En el inicio del nuevo gobierno, empeñado en una transformación por la que estamos pagando un alto precio, algunas acciones nos previnieron sobre los signos de esa transformación y los métodos para alcanzarla. Entre los primeros actos de la puesta en escena figuró el retiro de recursos a centros de cuidado infantil, que privó a numerosas madres de familia de la posibilidad de atender necesidades de sus hijos. “Que las atiendan –se dijo– las abuelas” (pero también éstas son mujeres). Luego se suprimió el apoyo que muchas mujeres recibían en albergues de protección contra la violencia.
Para sustentar esos pasos erróneos se alegó el combate a la corrupción. Hubo cargos generalizados, pero no responsabilidades probadas, sujetas a medidas consecuentes. En esa etapa intervino también otro dato característico de los vientos que impulsan las velas de la transformación: política de ahorro a rajatabla, que no permite el “dispendio” en la atención a las mujeres vulneradas. No gastaremos en ellas. Deben buscar otros asilos, sea de benefactores privados, sea de organizaciones internacionales. Y punto.
Hervían el agua y la ira por esta política de desamparo cuando algunos movimientos feministas izaron banderas. Había aires de guerra. Se advertía la existencia de inquietudes reprimidas, que podrían provocar una oleada de insurgencia. Teníamos experiencia en alzamientos de este género: por ejemplo –¡magno ejemplo!– la revolución cultural del 68, a cincuenta años de distancia. Los agentes de una transformación obstinada no percibieron la inminencia del alzamiento. En la más alta tribuna, diligente cuando se trata de arremeter contra sus “adversarios”, se negaron o cuestionaron las razones de la insurgencia femenina. Y salió la violencia a las calles. Cosechamos las consecuencias de la lejanía de las autoridades frente a los legítimos apremios de las mujeres. Por supuesto, el mando supremo pudo y debió encabezar las justas reivindicaciones.
Y siguió la mata dando. Volvió al camino el ahorro a todo trance. Ahorro, emblema de un gobierno austero, en la frontera de ser “franciscano”, que ha mella programas culturales y científicos y multiplica sombras sobre el desarrollo de la nación. En cambio, distrae buena parte de los fondos de reserva –sin licencia ni información sobre su destino– y aplica recursos cuantiosos en obras “insignia” –se dice– del flamante gobierno. Se retiró una parte sustancial del presupuesto destinado a promoción y defensa de los derechos de las mujeres, dejando al garete los programas que algunas instituciones tenían a su cargo. Interesó más proveer de tornillos a Dos Bocas –desaconsejada por los especialistas– que atender programas de protección y desarrollo.
Llegó la pandemia. Avanzó a paso acelerado. Se volvió catastrófica. Han fallecido decenas de millares de mexicanos. Y la curva –oficialmente domada– sigue cuesta arriba. Pero no me distraigo de mi tema. Invoco la pandemia porque en esta circunstancia trágica aparecieron nuevos problemas para las mujeres, primer frente de batalla en las tareas de la salud y la protección de los hogares, sobre todo los desvalidos, azotados por graves carencias. Mientras éstas persisten, Dos Bocas avanza.
La presión de aquella circunstancia ha generado mayor violencia contra las mujeres. Las condiciones de reclusión doméstica, los problemas de movilidad, la necesidad de atender tareas dentro y fuera de los hogares –que en ocasiones son asfixiantes– han influido en el incremento de la “violencia intrafamiliar”. Pero algunas autoridades, incluso la más encumbrada, han negado –contra hechos flagrantes y denuncias constantes– que existan motivos de alarma. Echando mano de argumentos manidos, se atribuyó la información sobre este drama a intereses mezquinos y oportunistas de los “adversarios” políticos.
