En la memoria se atenazan recuerdos, efemérides que dan cuenta de actos consumados para describir nuestro pasado desde tiempo presente y atisbar el porvenir. Muchas veces se ha escrito que nuestro país está impregnado de una desmemoria, todo tiende a disiparse, a una anulación temprana, también contamos con una historia oficial repleta de mitos amplificados por lugares comunes.
Para quienes vivimos en Morelia el mes de septiembre nos remonta a los pasados que no se fueron, en la capital michoacana se izaron las banderas de libertad en la primera decena del siglo XIX a través de egregios pensadores inspirados por la ilustración para detonar el movimiento insurgente. Miguel Hidalgo y Costilla fue rector del Colegio de San Nicolás, José María Morelos y Pavón fue alumno de esta legendaria institución, además nació en la antigua Valladolid hoy Morelia.
El 15 de septiembre somos testigos de un ritual solemne para evocar una estampa imperecedera a favor de la independencia, flama que iniciara en Dolores, Guanajuato, con el cura Don Miguel Hidalgo.
En el año 2008 la noche en Morelia transcurría en medio de actividades cívicas y artísticas tradicionales, el grito, el repique de campanas y vivas a los héroes. Todo previsible hasta ese momento.
Poco después vendría el caos y los impulsos homicidas harían detonar dos granadas, muertos, lesionados aunados al temor e incertidumbre pintaban un cuadro sombrío plagado de interrogantes sin respuesta.
El ambiente festivo se tornó oscuro, la noche fue ultrajada por criminales que atentaban contra la población de modo alevoso, cobarde. No se daba crédito ante la infamia perpetrada desde la oscuridad. La sicosis ganaba terreno, las personas afectadas en la plaza Melchor Ocampo, frente a Palacio de Gobierno fueron canalizadas a diferentes nosocomios, el caos avanzaba.
La violencia en nuestro país no disminuye, vivimos en plena pandemia, también en un tejido social ajado en donde la certidumbre se extravía frecuentemente.
El 15 de septiembre de 2008 permanecerá en la memoria colectiva porque en tan infausta noche se sufrió la dentellada de unas fauces salvajes.
El acto permanece en la impunidad, mucha gente sobrevivió con secuelas permanentes y otras más resienten las pérdidas humanas.
En aquel tiempo pesaba como fardo la impunidad, en 2020 por igual. No hay cambios de fondo, han cobrado cierta mutación los discursos, la nomenclatura ha variado, aunque los lastres perviven con el continente de tragedias multiplicadas.
Han transcurrido doce años de aquel 15 de septiembre de 2008, la huella de la barbarie permanece imborrable, los lamentos no cesaron. Actualmente la violencia hija de la transgresión se ha instalado por doquier y la paz social se ubica distante, promesas, gestos optimistas gubernamentales no faltan, las frases hechas son parte de una escenografía en el México brutal del siglo XXI.
Respecto al 15 de septiembre de 2008 cabe una expresión legítima: ni perdón ni olvido.

