Estamos en el momento en donde las campañas están comandadas por publicistas y no por políticos. No es un dato menor, que las estrategias de comunicación estén orientadas más a la publicidad que a los contenidos, más a las imágenes que a las trayectorias. El actual modelo de comunicación política no fortalece a la democracia, más bien la vuelve frívola y mediocre.

Frívola, porque la política está instalada en el escándalo. Las notas rosas y rojas convierten a la política en una telenovela, en un espectáculo hueco. Tal vez por ello, por esta idea equivocada de que un personaje popular les proporciona mayores posibilidades de triunfo, en el actual proceso electoral los partidos postularon a un buen número de personajes de la farándula, la moda, los deportes y hasta la lucha libre.

Mediocre, porque en los millones de spots de los tiempos oficiales del que gozan los partidos resulta imposible encontrar una sola idea original, creativa o novedosa; abusan ostensiblemente de los filtros, hasta volver a algunos candidatos y candidatas irreconocibles. Siempre, los publicistas estarán dispuestos a hacer guerra sucia antes de esforzarse en construir una propuesta.

¿Cómo llegamos a este momento? En 1994, el voto del miedo difundido por los medios controlados por el gobierno aseguró el triunfo del PRI. En 1997, los medios comenzaron a abrirse a la oposición. En 2000, la radio y la televisión fueron piezas clave para el triunfo de Vicente Fox; en 2012, Enrique Peña Nieto fue un producto totalmente televisivo. En 2018, las “benditas redes” fueron pieza clave en la campaña de Andrés Manuel López Obrador.

Las reformas político electoral de 1997 y las subsecuentes hasta la fecha, han tenido como uno de sus ejes garantizar el acceso de los partidos a los medios de comunicación por medio de diversas disposiciones. Estos cambios, sin duda positivos, hasta el momento no han repercutido en mejores campañas o una mejor política. Lo que han producido es una saturación de propaganda y la creación de un nuevo nicho de mercado para un número reducido de agencias de publicidad y del llamado marketing político, el cual se suma al otro nicho de negocios creados en estos años: la realización de encuestas electorales.

Por alguna razón se piensa que las redes sociales son muy influyentes en los procesos electorales. La postulación de varios influencer a cargos de elección así lo evidencia. Uno de los rasgos particulares de este proceso es que el meme es el rey y los “#” son igual a votos. Esto es falso, pero sin duda la conversación en redes impacta, no en los votos sino en el ánimo de los contendientes.

Culminado este proceso electoral debe revisarse el modelo de comunicación política, con responsabilidad y calma, no al calor de la contienda y de las pasiones. Revisar el funcionamiento de los medios tradicionales y no tradicionales. No para censurar o controlar, sino para tener en verdad un proceso de comunicación y no simple publicidad.