«igni ne ignem addas».
No agregues fuego al fuego
Las crisis cuando afectan a las Instituciones y golpean a la sociedad en su conjunto sin que desde el poder se encuentre una salida política consensuada que permita sortearla, se convierten en un problema irresoluble. De la crisis de inseguridad es cierto no puede imputarse su génesis al actual Gobierno, pero sí sin duda alguna, reprocharle su agravamiento y una equivoca estrategia para enfrentar a la delincuencia organizada y en especial al narcotráfico, pero de la crisis de salud y la económica la responsabilidad se la debemos a su empecinamiento y en creer que sabe todo no requerir de asesoramiento.
El ejecutivo, ha delegado gran parte de las facultades que le son encomendadas por la Constitución, al Ejército violentando la norma suprema; y cuando las Fuerzas Armadas son sacadas de sus cuarteles sin un marco jurídico y una planeación adecuada, sin tener claro el qué, el cómo, el dónde, el cuánto y durante cuánto tiempo, se quiera o no, cuando los Ejércitos comienzan a ejercer poder y los desenlaces suelen ser trágicos para los Gobiernos. Preocupa que, frente al debilitamiento del Estado, crezca la posible idea de una salida autoritaria por parte del ejecutivo federal, que en su empecinamiento de no construir una hoja de ruta para regresar a los cuarteles al Ejército, sin que lo haga derrotado.
También preocupa que en su negativa de no modificar la estrategia, arribamos a los comicios del ya iniciado proceso electoral del 2021, con las Fuerzas Armadas en las calles y que nos vayan a salir con que no existen las condiciones para realizar la votación en todo el territorio o en regiones importantes; preocupan los desacuerdos en la descalificación por parte del INE de los candidatos de MORENA en la elección para gobernador de Guerrero y Michoacán, no hay que soslayar que en un estado de derecho lo que debe imperar es el respeto a la ley, y no será saludable para la democracia ni para el Estado de Derecho que por presiones o actos de violencia se pretenda obligar de manera forzada la presencia de ambos candidatos en las boletas electorales.
La sociedad está cansada y desgastada por la pandemia y la gran crisis de seguridad y económica que vivimos, en algunos países la salida ha sido la insurrección popular, no una insurrección armada, sino una movilización social masiva como la que vivieron las naciones árabes aquella que se le denominó la “revolución del jazmín”; en nuestra patria, pese a movilizaciones importantes como la de 2004, la de 2020 realizada por FRENA o las de los dos últimos años encabezadas por las mujeres exigiendo seguridad y un alto a la violencia de género, no parece -y es sólo apariencia- existir el suficiente fermento o levadura social que la haga crecer masivamente con una fuerza tal que le permita una remuda de Gobierno. Lo cual no quiere decir que en caso de un nuevo suceso, las cosas se galvanizan y una vez despierto el “México bronco”, no lo pueda parar nadie.
Estamos lejos de observar la actitud civilizada de las democracias modernas en las cuales quien pierde la elección reconoce su descalabro, busca evitar la fractura social en aras del bienestar de la sociedad y felicita al candidato ganador. En democracia es verdad sabida que se gana o se pierde por un voto. ¿Y qué estamos viviendo los mexicanos? Una degradación de la política, una verdadera guerra de lodo. Resulta muy desafortunada la práctica de las acciones de descalificación y denostación del adversario la utilización de tretas de albañal. La verdadera lucha que debe privilegiarse en la política y consecuentemente en la lid electoral, debe basarse en principios, valores, convicciones y propuestas.
La realidad es que estamos testimoniando como todos los actores políticos riñen y se agravian en defensa no de sus principios o ideales, sino en defensa de sus particulares intereses personales o de grupo, les ha faltado hasta ahora, nobleza, generosidad, altura de miras y visión de futuro. Y lo que resulta sumamente grave, el propio Gobierno federal, promueve y se ha enfrascado en esa lucha y ha metido a la sociedad en una dinámica deplorable de primitivismo político que sólo traerá como consecuencia el crecimiento desmesurado de la violencia.
Lo que no es válido y rechaza la ciudadanía es la ira, la rijosidad, el encono en que han caído los actores políticos, empezando con el presidente, adjetivando y descalificando a quienes asumen posturas contrarias a sus propuestas o visiones. El gran debate nacional, la reflexión colectiva sobre el futuro de nuestro México, está por encima de los intereses político-electorales de los partidos y de sus candidatos.
Confiemos en que el México bronco al despertar no escoja el camino del cambio violento y prefiera agotar los cauces institucionales. A nadie convendrá polarizar al País. Es por ello que hay que redoblar los esfuerzos y empeños de la sociedad civil organizada para impulsar un cambio pacífico y democrático. Se está jugando con fuego y los límites de la paciencia social parecen haberse agotado.

