En un rápido viaje a la histórica ciudad de Asís —la cuna del legendario San Francisco—, el sacerdote argentino Jorge Mario Bergoglio Sívori, el obispo que llegó a Roma en 2013 desde el “fin del mundo” para convertirse en el Papa Francisco —el primer jesuita de la historia en llegar al trono de Pedro en la basílica que lleva su nombre—, el viernes 3 del presente mes firmó su tercera encíclica, titulada en italiano Fratelli Tutti (Hermanos todos), y el texto escrito en español. La obra papal versa sobre “la fraternidad universal y la amistad social” y es fruto de una profunda reflexión tras la grave emergencia sanitaria que azota a la Tierra por la pandemia del coronavirus. En este documento, Francisco abunda en su idea de “o nos salvamos todos o no se salva nadie”, por lo que propone una “solidaridad auténtica” para rescatar a la humanidad amén de condenar al neoliberalismo.
Esta encíclica —firmada fuera del territorio vaticano—, será una guía espiritual no solo para los católicos del mundo sino para todos los seres humanos ante los inéditos momentos que sufre la humanidad. El Papa, como la mayoría de los habitantes del planeta, los últimos meses los ha vivido dentro de la sede pontificia, desde que empezó la crisis sanitaria, con cortas y rápidas visitas a varias iglesias romanas. Antes de signar la nueva encíclica, el Obispo de Roma celebró primero una misa en la austera cripta de la basílica donde se encuentra el sepulcro de San Francisco de Asís (1182-1226).
Además, fuera de programa, antes de arribar a Asís, Francisco visitó el monasterio Vallegloria de las monjas clarisas, en Spello, y luego la basílica de Santa Clara, para orar en la tumba de la primera discípula de San Francisco, fundadora de la primera regla monástica para mujeres. De alguna forma, estos actos fueron una especie de respuesta a las críticas al título de la Encíclica Fratelli Tutti (que alude a los varones) por parte de un grupo de teólogas que reclamaron al Pontífice dejar de lado a más de la mitad de los fíeles de la Iglesia Católica, obvio a las mujeres.
El antecedente de esta Encíclica —que como todo mundo sabe es una carta solemne que el Papa dirige a todos los obispos y fieles católicos adoctrinando en cuestiones de fe o de costumbres—, se remonta al documento por la Fraternidad Humana Universal, piedra miliar en el diálogo de las grandes religiosas, que firmó en 2019 en Abu Dabi, junto al gran imán Ahmed Al Tayyeb, de la Universidad Al Azahar, la máxima autoridad del Islam suní. Este pacto, entre cristianos y musulmanes fue uno de esos hitos que justifican un pontificado, quizás esa sea la obra más relevante de Francisco. Las ideas recogidas en la Fraternidad Humana merecían ser incluidas en una encíclica. Un documento papal de mayor envergadura.
De hecho, el obispo de Roma pensó en San Francisco para nombrar al nuevo documento, pero entonces apareció la pandemia del COVID-19 y todo cambió. Surgieron más ideas y personajes ad hoc: el beato Carlos de Foucauld, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Desmond Tutu. De tal manera, la tercera carta solemne del Pontífice a los fieles católicos, pasó de ser una alerta del diálogo interreligioso a una verdadera enmienda a la sociedad de mercado, el consumismo y, en definitiva, a un mundo egoísta.
El resultado es una extensa carta de 44,500 palabras, repartidas en ocho capítulos y 287 epígrafes. El autor, pese a su investidura religiosa, la más importante de la fe católica, dio la espalda al tono clerical y a los tecnicismos religiosos para adoptar un estilo más cercano a la sociología y a la antropología. La pregunta central del documento se basa en la parábola del Buen Samaritano: “¿Quién es mi hermano?”
Sin duda el sacerdote argentino, descendiente de padres italianos, escribió buena parte de este documento epistolar durante los largos días y noches de confinamiento debido a la pandemia, lo que le obligó a ser pragmático: “De esta crisis no podremos salir igual que antes. En nuestras manos está salir mejores o peores”. La pandemia nos ha mostrado “la gran desigualdad que reina en el mundo: la desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la saludad y a la tecnología”, como lamentó hace una semana en un discurso virtual con motivo de los 75 años de la fundación de la ONU. Por cierto, palabras muy diferentes a las que con el mismo motivo transmitió el presidente de México, presumiendo de la rifa del ridículo “avión presidencial” y de lo “bien que ha manejado el problema del coronavirus”, tan bien que ya “superamos”, los 80,000 fallecidos por el COVID-19.