Al mediar agosto, el diario “El Universal” y la Fundación Miguel Alemán, a través de su comisión de equidad de género, auspiciaron un foro –con sana distancia y medios electrónicos– para deliberar sobre la violencia contra las mujeres. Participaron expositoras de diversas formaciones y procedencias, provistas con información de primera mano. El análisis fue riguroso. Quedó a la vista un panorama sombrío. En él figuran la violencia intrafamiliar y externa –que sólo ignoran quienes sólo piensan en la concentración del poder y la preparación de las futuras elecciones–, obstáculos numerosos para el acceso al empleo, problemas en los hogares y en la educación y el trabajo, enrarecimiento de los servicios públicos y otros agravios que mantienen vivo el doble drama de las mujeres en la sociedad masculinista: discriminación y violencia.
Se insistió en diagnósticos y sugerencias frecuentemente reiteradas e invariablemente desatendidas. Ante todo, la necesidad de entender con honradez intelectual la situación en que se hallan las mujeres, que enfrentan los problemas que aquejan a todos los ciudadanos y los específicos que sufren en su condición de mujeres. Hay un extenso catálogo de temas de género pendientes, sin solución suficiente y duradera. Esta situación reclama acciones en una doble vertiente: la que incumbe a las autoridades del Estado –federal, local, municipal–, y las que conciernen a la sociedad, que debe revisar a fondo sus patrones culturales. Obviamente, estos problemas y las soluciones correspondientes atañen a varones y mujeres. No es honesto ni justo ni productivo dejar que las mujeres libren a solas sus batallas –aunque muchas lo han hecho con denuedo–, abandonadas a sus fuerzas. Es preciso que los hombres actuemos a su lado, comprometidos: ese compromiso moral y material atañe al futuro común.
Es indispensable operar con talento y energía en diversos campos, ya labrados: ejercicio de políticas públicas –para usar el socorrido concepto, que no se reduce a documentos, sino exige acciones consecuentes y sostenidas–; revisión de normas nacionales y recepción de disposiciones internacionales que aguardan a la puerta del orden jurídico mexicano; suministro de recursos suficientes para el cumplimiento de estas tareas –aunque padezcan Dos Bocas y otras obras insignia–, y análisis puntual y objetivo de las instituciones que operan en este ámbito, con indicadores estrictos que permitan observar su rendimiento. Algunos organismos han actuado con decisión en este sentido; así, la UNAM por acuerdo de su Consejo Universitario.
El análisis de actuación, con sus consecuencias prácticas –porque no es apenas un estudio académico–, no se refiere sólo a los órganos que actúan específicamente en la promoción y la defensa de los derechos de las mujeres, sino a todas las instituciones del Estado –y muchas de otros sectores–, considerando que esa promoción y esa defensa cruzan transversalmente diversos ámbitos públicos y privados. No bastan las acciones en algunos espacios y la rendición de cuentas en ellos, que pueden ser plausibles, pero son limitadas. Es preciso que la conducta eficaz y transparente y la rendición de cuentas alcancen todos los ámbitos, porque en todos, interconectados e interdependientes, se hallan pendientes la suerte de las mujeres y la justicia de género.
La tarea, emprendida contra viento y marea, a despecho de culturas opresivas, será quehacer de mucho tiempo. En rigor, de todo el tiempo y de todos los integrantes de una sociedad que debe remontar escollos culturales y militar por una justicia igualitaria. Bien que haya medidas transitorias, pero mejor que se trabaje para construir una sociedad igualitaria y equitativa. Celebro que la mesa de reflexión a la que me he referido insistiera en planteamientos que compartimos, pero aguardo el día en que las celebraciones no se contraigan al discurso, sino correspondan al camino andado y a las metas alcanzadas.
Mientras tanto, las mujeres y los varones debemos mantener la guardia y sostener la batalla que entró en receso bajo las urgencias de la pandemia. Que vuelvan las exigencias, las manifestaciones, las reclamaciones legítimas. Con pandemia o sin ella. Por otra parte, esta enfermedad puso en relieve la persistencia de la discriminación y la violencia contra las mujeres. No menos combativa debe ser la reacción contra estas dolencias que las victiman.

