Casi de no creer. Sucede lo que muy pocos pensaron: que en la gran potencia, Estados Unidos de América (EUA), dos candidatos a la Presidencia se trenzaran en la lucha postelectoral por alcanzar el poder, como si fueran políticos de una república bananera. Dimes y diretes. El martes 3 de noviembre, tal y como lo fijan las leyes, se desarrollaron en la Unión Americana las elecciones para elegir a su cuadragésimo sexto mandatario. Llegada la hora cerraron las casillas. Terminó el día y la jornada electoral y el país no supo quién será su próximo mandatario. Y empezaron los cazuelazos. Uno de los contendientes, el propio presidente en turno, Donald John Trump, que busca la reelección para otro periodo de cuatro años, en increíble acto de soberbia, ya había amenazado a todo mundo, que si no ganaba las elecciones, entonces las impugnaba. Y en esas anda. El futuro de la Unión Americana está en el aire.
Al escribir esta crónica, al día siguiente de la fiesta de las urnas, EUA y el mundo entero está al pendiente de cuándo se conocerá oficialmente al ganador. Podría llegar el fin de semana y no saberlo, pero podría aún ser más larga la espera. De país bananero. Increíble, pero cierto.
El primero en alborotar la gallera fue el competidor de Trump, el ex vicepresidente Joseph Robinette Biden Jr., mejor conocido como Joe Biden, que este mes de noviembre cumple 78 años de edad. El compañero de fórmula del ex presidente Barack Hussein Obama, habló alrededor de la media noche del martes 3, cuando las urnas ya estaban cerradas. Y dijo: “Los resultados no se conocerán hasta el miércoles por la mañana o más tarde, hemos de tener paciencia, ni Trump ni yo podemos cantar victoria. Pero soy optimista…las elecciones no se habrán acabado hasta que se cuente el último voto, y nos sentimos bien por lo conseguido hasta ahora. Creo que hemos ganado Arizona y Minnesota y confío en que también Wisconsin, Michigan y Georgia…creo que estamos en camino a la victoria”. Más que suficiente para prender la mecha. Por mucho menos el magnate republicano de todas formas hubiera reaccionado. Minutos después salió a la palestra, como gallo de pelea.
El hombre de la extravagante cabellera no se midió: “Estamos a lo grande, pero están tratando de ROBAR las elecciones. Nunca los dejaremos hacerlo. ¡Nunca los dejaremos hacerlo! ¡No se pueden emitir votos después de que las urnas están cerradas!…(Y) continuó: “Ese es un fraude para el pueblo estadounidense, es una vergüenza para nuestro país, francamente ganamos estas elecciones…Nuestro objetivo es garantizar la integridad del voto de millones, queremos que se use el derecho del voto del modo correcto”…. escribió en un primer tuit, a poco de las palabras del demócrata.
Y ahí fue la de Dios es Cristo. Ni lo ocurrido en el primer concilio ecuménico de Nicea. Las palabras de Trump no solo le pusieron gasolina a la disputa, hizo que Twitter le pusiera bandera roja al mensaje del presidente por el que acusa del “robo de la elección”. De acuerdo a su política, la “bendita” red social —dijera el personaje mexicano cuyo nombre sale sobrando—, explicó que lo escrito por el magnate podría ser “potencialmente engañosa”, lo que traducido al castellano común y corriente significa que “es una mentira “. Más claro ni el agua.
Entrados en el juego. Los dados sobre el tapete verde, con el fantasma del “fraude electoral” en el chisme, Biden contestó: “No es mi lugar ni el lugar de Trump declarar al ganador de esta elección. Es el lugar de los votantes”.
En la penumbra del amanecer del día miércoles 4 de noviembre, se vislumbraba la fachada de la Suprema Corte, hasta donde anunció el presidente llevaría sus quejas y reclamaciones. La lucha por llegar o regresar a la Casa Blanca tenía rato de haber empezado.
Como sea, los comicios estadounidenses del 2020 son inolvidables. Para empezar, al contrario de lo que muchos “analistas” señalaban se llevaron a cabo con tranquilidad. Y, algo relevante, como suele ocurrir, las dichosas encuestas nuevamente se equivocaron: Biden y su partido, el Demócrata, no arrasaron en las urnas, como prácticamente todas pronosticaban. Un gran fiasco. De hecho, en parte, la lucha postelectoral se debe a los malos pronósticos. De “seguro” derrotado, el presidente Trump vuelve a dar la sorpresa y sus seguidores no le abandonaron. En muchos estados la votación ha sido cerrada. Trump, es mal jugador, pero cuando intuye que puede ganar no le perdona el menor error al adversario. Así están las cosas. De temeroso, el mentiroso presidente se siente “triunfador”. Entonces no puede recular, pues según ha dicho: “Ganar es fácil, perder no. Para mí, no”.
