Alexéi Navalny es el personaje ruso del momento, para disgusto del presidente Vladimir Putin que en conferencias de prensa no pronuncia el nombre de su enemigo político, y cuando lo interrogan sobre el opositor, simplemente le llama “el paciente de una clínica en Berlín”. Lo peor del caso es que el pasado fin de semana las protestas por la detención de Navalny, en un aeropuerto de Moscú, en aproximadamente 110 ciudades –grandes, medianas y pequeñas–, sumaron entre 120 mil y 160 mil personas que exigieron, en medio de un glacial frío que alcanzaba en algunas partes -25 grados centígrados, la libertad del dirigente antigubernamental. A los manifestantes no les importó correr los riesgos de tomar parte en un acto sin permiso oficial, golpes, detenciones, multas, cárcel. El saldo de detenidos en todo el país fue de 3,654 personas, especialmente en Moscú –con 1,409, que tendrán que pagar fuertes multas o estar en la cárcel entre 15 y 30 días–, y en San Petersburgo, 523.
En contra de lo que afirman las fuentes oficiales “de que tomaron parte en estos actos ilegales muy pocas personas”, algunas ONG informaron que el sábado 23 de enero en la capital rusa hubo, al principio, alrededor de 15,000 y más de 40,000 al final de las marchas. Desde 2013 no se veían en Rusia protestas como estas. La policía –al azar–, detuvo a un número récord de manifestantes desde los movimientos de 2017. Es posible que los últimos datos de capturas policiacas hayan aumentado por los inconformes que decidieron marchar en dos columnas desde varios puntos distintos hacia la cárcel de Matroskaya Tishina, donde está confinado Navalny.
La prensa rusa y las agencias internacionales de noticias tenían tiempo de no informar que ciudades tan distantes como Yuzhno-Sajalinks, Novosibirsk, Barnaud, Kemerevo, Jabarovsk, Magadan, Chita, Komsomolsk-na-Amure, Vladivostok, Bratsk, Novokusnetsk, Ulan-Ude, Krasnoyarsk, Irkutsk y Tomsk, se solidarizaran con Alexéi Navalny. Y muchas más. De tal suerte, las fuerzas de seguridad rusas llevaron a cabo en el reciente fin de semana el mayor número de detenciones durante manifestaciones de la oposición en la historia de la Rusia moderna.
Sin duda que Navalny, desde la cárcel, ha ratificado su posición como un fuerte político opositor a escala nacional que, tras recuperarse de un envenenamiento que estuvo en un tris de costarle la vida –atentado que Putin ha negado ante todos los corresponsales extranjeros en su conferencia anual de fin de año–, y tuvo los arrestos de regresar a Rusia desde Alemania (donde se recuperó con la ayuda del gobierno germano), pese a las advertencias que le hicieron propios y extraños y los riesgos que ahora corre.
Por cierto, no sólo en territorio ruso hubo manifestaciones a favor de Navalny, en otras partes del mundo también se llevaron a cabo actos en su favor, como Londres, Berlín, Tokio, Bruselas, La Haya, Praga, Helsinki, en varias ciudades Estados Unidos del América, y otros sitios. Además, los organizadores de las protestas adelantaron que las siguientes semanas convocarán a otras manifestaciones del mismo tipo. Sobre todo el martes 2 de febrero, cuando tendrá lugar el juicio en el que es posible se sentencie a Navalny a mucho tiempo en prisión.
La situación en Rusia es especialmente delicada desde que Vladimir Putin controla el poder con el propósito de seguir haciéndolo, casi sea como sea. Leonardo Núñez González en su análisis titulado “El opositor de Putin”, lo analiza con gran acierto: “Levantar la voz frente a un gobierno que controla todos y cada uno de los espacios de poder, que ha logrado poner en un solo par de manos las decisiones, las de Putin, y que además tiene abiertas las puertas para legalmente eternizarse en el mando hasta 2036, no es una cosa sencilla. Más cuando ese gobierno, además, no tiene empacho alguno en utilizar facciosamente toda la fuerza del Estado para quitar del camino a sus adversarios, lo mismo fabricándoles delitos que simplemente aniquilándolos. Y, sin embargo, siguen existiendo figuras que levantan la voz ante la cara más fiera del Leviatán”.
“En varias ocasiones Navalny –agrega Núñez–, ha sido enjuiciado y encarcelarlo por presunta malversación de fondos, aunque la motivación política detrás de esas acciones es casi evidente, pues, por ejemplo, la sentencia que recibió en 2017 casualmente coincidió con el proceso electoral de 2018, al que pensaba presentase como opositor a Putin y en el que no pudo participar…”.
Como sea, hoy por hoy, Alexéi Navalny es el centro del debate. Mientras son peras o manzanas, el caso es que ocho espía rusos del FSB –la antigua KGB, en donde Putin hizo larga y reconocida carrera–, tomaron parte en la operación para envenenar en agosto del 2020 a Navalny, esta versión la reveló una investigación conjunta de Bellingcat –sitio web de periodismo de investigación que se especializa en verificación de hechos e inteligencia de fuentes abiertas, fundado por el periodista británico Eliot Higgins en julio de 2014–, y los más conocidos The Insider, la revista alemana Der Spiegel, y la agencia noticiosa CNN. Los ocho agentes complicados en el atentado ya están identificados.
