La pandemia del coronavirus va para largo. Faltan once mil millones de reactivos para vacunar a los contagiados y tratar de controlar la plaga. Desde fines de 2019 a la fecha, el mal ha matado más de 3.7 millones de personas. El mundo no puede detenerse. La diplomacia vuelve a movilizarse. Tras casi dos años sin reunirse, los jefes de Estado y de gobierno del G-7: Alemania, Canadá, Estados Unidos de América, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido de la Gran Bretaña, volvieron a sentarse en torno a una mesa redonda después de ser recibidos por el primer ministro británico, Boris Johnson, en la localidad costera de Cornualles, suroeste de Inglaterra. Aparte de los miembros del grupo —los siete países más ricos del mundo—, fueron invitados a la cumbre Australia, Corea del Sur, la India y Sudáfrica, como complemento para contrarrestar el auge de China. En esta ocasión, el presidente de EUA, Joe Biden, en su primer viaje internacional como representante del Tío Sam, trata de marcar el “regreso” de la Unión Americana al multilateralismo, tras el periodo aislacionista de su antecesor, Donald Trump.
Se quiera o no, la presencia de Biden en la localidad inglesa es un fuerte intento de EUA con sus aliados europeos que chocaron con los desplantes del anterior residente de la Casa Blanca en Washington. Por eso el 46o. Presidente estadounidense viajó al UK desde el jueves 10 de junio, día en el que firmó una nueva Carta del Atlántico con el primer ministro Johnson. Después de la reunión del G-7 se trasladaría a Bruselas a una reunión con la OTAN y el martes 15 a una cumbre con la Unión Europea (UE). El miércoles 16 viajaría a Ginebra, Suiza, para reunirse con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, en un encuentro precedido por las querellas verbales entre los dos mandatarios que ponen a las relaciones entre Washington y Moscú, muy candentes, por decir lo menos. Biden llamó a Putin: “asesino”. Nada más, nada menos.
Es claro que Biden usa otro tipo de diplomacia muy diferente a la del magnate que soterradamente mueve los hilos de sus simpatizantes para hacerle la vida difícil a su sucesor. El primer encuentro entre el presidente Biden y el primer ministro Johnson sirvió, oficialmente, para reafirmar la histórica relación que siempre ha existido entre EUA y el Reino Unido, por lo que en su toque de puños —moda impuesta por la pandemia—, se guardaron las formas y se mostraron cordiales.
La Carta Atlántica que recién firmaron el despeinado Boris y el senecto Joe, es una versión moderna del pacto entre el flemático Winston Leonard Spencer Churchill y el estoico Franklin Delano Roosevelt en 1941, hace ocho décadas exactas, con un enfoque en los desafíos actuales, desde grandes propósitos como promover la democracia en el planeta, defender sus valores compartidos o combatir juntos futuras pandemias a objetivos más prácticos como intentar reanudar cuanto antes los vuelos e intercambios turísticos tras el COVID-19. A propósito, el premier británico remarcó: “Churchill y Roosevelt se enfrentaron al reto de levantar el mundo después de una devastadora guerra. Hoy nos enfrentamos a un reto diferente, pero igual de desafiante, cómo reconstruir del mejor modo posible todo el daño provocado por la pandemia”.
Aparte de desencuentros sobre asuntos muy sensibles, como el riesgo de que Downing Street arriesgue el proceso de paz de Irlanda del Norte con motivo del Brexit, asunto que expuso, con lujo de detalles el periódico londinense The Times, de centro derecha, contando la inusual “reprimenda” diplomática de la Casa Blanca al gobierno de Johnson, la visita de Biden a territorio británico se movió en terreno firme, sin mayores enfrentamientos pues también está en proceso un posible acuerdo de libre comercio entre la antiquísima isla y la última gran potencia. Tras el tête à tête de los dos mandatarios, el británico se limitó a decirle a la histórica BBC que había una “total armonía” sobre la necesidad de resolver los problemas comerciales en Irlanda del Norte y que Londres, Washington y Bruselas —sede de la Unión Europea—, querían proteger el Acuerdo de Viernes Santo que selló en 1998. Una de las claves de ese pacto fue que no existiera una frontera dura entre las dos Irlandas, reto sumamente complicado ahora con el Brexit. Para el caso, Johnson —que presumía de su amistad con Donald Trump como lo ha hecho el presidente de México—, en su papel de anfitrión en la cumbre del G-7, aprovechó la oportunidad para demostrar que pese a la salida de la UE, Reino Unido continúa siendo actor clave en este diferendo.
Durante la reunión en el balneario de Carbis Bay, los líderes del G-7 coincidieron en continuar apoyando sus respectivas economías con estímulos fiscales —a diferencia de lo que ha sucedido en el régimen de la 4T—. El respaldo a un mayor estímulo fue unánime, incluida la canciller germana Angela Merkel, que por costumbre se han opuesto a mayor endeudamiento público para estimular el crecimiento, posición que se relajó en Berlín conforme se agudizaba la pandemia del COVID-19. Al respecto, la administración de Joe Biden presionó a sus aliados para que continúen gastando, y la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, en una reunión anterior con sus colegas europeos los alentó a “ir a lo grande”. Los mandatarios del G-7 creen que un aumento de la inflación posterior al confinamiento social (por la mortandad de la pandemia) sería temporal.
