Que la poesía tenga un lugar destacado en una investidura presidencial como la de Estados Unidos de América (EUA) después de una elección tan disputada como la que acaba de tener lugar en el vecino del norte, reconforta y devuelve la confianza en los seres humanos, aunque algunos mandatarios —políticos de cuarta, aunque populares —, hagan todo lo que está en sus manos por aprovecharse, miserablemente, del poder que les granjeó el pueblo. Aquí y allá. La joven poetisa Amanda Gorman, de 22 años de edad, la más joven en tomar parte en una ceremonia de este tipo, leyó en la ceremonia, celebrada en los balcones frente al Capitolio —donde el miércoles 6 de enero las hordas afectas al ridículo magnate metido a político y que durante cuatro años vivió en la Casa Blanca, irrumpieron en la sede parlamentaria—, su poema The Hill We Climb (La colina que escalamos), que en uno de sus versos dice: “Aunque la democracia puede ser periódicamente retrasada, nunca puede ser permanentemente derrotada”. Parcas palabras, con gran mensaje político. Con esta inclusión poética, la Unión Americana terminó el cuatrienio del nefasto Donald John Trump.
Aparte del primer mensaje político que pronunció el miércoles 20 del mes, el mismo día de su juramento, el 46o. Presidente estadounidense, Joseph Robinette Biden Jr., al que todo mundo llama Joe Biden, en el que privó su llamamiento por la “unidad nacional” —que tanto necesita ahora la patria de George Washington—, la hermosa joven afroamericana, Amanda Gorman que durante varias semanas pulió sus versos, los dio por redondeados después de que la sede parlamentaria había sido violada, entonces su trabajo poético se convirtió en una misiva de unidad y solidaridad, como una manera de encontrar un punto en el que su país se reencontrara consigo mismo, en un momento de ruptura, incluso entre miembros de la misma familia, por diferencias políticas.
“Siempre hay luz, si somos lo suficientemente valientes para verla”, concluyó Amanda, ante la imponente imagen del National Mall vacío, sin el público acostumbrado en este tipo de ceremonias, ahora solo con centenares de banderas, y finalizó: “si somos lo suficientemente valientes para encarnarla”. Cuando hay poesía, hay humanismo, muy lejos de lo crematístico. No todo puede ser de doble sentido, incluída la política.
De tal suerte, pese a muchos malos pronósticos, el veterano político demócrata, Joe Biden tomó posesión del cargo de presidente de EUA, el 20 de enero de 2021, al mediodía, hora de México, con lo que se puso fin a una de las transiciones políticas más dramáticas en la historia del poderoso vecino del norte. Con el cargo en las manos, Biden tiene ante sí un objetivo titánico: luchar con la triple crisis que atraviesa USA, sanitaria, económica y sociopolítica. No es la primera vez que esto sucede.
En su excelente libro de memorias, Una tierra prometida —A Promise Land, Editorial Penguin Random House, México, 2020–, el ex presidente Barack Obama cuenta: “Cuando George Washington fue elegido presidente en 1789, Washington D.C. Todavía no existía. Para el juramento, el presidente electo tuvo que hacer un viaje de siete días en barco y carro de caballos desde su casa en Mount Vernon, Virginia, hasta el Federal Hall en la ciudad de Nueva York (sede temporal del nuevo Gobierno nacional). Le recibió una multitud de diez mil personas. Prestó juramento al cargo, a lo que siguió el grito “Larga vida a George Washington” y trece cañonazos. Washington dio un moderado discurso inaugural de quince minutos, no a la multitud sino a los miembros del Congreso en un recinto provisorio y mal iluminado. Después asistió a un servicio religioso en una iglesia cercana”. Ahora, Biden, el segundo mandatario católico de EUA, antes de prestar juramento acudió a una iglesia católica. Los que han sido de otras confesiones cristianas, la gran mayoría, han hecho lo propio.
