La familia es un tema vasto que puede ser abordado de muchas maneras, de forma ascendente: análisis de disfunciones particulares a aspectos generales de su etiología, y descendente: de marcos socio-antropológicos hasta el enfoque sistémico. El número de variables a considerar en los diferentes tipos de análisis los puede hacer estadísticamente significativos o clínicamente relevantes. Sin embargo, al margen de las tendencias, surgen problemas puntuales que requieren su reflexión para encontrar alternativas de solución.
Me refiero a los cambios que abruptamente la pandemia por Covid-19 y “la nueva normalidad” han impuesto en la convivencia cotidiana que se da en los entornos compartidos por las familias directas y extendidas. Las medidas de seguridad y prevención de los contagios han vulnerado los usos y costumbres de muchas familias en sus dinámicas de convivencia suscitándose casos en los que muchas familias hacen caso omiso de las recomendaciones oficiales y continúan reuniéndose, haciendo fiestas, comiendo juntos, demostrándose afecto de las formas acostumbradas: besos, abrazos, entre abuelos, nietos, hijos, etc., con posibles consecuencias desafortunadas.
Y, por otro lado, aquellas familias que incorporaron las recomendaciones de seguridad en su convivencia estableciendo una cuarentena más o menos rigurosa. El término “PROXÉMICA” adquiere relevancia para el análisis de ésta “nueva normalidad” y sus implicaciones. La proxémica es una disciplina semiótica que estudia la organización del espacio en la comunicación a varios niveles; estudia las maneras que tienen las personas de estructurar y utilizar los lugares. Las relaciones de distancia y espacio que hay o no entre las personas que conviven en determinadas situaciones: posturas, tono y modulación de voz en el discurso, conducta no verbal y la dimensión requerida por cada interactuante para determinadas actividades. Involucra la percepción y el empleo que el ser humano hace del espacio físico, de su intimidad personal y de cómo y con quién lo utiliza.
Edward T. Hall fue el antropólogo que empleó el término proxémica para describir y comprender los comportamientos de diferentes grupos humanos en diferentes condiciones observando la estructuración inconsciente del espacio micro o mínimo en las comunicaciones diarias, la organización dentro de las casas o el diseño de las ciudades y sus servicios, como el transporte colectivo.
Para la sociedad occidental el tamaño de los brazos extendidos a ambos lados del cuerpo marca la distancia proxémica “cómoda” a la que un desconocido puede llegar, si se acerca más a nuestro cuerpo, se experimenta incomodidad, inseguridad, frustración y se disparan señales neuroquímicas (estrés) de defensa o huida. En otras sociedades la proxémica de seguridad para los extraños puede ser diferente dependiendo de la edad, el género u otras variables (como las castas, en la India). Permitir que otro ser humano “invada” nuestro espacio proxémico es señal de confianza, cercanía y afecto, esta irrupción puede ser a través de olores, actividades, sonidos, comportamientos verbales y no verbales.
La condición de las familias que se apegaron a las medidas de cuarentena para evitar contagios por el Covid-19 es pertinente de análisis a través de la proxémica. La suspensión de actividades escolares en todos los niveles convirtió los diferentes lugares de las casas respectivamente en: jardines de niños, primarias, secundarias, bachilleratos y universidades. Así mismo, el home office extendió los horarios de trabajo e hizo poco claros los límites de inicio y finalización de labores, afectando las dinámicas de descanso y convivencia de los trabajadores.
Las madres amas de casa que de forma cotidiana tenían una convivencia horaria con sus hijos tuvieron la oportunidad de tenerlos en casa en un régimen de 24 X 7, los tiempos que solían disponer para limpieza, elaboración de alimentos, para cuidar de ellas, prácticamente dejó de existir. Las cocinas, las salas, los baños, las estancias, las habitaciones de todas aquellas viviendas que fueron ocupadas a tiempo completo por los miembros de la familia se convirtieron en lugares donde simultáneamente se tenía que limpiar, cocinar, volverse zona de entretenimiento, esparcimiento, estimulación, de ejercicio, de elaboración de tareas y trabajo, etc.
La proxémica de las familias se vulneró, y la distancia en la convivencia íntima se modificó de forma espectacular, volviéndose intensiva. Las familias han tenido oportunidad de conocerse más de forma exhaustiva y las idealizaciones al respecto de los hijos, los maridos, las esposas, los tíos, tías, abuelos, abuelas, etc. enfrentó tensiones no conocidas hasta ahora. La convivencia forzada de los grupos de familia bajo un mismo techo, se convirtió en una experiencia nueva, a veces muy estresante por no corresponder a las expectativas. Surgen interrogantes en cuanto a lo que pudo suceder entre familias que comparten una vivienda familiar de dimensiones pequeñas, un solo cuarto, por ejemplo. El hacinamiento es una experiencia psicológica de invasión que tiende a ser normalizada por las circunstancias.
El aumento de la violencia doméstica es una variable que va en consonancia con la experiencia de “invasividad” de los espacios y recursos que anteriormente quedaban libres a determinadas horas; el que cada miembro de la familia tuviera bien establecidas sus rutinas y el orden y la estructura, impedía confrontaciones. Es verdad que ha habido muchas familias que han encontrado una nueva estructura para sobrellevar la “nueva normalidad”. Sin embargo, también hay muchas familias que aún continúan experimentando con diferentes formas de organización para sobrellevar los cambios por la pandemia sin mucho éxito.
Es fundamental ahondar en las necesidades de los grupos familiares para apoyar la búsqueda de esquemas organizacionales que les permitan desahogar la tensión inducida por la desaparición de la proxémica que existía antes de la pandemia. Así mismo, esta necesidad es compartida por absolutamente todos los espacios (laborales, escolares y de transporte) que están por ser reutilizados por las personas conforme se empiecen a incorporar a sus actividades. Decir “sana distancia” en un vagón de metro en hora pico, es un sin sentido, decir que el “amor de la familia es incondicional” sin los elementos que lo sustenten, es una falacia.
La “nueva normalidad” requiere ser construida desde los espacios privados, como el familiar hacia los espacios públicos sin sólo emplear el temor al contagio. El miedo no construye responsabilidad, ni genera organización estructural.
La autora es dra. en Psicología Hospital Juárez de México

