de otras partes del globo..

El infortunado Floyd, dominado por Chauvin, tirado en el suelo, con la rodilla sobre el cuello, durante ocho o nueve minutos,  empezó a tener problemas de respiración y hasta en once ocasiones gritó, desesperado: “I cant´t breathe!” (”!No puedo respirar!”). Palabras que se convertirían en el lema de los manifestantes antirracistas en todo el mundo.

Miles y miles de personas han expresado durante doce jornadas consecutivas, por lo menos, su repudio a la discriminación. En Brasilia,  Río de Janeiro y São Paulo, Sídney, Londres, Edimburgo, Bristol, Madrid, Barcelona, Bruselas, Amberes, París, Berlín, Tokio, Seúl, Ciudad de México, entre muchas otras, poco les importó la mortandad provocada por la pandemia del coronavirus, y el posible contagio. Lo importante era salir a la calle para manifestar su repudio a la discriminación en contra de los negros, descendientes de los esclavos que secuestraban los mercaderes de seres humanos en Africa y vendían como animales en América. Las ganancias de la esclavitud negra volvió millonarios a muchos blancos en Estados Unidos de América y en otras partes del otrora poderoso Imperio Español. La esclavitud procreó el racismo y sus secuelas todavía no cierran la heridas en la Unión Americana. No solo con la comunidad negra, sino con todas las minorías que han llegado a los dominios del Tío Sam en busca del American way of life, prácticamente desaparecido.

En esencia, la muerte de George Floyd hizo posible que el mundo se levantara en contra de la discriminación. En todos los casos, las marchas callejeras dentro y fuera de los 50 estados de la Unión Americana han agregado inconformidades locales a la exigencia internacional de un alto al racismo y a la violencia policial. Lacras enquistadas en infinidad de instituciones y en la mentalidad social de gran número de países que cuentan con legislaciones discriminatorias, aunque parezca imposible. En algunos casos se habla ya de cambiar, radicalmente, los sistemas policiacos. Hasta ese grado.

La esclavitud es el pecado mortal de EUA en una desgarradora historia de sufrimientos que nació hace cuatro centurias. Un barco negrero holandés desembarcó en la colonia inglesa de Virginia a poco más de 20 africanos esclavizados, en agosto de 1619. No es posible entender la Unión Americana sin su régimen esclavista.  , a la par del aborrecible supremacismo blanco.

Lo que sucede en estos días en EUA no tiene final previsto. Este inaceptable episodio puede desembocar en tópicos históricos imprevistos. Incluso, cambiar el orden mundial. El desempeño del presidente Donald John Trump a nivel internacional ha roto con el liderazgo estadounidense que prácticamente ha mantenido en sus manos desde la Segunda Guerra Mundial, abriendo paso a un posible nuevo líder mundial: la República Popular China, a la que trata de culpar como responsable de la pandemia del Covid-19. Sobre todo por las consecuencias de la misma: los más de cien mil muertos, los casi dos millones de infectados y, sobre todo, los 40 millones de desempleados con motivo del virus y los altos niveles de pobreza en todo el país.

El problema racial que sufre EUA casi desde su fundación se ha agravado por la presencia en la Casa Blanca de Donald Trump. El presidente en funciones no debería ser parte del problema,  perol ahora sí lo es. En su calidad de comandante en jefe del Ejército, el magnate ha confirmado “…su vocación de agitador en jefe”. En el portal Other News, de Pedro Rodríguez se afirma: “Dentro de su interesado fomento de todas clase de tensiones y divisiones…(Trump) ha jugado con fuego instrumentalizando …el problema racial”.

