En los últimos días, mientras la crisis de inseguridad se acentúa y el régimen no quiere reconocer que nuestra crisis económica se empieza a convertir en un verdadero huracán financiero, atestiguamos cómo ha iniciado con la vista puesta en el 2021, la guerra de lodo, descalificaciones y denuesto entre el Gobierno y sus “adversarios”. Lo que menos importa es el país, su viabilidad, su porvenir y el futuro de su población, a ellos lo que les preocupa es su propio futuro político y desde luego seguir medrando dentro del presupuesto.

En estos momentos definitorios por muchos motivos de la crisis financiera global, lo que los mexicanos esperamos es tener un presidente con visión de Estado, que haciendo a un lado su propio y legítimo interés partidario, privilegie el futuro mismo de nuestra patria; y lo que percibimos es un político que busca a cualquier precio que su partido siga gobernando, sin apreciar cabalmente que una mayoría de la población está llegando a un hartazgo.

El más reciente motivo o pretexto de la guerra de descalificaciones, ha sido el nivel de corrupción del pasado, para ello desde las trincheras se ha recurrido a la vieja artimaña de la filtración a la prensa, para evidenciar las denuncias y los implicados en las mismas, a fin de golpear y ablandar a los partidos de oposición al partido en el poder en particular y al grupo compacto que se ha nucleado alrededor del presidente, nulificando la legalidad del debido proceso.

Es cierto y nadie niega que ha habido una enorme corrupción; en la Federación y en los estados de la República que han abusado del erario público, que carecen de un mecanismo eficaz de rendición de cuentas y que existe una gran opacidad respecto de la trasparencia en el ejercicio de su gasto público; que debe denunciarse y juzgarse.  Los gobiernos de los tres ámbitos de Gobierno y del partido dominante, tienen cola que les pisen y no hay cual se salve.

Es por ello que resulta indignante, que partiendo del supuesto que la sociedad mexicana es ciega, sorda y lerda, se enfrasquen en una lucha libre de lodo y estiércol, como preludio de la guerra sucesoria en 15 gubernaturas y 500 diputaciones federales buscando posicionar a sus campeadores, obtener recursos, lastimar a los adversarios y descalificar –incluso a opositores internos–, a fin de avanzar en sus proyectos de retener o recobrar o alcanzar el poder.

En verdad los capitostes del régimen no entienden que la crisis global requiere de lo mejor de todos para sortear el vendaval financiero nacional e internacional, que no basta la defensa, reservas monetarias, control de inflación, finanzas públicas sanas, en estos momentos requerimos de consensar medidas de políticas públicas que pongan el acento en el fortalecimiento del mercado interno, a través de inversión en infraestructura, generación de empleo y desarrollo social.

En sentido contrario desde el gobierno, lejos de buscar la unidad en lo esencial, se privilegia el pleito, el encontronazo, el descontón, el insulto y la infamia, utilizando para ello la guerra propagandística, los corifeos a modo, los plumíferos a sueldo, y las focas doctorales de las mañaneras, que están poniendo en escena una zarzuela que, si no fuera tan trágica, nos divertiría. La respuesta desde la oposición, tampoco es aplaudible, reaccionan y recurren a los mismos viejos trucos que tuvieron en su tiempo, gastan en los medios recursos que le harán falta más adelante y desempeñan el papel de patiños en una tragicomedia que a todos agravia y lastima.

Tampoco podemos obviar que este enfrentamiento forma parte del espectáculo circense a que nos tienen acostumbrados la clase política, y los legisladores con motivo del próximo periodo de sesiones y de la ya próxima negociación de la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Gasto Público, misma que suele amarrar los techos presupuestales a la aprobación de iniciativas en curso; habrá que santiguarnos acaso, para que no aprueben reformas constitucionales que nos lleven a un régimen totalitario, esto sería claramente violatorio de derechos humanos, o que se apruebe una nueva  reforma laboral sin una discusión seria, cuyo proyecto original lesiona los legítimos derechos de los trabajadores. Los políticos son tan previsibles que seguramente lo estaremos comentando en los próximos días.