Continúa Obama: “Sin más, el padre de nuestra patria pasó a la tarea de asegurarse de que Estados Unidos duraría más allá de su mandato”.
“Con el tiempo —agrega el expresidente—, las investiduras presidenciales se volvieron cada vez más complejas. En 1809, Dolley Madison fue la anfitriona del primer baile de investidura en la nueva capital, cuatrocientas personas desembolsaron cuatro dólares por cabeza para tener el privilegio de asistir a lo que entonces era el mayor evento social jamás celebrado en Washington D.C. EN 1829, correspondiendo a su reputación de populista, Andrew Jackson abrió las puertas de la Casa Blanca a varios miles de simpatizantes en su investidura; se dice que la multitud alcoholizada se alteró tanto que Jackson tuvo que escapar por una ventana”. Ahora, parece que Trump pretendía impedir la ceremonia enviando a sus huestes a tratar de que la elección presidencial no fuera refrendada por los parlamentarios.
Continúa Obama: “En su segunda investidura, Teddy Roosevelt no se contentó con desfiles militares y bandas de música: añadió un aluvión de vaqueros y a Gerónimo, el jefe de la tribu apache. Cuando fue el turno de John F. Kennedy en 1961, la investidura ya se había convertido en un espectáculo de varios días retransmitido por televisión, repleto de actuaciones de músicos famosos, una lectura del poeta laureado Robert Frost (el antecedente de Amanda Grosman, BGS), y varias galas lujosas en las que las principales celebridades de Hollywood sacudían su polvo de estrellas sobre los donantes y agentes electorales del nuevo presidente. Al parecer Frank Sinatra hizo grandes esfuerzos para que las fiestas estuvieran a la altura de Camelot; aunque se vio forzado a lo que le debió parecer una incómoda conversación con su amigo y compañero del Rat Pack (“paquete de ratas”, nombre con el que conocía al grupo de amigos de Sinatra, BGS), Sammy David Jr., cuando Joe Kennedy le dijo que la presencia del negro David y su blanca esposa sueca en la investidura podía no sentarle bien a los seguidores sureños de JFK, y por lo tanto había que desanimarle a que asistiera”.
A ese grado llegaron a ser los días de investidura presidencial. Ahora, los tiempos han cambiado, aunque todavía sobreviven algunas costumbres. Biden juró el cargo en una ciudad casi sitiada —25,000 elementos de la Guardia Nacional, en previsión de manifestaciones violentas, que por fortuna no tuvieron lugar—, a las puertas del Capitolio, ante no más de mil invitados, la mayoría representes y senadores, y otros personajes afines a Biden. En una ceremonia insólita, en un Washington fortificado. Por fortuna, todo se desarrolló con normalidad, aunque en algunas calles de la capital hubo grupos de manifestantes a favor de Trump. La policía estuvo presente.
Los recientes acontecimientos obligaban moderación y cuidado. En su primer discurso como el Jefe de la Nación, Biden dijo: “Este es el día de Estados Unidos. Es el día de la democracia. Un día para la historia y la esperanza…Hemos aprendido que la democracia es valiosa. La democracia es frágil y en este momento, amigos, la democracia ha prevalecido”.
Acompañado de su mujer, la llamativa maestra de inglés, Jill Tracey Jacobo Biden (née Jacobo, la segunda esposa de Joe), visiblemente emocionado soportando un frío glacial (al inicio de la ceremonia caían ligeros copos de nieve que terminaron en el momento del juramento poniendo su mano derecha sobre la Biblia de la familia Biden desde el siglo XIX), el sucesor de Trump hizo un llamamiento a la unidad. Unidad, palabra clave en esta ceremonia. Pieza oratoria destinada a superar las diferencias políticas y tener “respeto” los unos por los otros, ante la grave crispación política y división social.
En nuevo presidente de EUA precisó: “¿Cuáles son los objetivos comunes de todos los estadounidenses? Oportunidades, seguridad, libertad, dignidad, respeto, honor, y sí, la verdad”. Estados Unidos debe acabar con esta “guerra incivil” que enfrenta a rojos y azules, dijo, refiriéndose a republicanos y demócratas.