De tal suerte, explica Jesús (Chuy) García —primer migrante mexicano de Chicago elegido al Congreso—, parlamentario por el IV distrito de Illinois en la Cámara de Representantes de EUA: “…la gente salió a las calles para exigir el fin. Al reclamo en las prácticas policiales…El asesinato de George Floyd es el resultado de la historía racista de EUA: siglos de esclavitud y el sistema de leyes segregacionistas conocidas como “Jim Crow”. Durante largo tiempo, los supremacistas y racistas blancos han controlado nuestra cultura policial que trata a las personas afroamericanas y latinas como menos que humanos. No todos los policías son culpables, pero debemos terminar de raíz con el racismo y la complicidad en nuestras fuerzas de la ley…Sabemos por experiencia que hay fuerzas que buscan dividirnos para beneficio de sus propios intereses…En lugar de unificar a un país en pena y mostrar la determinación para lograr justicia, el presidente Donald Trump y sus simpatizantes están avivando intencionalmente la división y el odio…Una táctica que hemos visto antes…Cuando el Ku Klux Klan y las fuerzas policiales intentaron desacreditar al doctor Martin Luther King, desestimaron la humanidad de millones y utilizaron la “ley y el orden” como una excusa para la brutalidad. Cuando enviaron agentes de migración a nuestras calles para separar a los niños de sus madres, usaron “la ley y el orden” para justificar la deshumanización de las familias migrantes. Ahora, Trump está usando la vieja jugada de la “ley y el orden” para enfrentar a los afroamericanos y latinos entre sí. Nueva década, mismas malas jugadas”….”Las vidas afroamericanas importan. La justicia importa. La solidaridad importa. Sólo si nos unimos podremos marchar hacia un cambio duradero y hacia la equidad racial en Estados Unidos”.

Además, el juego electoral de Trump se termina el próximo mes de noviembre. En cinco meses. Mientras tanto, el magnate quiso imponer la “ley y el orden” con mano dura contra los manifestantes pacíficos que se concentran en las calles del país. Con por lo menos seis muertos y casi cinco mil personas detenidas a lo largo y ancho de la Unión Americana, el ambiente lejos de calmarse se caldea más. El presidente contribuye con su discurso en clave electoral a que así sea. Trump es un showman de televisión convertido en el líder de la nación más poderosa militarmente hablando del planeta, que hace de su mandato un espectáculo retransmitido las 24 horas del día a nivel mundial y cuyas maniobras de actuación —y de distracción— son el guión de una estrategia incendiaria seguida al pie de la letra.

Pero el asunto va más allá de lo que consideran los republicanos devotos de Donald Trump. David Brooks, autor de la columna American Curios, escribe: “Estados Unidos está an el precipito entre lo que se llama democracia y algún tipo de Estado autoritario  con tintes fascistas. Eso. Advierten generales y almirantes, ex altos funcionarios, líderes religiosos, figuras públicas e intelectuales progresistas y conservadores, un coro qué tal vez no comparte otra cosa que la necesidad urgente de sonar la alarma”.

Agrega Brooks: “La ola de protesta más amplia jamás vista en la historia de EUA…Es en el fondo una defensa de los principios democráticos fundamentales que podría llevar…al rescate de este país”.

“Pero la respuesta de la Casa Blanca —abunda el autor—, y sus aliados amenazando con el uso de tropas militares para reprimir a ciudadanos estadounidenses ejerciendo sus derechos constitucionales provocó un estado de alerta sobre el futuro inmediato de la democracia de este país. Cinco generales —dos de ellos ex integrantes del gobierno de Trump (el ex secretario de Defensa, James Mattis y el ex jefe de gabinete, John Kelly), otros dos que fueron jefes del Estado Mayor (Martín Dempsey y Colin Powell, quien también fue secretario de Estado con George W. Bush), un ex comandante de la guerra en Afganistán y de la OTAN (John Allen) y un almirante también ex jefe del Estado Mayor (Mike Mullen) han expresado que el actual comandante en jefe está amenazando a la Constitución y a la democracia”.

En fin, John Allen, ex general de cuatro estrellas, y jefe de los marines, escribió: “podríamos estirar viendo el inicio del fin del experimento estadounidense”, pero las protestas podrían ser lo que rescate al país con un cambio que “tiene que venir desde abajo”. Como siempre, suele ocurrir.

La suerte de Donald Trump y la de EUA está echada. En cinco meses se  verá el desenlace. VALE.