De acuerdo a esta investigación, entre los espías hay tres médicos, dos químicos militares, un especialista en guerra biológica y dos agentes del FSB. Exceptuando al supervisor de la operación, todos los implicados en la conjura son aproximadamente de alrededor de 40 años de edad. Todo indica que siguieron a Navalny, de 44 años de edad, de forman permanente durante varios meses, hasta el día del atentado, el 20 de agosto de 2020.
La operación fue minuciosa, con registro de los vuelos y de los teléfonos del opositor. Los agentes del FSB vigilaron estrechamente a Navalny que enfermó durante un vuelo que lo trasladaba de Tomsk a Moscú el 20 de agosto del año pasado, tras participar en una campaña electoral regional. Dos días más tarde fue trasladado a Alemania por petición de su esposa Yulia, al hospital Charité de Berlín. Traslado que aparentemente fue aprobado por Putin, según él mismo lo declaró a la prensa. El 2 de septiembre pasado los médicos germanos informaron que el cuerpo de Navalny, quien permanecía en coma, presentaba restos del agente tóxico Novichok de manufactura rusa.
Casi cinco meses después de su envenenamiento en Siberia, y posterior recuperación en Alemania, Alexéi decidió regresar a su patria. El retorno lo anunció Navalny por medio de las redes sociales. En principio, el vuelo DP936 procedente de Berlín debería aterrizar en el aeropuerto moscovita de Vnukovo. Se había reunido un nutrido grupo de simpatizantes y de medios de comunicación en las cercanías del aeropuerto…y las medidas de seguridad no fueron pocas. Agentes policiacos y camiones antidisturbios se apostaron en las inmediaciones del aeródromo –el tercero en importancia en todo el país–, desde un día antes, como pocas veces.
Cuando la hora del aterrizaje se acercaba el ambiente se caldeó. Los tumultos y empujones menudeaban. Empezaron a desalojar personas y a algunas se les detuvo, entre ellas al hermano de Alexéi, Oleg, y varios de sus colaboradores como Ruslan Shaveddinov y Lubov Sobol. También se detuvo a medio centenar de activistas y varios periodistas.
Al sobrevolar sobre Moscú, el piloto decidió aterrizar en otro aeropuerto, el de Sheremetevo. Una vez en tierra, Navalny ofreció una rápida conferencia a la prensa en la que manifestó su alegría, iría a su casa porque no le preocupaban los casos penales en su contra (“todos son fabricados”), “no le tengo miedo a nada”. Todo parecía ir sobre ruedas, pero le faltaba pasar el control de pasaportes y ahí se quedó. El Servicio Penitenciario Federal ordenó su arresto acusado de varios delitos: fraude a gran escala y saltarse los controles periódicos a los que le obligaba una condena anterior y que ahora se reactivaba. Una vez más, el opositor estaba en manos del gobierno de Putin.
El lunes 18 de enero Alexéi despertó en su celda de la cárcel de Jimki, a las afueras de Moscú. Ese día se desarrolló una vista judicial en la que se le dictaron 30 días de arresto provisional. La prisión preventiva debía terminar el lunes 15 de febrero, pero antes, el martes 2, se decidirá si vuelve a prisión para completar una condena pendiente de más de dos años que cumplía en un régimen abierto y de la que se había saltado las últimas revisiones judiciales. Al final de la jornada fue trasladado a la cárcel de detención preventiva de Matrosskaya, en Moscù, donde pasará el arresto hasta que se celebre la vista definitiva.
Mientras sus simpatizantes se han lanzado a la calle, con los resultados ya conocidos. El encarcelamiento del opositor causó reacciones interna y externamente. Al respecto, el ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov lamentó la reacción de varios países occidentales y sus críticas a la detención de Navalny, y afirmó que esta presión exterior solo tenía como objetivo “distraer la atención de la crisis del liberalismo”. Al mismo tiempo, María Zajarova, portavoz de la cancillería rusa, publicó en Facebook una reflexión en la que pedía “respeto” por el Derecho Internacional y las leyes de la Federación de Rusia, invitando a Occidente a que se “ocupe de sus propios asuntos, refriéndose específicamente a Jake Sullivan), asesor de Seguridad Nacional del presidente de EUA, Joe Biden, que había pedido la liberación del candidato opositor nada más conocerse la noticia de su detención La reclamación de Sullivan fue el primer gesto diplomático del nuevo gobierno de Joe Biden de frente a los cambios que pretende hacer el sucesor demócrata en el escenario internacional, con el propósito de corregir las pifias del republicano Donald Trump.
De hecho, no sólo EUA condenó la postura de Moscú ante las protestas en pro de Navalny. El alto representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores, el español José Borrell, hizo lo propio: “deplorar” las detenciones y el “uso desproporcionado de la fuerza” en contra de las manifestaciones organizadas en Rusia en apoyo de Alexéi Navalny.
Por último, el lunes 25 de enero, el propio Valdimir Putin, presidente de Rusia, condenó los disturbios de fin de semana, afirmando que “nadie debe recurrir a las protestas, así no se hace política, al menos de manera responsable”; el mandatario hizo estas declaraciones durante una videoconferencia con estudiantes que lo interrogaron sobre su “posesión” de un fastuoso palacio, a orillas del Mar Negro, construido con chantajes, acusado por Navalny en un video que ha causado sensación en el país. Putin negó las acusaciones. Navalny continúa en la cárcel. ¿Cuándo saldrá? Eso, nadie lo sabe. Las manifestaciones de protesta continuarán en muchas ciudades rusas. VALE.