Precisamente debido a la pandemia, la misa papal y la ceremonia de la firma de la encíclica sobre el altar de la cripta de la basílica de San Francisco, lucieron lugar sin fieles, pero con la presencia de numerosos monjes franciscanos y monjas clarisas. Desde el comienzo de la epidemia en China, el pontífice católico ha reiterado la urgencia de mejorar la cooperación internacional entre los miembros de la “familia Humana”, pues resulta decisiva ante una triple crisis —sanitaria, económica y medioambiental, grave en cada uno de esos terrenos. Infortunadamente, la “fraternidad universal” está en peligro a causa de los políticos populistas y nacionalistas, así como el nivel de polarización que favorecen las plataformas digitales.
Resalta en la encíclica la condena al neoliberalismo. Francisco escribe: “Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año…Ojalá que no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender…Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta (porque) el sálvese quien pueda se traducirá rápidamente en el todos contra todos, y eso será perro que una pandemia”.
Esta crítica a las respuestas individuales le llevan a adentrarse de lleno en el campo de la política, para la que tiene las palabras más ácidas. Decía Francois Fukuyama, uno de los apóstoles del neoliberalismo, que el fin de la historia estaba al caer. Concretamente debía haber desaparecido con el nuevo siglo.
No obstante, el Papa responde que “el fin de la historia no fue tal y las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado. (En definitiva), el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”.
De frente a las indubitables críticas que le harán, el Papa argentino —el primer cura católico iberoamericano en lograrlo— hace una diferencia entre quienes se ocupan de su pueblo, “los verdaderos demócratas” y los populistas. Lo que propugna Bergoglio es una política que se independice de una dictadura de “dimensión económica financiera”. Defiende un sistema que se ocupe del ciudadano y que aprenda de los errores de la anterior crisis económica. Para esto, reclama “instituciones internacionales más fuertes”, empezando por una obligada reforma de la Organización de Naciones Unidas (ONU), así como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones”.
O, lo que es lo mismo, que se “eviten que se trate de una autoridad cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan imposiciones culturales o el menoscabo de las libertades básicas de las naciones más débiles a causa de las diferencias ideológicas”. No solo eso, sino que el Sumo Pontífice lamenta que un nacionalismo exacerbado o el cierre de una sociedad en si misma se traduzcan en expresiones continuas de racismo. La encíclica Fratelli Tutti aporta una reflexión vertebrada sobre la inmigración. El Papa entiende que el movimiento de personas suscite miedo, incluso reconoce que lo “ideal sería evitar migraciones necesarias”, creando “en los países de origen la posibilidad efectiva de vivir”. Muy fácil de decir, dificilísimo de conseguir.
Si bien, de frente a los que piensan que los grandes éxodos hacia el Viejo Continente ponen en riesgo los valores cristianos, la cabeza de la Ciudad del Vaticano aboga por “una solidaridad auténtica y generosa” que enriquezca las sociedades europeas. Lo que pide el Papa es que se apruebe una “legislación global sobre migraciones” que facilite visados o corredores seguros. Asimismo, clama una vez más por el fin de la pena de muerte, de las guerras, y propone que con las ingentes cantidades de dinero destinadas a la compra de armamento se establezca un fondo mundial para erradicar el hambre.
Otra de las preocupaciones de Francisco es una de las herramientas del mundo de nuestros días, la Internet y el manejo de las redes sociales —que de ninguna manera llama “benditas” como lo hacen algunos mandatarios populistas de cuyos nombres no quiero acorráleme—, por lo que considera que “el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo”. Al respecto abunda: “El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo, obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios y odios”,
En fin, “diálogo” es la palabra en la que el Papa Francisco insiste. Y, quizás parodiando los principios de la Revolución Francesa, utiliza en este año de pandemia y crisis generalizada, una nueva trilogía: Fraternidad, Libertad e Igualdad”. La encíclica Hermanos Todos puede sintetizarse en lo siguiente: “Necesitamos desarrollar consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie”. VALE.