Abundó: “La respuesta no es retraerse, desconfiar de aquellos que no se parecen a unos mismo o que no rezan como uno lo hace, o no tienen la misma fuente de noticias” . Al hablar de los desafíos que enfrentará su gobierno, como la pandemia del coronavirus o el ascenso del “supremacismo blanco” —que tanto alentó Donald Trump, sin mencionarlo—, Biden aseguró que “confrontará y derrotará” cada obstáculo.
A semejanza de lo dicho en campaña, el 46o presidente de EUA, insistió en la necesidad de “curar el alma del futuro” de la nación, pero consideró que conseguirlo “requiere de mucho más que palabras”…”Requiere la más esquiva de todas las cosas en democracia: unidad”. Al referirse al problema mayor que tiene en estos momentos el país: la pandemia del coronavirus, no esquivó decir que el COVID-19 “se ha llevado las mismas vidas (en EUA) en un año que las que perdió el país en la Segunda Guerra Mundial”.
Acto de símbolos, Biden juró el cargo inmediatamente después de que hiciera lo propio la vicepresidenta Kamala Harris, la primera mujer estadounidense en llegar al segundo puesto más importante de la administración pública del país, así como también la primera descendiente de una madre originaria de la india y de un padre jamaicano. El exvicepresidente bajo los dos mandatos de Barack Obama, se refirió a Harris con estas palabras: “Donde nos encontramos, hace 108 años, miles de manifestantes trataron de evitar que mujeres valientes marcharan por su derecho al voto. Hoy celebramos la investidura de la primera mujer en la historia de EUA elegida vicepresidenta: Kamala Harris…No me digan que las cosas no pueden cambiar”.
Pese a los tiempos turbulentos y a la incertidumbre de posibles amenazas, la investidura de los nuevos dirigentes del país se vio engalanadA con las actuaciones de dos de las cantantes más famosas del país y del mundo: Lady Gaga, vestida elegantemente, quien cantó, muy emocionada, el infaltable himno estadounidense, The Star-Spangled Banner, adoptado desde 1931. Y la hermosa cantante y actriz de origen puertorriqueño nacida en Nueva York, Jennifer López, que cerró su actuación recitando el juramento a la bandera en español, en honor a los latinos, la minoría étnica más numerosa de la Unión. Dijo Jennifer en castellano: “Una nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”.
Luego siguió el cantante de música country, Garth Brooks que cantó el himno Amazing Grace.
Como acompañantes de lujo, hicieron acto de presencia los ex presidentes Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, con sus respectivas esposas: Hillary Clinton, Laura Bush y Michelle Obama.
Como el presidente saliente, el turbulento Donald Trump, se negó a cumplir con la tradición de presenciar a su sucesor, sí estuvo el vicepresidente Mike Ponce. Por cierto, nadie lamentó la ausencia del magnate, que salió desde temprano de la capital estadounidense para trasladarse a la Florida, donde parece que los vecinos no lo quieren como tal. Le espera el impechment y otros juicios.
EUA comienza la era de Joe Biden de frente a muchos problemas, pero con ánimo diferente. Hasta el clima cambió cuando salió Trump de la Casa Blanca.
Por la tarde, el nuevo presidente firmaría 17 órdenes ejecutivas para empezar a reparar algunos de los estropicios de Trump, entre los que se cuenta la suspensión de la construcción del Muro en la frontera con México, un ambicioso proyecto de ley para una reforma migratoria que incluye un proceso de legalización y ciudadanía para millones de indocumentados, continuación para el programa de los Dreamers, así como el retorno de EUA al Pacto de París y a la Organización Mundial de la Salud (OMS), y otros.
En su último viaje como presidente, Trump se despidió con otra de sus baladronadas: “De una u otra forma, volveremos. Esto apenas comienza”. Mal bicho. VALE.