Asimismo, estos comicios fueron diferentes a otros, porque alcanzaron el 67.5% de participación, cuando el promedio de siempre, en las “presidenciales”, apenas supera la mitad del padrón, 54%. Los jóvenes y las ciudades, a favor de Biden. Ancianos y rurales, por Trump. Millones de votantes cumplieron con su derecho.
No obstante la polarización y las manifestaciones de protesta en pro de los derechos civiles y de las minorías, especialmente de la comunidad negra, que han protagonizado numerosas y multitudinarias movilizaciones en los últimos meses contra las políticas de Donald Trump, ninguna violencia perturbó la tranquilidad de los sitios para depositar el voto, instalados en los lugares habituales: plazas públicas, escuelas, gimnasios, y similares, desde la Costa Este hasta el Pacífico.
Los votantes se encargaron de echar por tierra el “temor” por la pandemia del coronavirus, que ya ha contagiado cerca de dos millones y medio de personas, y ha matado a más de 232 infectados en el país. Como nunca, la ciudadanía acudió al voto anticipado. Impuso otro récord histórico: 100 millones 796,871 sufragios emitidos con antelación por correspondencia, según el U.S. Elección Project. Los estados que más usaron este sistema fueron California, más de 12 millones. Texas, 9,700,000. Y la Florida, nueve millones de electores.
Dos días después de la votación, EUA y el resto del mundo todavía no sabe quién ganó las elecciones presidenciales. Situación que ya se esperaba, pero que demuestra que el modelo democrático estadounidense tiene fallas evidentes. Un crudo analista de Wall Street casi vociferaba hace 24 horas: “Somos el país tecnológicamente más avanzado del mundo, todavía somos la potencias más rica, pero, al final del día, no sabemos contar los votos de la elección presidencial”.
Pese a los fallidos augurios de la mayoría de las casas encuestadoras, al empezar el conteo de los votos se hizo evidente que el Partido Demócrata, con Joe Biden a la cabeza, no “arrasaba” y que el bad hombre de la Casa Blanca todavía cuenta con una amplia base electoral, al grado que Trump anunció, contra toda prudencia, que era el ganador. Muchos comentaristas dieron por buenas las afirmaciones del magnate. La confusión empezó a generalizarse, pero muy pronto los tañidos de campana tuvieron que suspenderse.
Buena parte del mundo y de los más de 70 millones de ciudadanos que sufragaron por el demócrata Joe Biden se desanimaron por los primeros datos que empezaron a circular por la noche del martes 3 y que inclinaban el platillo de la balanza a favor del discutido magnate. Así las cosas, los 26 puntos que Michigan y Wisconsin le dieron al ex vicepresidente durante el gobierno de Barack Hussein Obama —que en los últimos días de campaña se convirtió en el adalid de los demócratas—, devolvieron el optimismo a sus seguidores y la esperanza de que Trump desocupe la residencia
De todas suertes, al escribir estas líneas el resultado de los comicios presidenciales estadounidenses continúa en el aire, aunque la dirección del viento cambió de rumbo. En espera del conteo en unos cinco estados que definirán al triunfador. Sin duda, es claro que políticamente hablando, EUA se polarizó en todos los sentidos. El próximo presidente de la Unión Americana deberá enfrentar este grave problema con mucha entereza. Además, Trump busca frenar y obstaculizar la contabilidad de las papeletas acusando fraude, lo que provocó las primeras manifestaciones de protesta en “defensa” del votos y contra un fantasmal “autogolpe de Estado”.
Mientras son peras o manzanas, si Biden cambia de residencia, o el presidente Trump sigue en la misma, de acuerdo a los cálculos —entre estados ganados y otros donde goza de una ventaja preliminar—, el demócrata sólo necesita de seis a 17 votos electorales (de acuerdo a varias agencias de prensa profesionales) más para ganar la presidencia.
Wisconsin y Michigan, estados claves que formaron parte del sorpresivo triunfo de Donald Trump hace cuatro años, ahora cayeron en la buchaca de Biden, de acuerdo con proyecciones de los principales medios durante la tarde del miércoles 4. Si Biden sostiene esta ventaja en Nevada y Arizona podría entonces proclamar su triunfo en la elección nacional. De no ser así, Trump continuará con su anunciada estrategia de que el voto anticipado es parte de un magno fraude de los demócratas. Esperemos que esto no se haga realidad, pues si el presidente lo logra, le dará fortísimo golpe a la hasta ahora admirada DEMOCRACIA de EUA. Entonces será otra historia. VALE.