Editorial
La Constitución es clara: En caso de falta absoluta del Presidente de la República quien asumirá el cargo, mientras se nombra a un interino o substituto, es el secretario o secretaria de Gobernación.
Lo que no está claro es que los integrantes del gabinete y los legisladores de Morena estén dispuestos a respetar lo que dice la ley. Muchos de ellos ya sobrevuelan sobre Palacio Nacional para apoderarse de los desechos.
Hay tanto miedo a una conjura, que la Secretaria de Gobernación parece haber sido obligada a repetir constantemente que AMLO estaba en pleno ejercicio de sus facultades y que ella solo lo reemplazaba en las “mañaneras”, no en la silla presidencial.
El mensaje de Sánchez Cordero no era, obviamente, para los medios, sino para aquellos se frotan las manos desde el primer día de gobierno al conocer la fragilidad de la salud de López Obrador.
El mensaje también estaba dirigido a sus enemigos políticos, a quienes desde el Senado o el mismo gabinete la quieren regresar a su curul para que no se convierta en la primera mujer en ocupar la silla presidencial.
La ausencia del presidente, desde que le fue diagnosticado Covid-19, ha dejado la descubierto lo peligroso que puede ser en este régimen la muerte o incapacidad definitiva del mandatario.
El discurso inseguro, atropellado y desinformado de la titular de Gobernación en el salón Tesorería provocó un ataque de pánico. ¿Qué sucedería si tuviera que hacerse cargo del país?
El gabinete obradorista y las bancadas de Morena están conformado, en su mayoría, por arribistas e improvisados, por aprendices de servidores públicos o gesticuladores de carpa. Sólo uno o tal vez dos, estarían medianamente capacitados para hacer de sustitutos.
A ninguno de ellos se le ve, sin embargo, con capacidad para reconstruir un país hecho trizas. Quien sustituyera a López Obrador en el mando recibiría una nación en naufragio, inmersa en una crisis económica, sanitaria, de seguridad y de convivencia de enormes dimensiones.
México pagaría el costo de haber elegido a un dictador que prefirió escoger funcionarios mediocres para evitar que lo contradigan o le quiten luces. La ausencia —por motivos de salud— de un presidente centralizador ha dejado ver los vacíos y fragilidades de un gobierno con secretarios de Estado incompetentes que se han dejado anular por el tirano.
La deshilvanada actuación de Olga Sánchez Cordero en la “mañaneras” es consecuencia, precisamente, de lo que sucede en los regímenes autoritarios. La personalidad de la ministra en retiro ha sido triturada por la ideología de la 4T. La otrora crítica de los excesos de poder, defensora a ultranza de la Constitución, dignidad y autonomía de las mujeres se ha convertido en mera aplaudidora del presidente.
Pero vamos a lo importante. Ocultar, como se oculta, el estado de salud de López Obrador, se ha traducido en especulación y vacío de poder. Hoy no hay gobierno y tampoco presidente. Tal parece que los estrategas de Palacio, —si los hay—, están tratando de diseñar salidas y midiendo reacciones a un escenario escalofriante.
La oposición debería prepararse. El sustituto tiene que ser elegido por el Congreso y las cámaras están dominadas por un partido dividido que no respeta leyes ni atiende lealtades. Podemos imaginar el circo. Batres, Monreal, Noroña, Napoleón Gómez Urrutia disputándose la silla presidencial a patadas.
La falta absoluta de un presidente autócrata se traduciría en ingobernabilidad y caos. No saber donde está, ni como está el primer mandatario, debería ser suficiente para buscar que la nación cuente con una salida de emergencia.


