López Obrador fue a Washington a tratar de revivir a un muerto.
Todas las encuestas indican que a cuatro meses de las elecciones en Estados Unidos, Donald Trump será derrotado por el demócrata Joe Biden. El mandatario norteamericano trae una desaprobación del 57 por ciento y un rechazo del voto latino que llega al 70 por ciento.
Las razones de la desaprobación son obvias. Los estadounidenses lo culpan de ser el principal responsable de la crisis sanitaria y del fuerte impacto que el Covid-19 ha tenido en la economía. Lo acusan de ser racista, incapaz y mentiroso.
Así que los estrategas de campaña de Trump recomendaron invitar a la Casa Blanca al presidente de México para que los 36 millones de mexicanos, que viven en Estados Unidos y representan el 58 por ciento del voto hispano, los vieran “tomados de la mano”.
En los jardines de la residencial oficial se montó un mini show para que López Obrador hablara bien de su homólogo norteamericano y Trump tuviera la oportunidad de intentar enamorar a esos electores que con frecuencia llama asesinos y violadores.
Desde lo estrictamente diplomático, la visita de AMLO a Washington no tuvo lógica, ni tuvo agenda. La renovación del T-MEC se usó como fachada para justificar un viaje con un propósito eminentemente electoral.
Como bien lo dijo el empresario Bosco de la Vega, ninguno de los empresarios que fueron invitados a la gira tuvieron que ver en su momento con la intensa renegociación del tratado comercial.
El verdadero objetivo de la vista quedó evidenciado en la última parte del discurso de López Obrador. Ahí, el otrora defensor a ultranza de la dignidad nacional se enterró a sí mismo. Dio pena ver cómo el tabasqueño hacía apología de un presidente conocido por su xenofobia, que amenazó a México con imponer aranceles si no detenía el flujo de migrantes y ordenó hacer más grande un muro que representa el odio de Donald Trump hacia los que no son de su raza.
“Usted no ha pretendido tratarnos como colonia, sino por el contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente”. ¿Dónde quiere López Obrador que pongamos esta frase? ¿Tal vez en el Congreso? ¿Arriba o abajo del apotegma “La Patria es Primero”?
Pero la clave de su presencia en la Casa Blanca está en el último párrafo, redactado para que lo escuchen los votantes mexicanos de allá: “Por eso estoy aquí, para expresar al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto…” Sólo le faltó decir: “Ahí se los encargo, voten por Trump, por favor”.
Pero los especialistas en comportamiento del voto latino no son tan optimistas. Aseguran que la visita de AMLO hará cosquillas a los electores. “No hay un solo votante hispano que no sepa por quien votar y que esté esperando la opinión de López Obrador para hacerlo”.
El mandatario mexicano también vio en ese viaje una ventaja. La necesidad de hacer un pacto entre dos populistas autoritarios que están perdiendo rápidamente aceptación y que, como lo señalo el politólogo Francis Fukuyama, pueden ser derrotados por la pandemia.
Entre Trump y AMLO hay más similitudes que discrepancias. Son como dos gotas de agua. Aunque López Obrador señaló en su discurso, “algunos pensaban que nuestras diferencias ideológicas habría de llevarnos de manera inevitable al enfrentamiento”, tal divorcio de pensamiento y mentalidad no existe.
Ambos mandatario, —se dice en Estados Unidos—, están cortados de la misma tela. No les gusta la prensa libre, la democracia, la transparencia, las criticas, las energías renovables, la ciencia, el respeto a las leyes.
Biden representa exactamente lo contrario. Su triunfo sería una buena noticia para Estados Unidos y el mundo, pero una muy mala para el inquilino de Palacio Nacional.
En la oficina Oval de la Casa Blanca, sentados en sillas de respaldo alto con tapiz amarillo, colocadas al frente de una chimenea sobre la que cuelgan los pinturas de los padres fundadores de la Unión Americana, Donald Trump y López Obrador acordaron ayudarse mutuamente para sobrevivir. “Hoy por mi, mañana por ti”. En eso consistió el viaje.