La mayoría de las cumbres del G-7 pasan inadvertidas. En esta ocasión quizás porque la pandemia cambió el escenario social de la casi totalidad de los países del mundo, es posible que pase a la posteridad debido a que el mundo también es diferente. Y mucho. En esta ocasión no solo intentaron hallar soluciones a grandes problemas como la vacunación o el cambio climático, sino pretendieron garantizar su capacidad de influencia. En la apertura, el premier británico instó a sus pares a “reconstruir para mejor al mundo” mientras se recupera de la que “quizás ha sido la peor pandemias de la historia”. Por lo que recalcó que había de aprender de los “errores” de la crisis financiera de 2008 y abordar la “cicatriz” de la desigualdad. De tal suerte, el G-7 (que representa el 10% de la población de la Tierra, pero el 45% de la riqueza), se comprometió a destinar mil millones de dosis de vacunas a los países más pobres del mundo colmo parte de un plan para “vacunar al mundo” para fines de 2022. El compromiso no solo trata de salvar seres humanos, sino que intenta contrarrestar la “diplomacia de las vacunas” por parte de China y de Rusia, que se apresuraron a suministrar sus dosis a países con problemas para adquirirlas. El Reino Unido (donde el 77% de la población adulta ya recibió la primera dosis de la vacuna y el 53% cuarenta con el esquema completo) donará 100 millones de dosis excedentes en los siguientes 12 meses. EUA, 500 millones de dosis de BioNTech/ Pfizer (200 millones en lo que resta del año y el resto en el primer semestre de 2022). A su vez, la Unión Europea ha prometido 100 millones de dosis para los países africanos y otros naciones en vías de desarrollo antes que finalice 2021.
Las promesas parecen generosas, pero en realidad están muy lejos de las necesidades verdaderas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que para vacunar al 70% de la población mundial se necesitan 10,000 millones de vacunas. A más de la crisis sanitaria, está presente la recuperación económica. Con la receta del expansionismo fiscal por la que han votado afirmativamente todos los gobiernos del G-7, Londres pretende borrar de un plumazo la herencia proteccionista de Trump y apostar por el libre comercio como mejor manera de reactivar la economía mundial.
En este sentido, las señales de recalentamiento de la economía se acumulan. El viernes 11 de junio se dio a conocer que la inflación interanual en EUA se situó en mayo en el 5%, la cifra más alta desde agosto de 2008. Por lo tanto, las potencias industrializadas deberán refrendar el acuerdo que sus ministros de Finanzas alcanzaron hace dos semanas para reformar el sistema global de imposición a las grandes multinacionales sin que las excepciones, como las que el UK busca para sus gigantes financieros echen por tierra el proyecto.
Después de convivir en la Gran Bretaña con los líderes del G-7, y con la anciana reina del UK, la nonagenaria Isabel II, que recién cumplió 95 años de edad (a lo largo de su largo reinado ha convivido con 13 presidentes de EUA, desde Harry Truman hasta Biden), misma que ya recibió la invitación de Joe Biden para visitarlo en la Casa Blanca, además de correrle la misma cortesía a la canciller Angela Merkel de Alemania (incluso antes que Boris Johnson), el sucesor de Trump se trasladó a Bruselas para asistir a la reunión de los 29 países que componen la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Era necesario. El experimentado mandatario estadounidense da carpetazo a la anti-diplomática era Trump. Biden trata de demostrar que los equilibrios establecidos desde la Segunda Guerra Mundial siguen vigentes y que el poderío militar de la Unión Americana no dejará a la suerte a sus aliados europeos. “Si las cosas vienen mal dadas, quiero que toda Europa sepa que EUA está de regreso”, dijo el 46o mandatario de USA, tras garantizar que para su administración la cláusula colectiva de defensa de la Alianza Atlántica por el que un ataque a un Estado miembro supone un ataque contra todos —el artículo 5– es una “obligación sagrada”. Principio que el “magnate” intentó nulificar, en represalia por el bajo presupuesto de defensa de los europeos.
Con esta su primera gira internacional, Biden reafirma el liderazgo estadounidense tras la pandemia ante un incierto tablero mundial en el que no se trata tan solo de recuperar los fundamentos que han definido el mundo en los últimos años sino también de reinventarlos. Por tal motivo, la OTAN aprobó un documento para redefinir su estrategia de cara a 2030 en el que se contemplan nuevas amenazas y nuevas formas de combatirlas, aunque las inquietudes siguen siendo muchas.
Ignoro si Biden es buen jugador de ajedrez, el hecho es que en esta su gira inaugural por Europa, logró una victoria diplomática de campeón ajedrecístico. Esto no significa que la OTAN inicie una nueva Guerra Fría con China. En cambio, sí buscará crear un frente unido ante los desafíos para la seguridad internacional que implica la escalada militar china y su expansión de poder en el planeta. El secretario general de la OTAN, el economista y político noruego, Jens Stoltenberg, al iniciar los trabajos de la reunión dijo: “China no es nuestro adversario, nuestro enemigo, pero tenemos quien abordar como alianza los retos que supone China para nuestra seguridad”.
Biden, por su parte, acusó: “Rusia y China están buscando abrir una brecha en nuestra solidaridad transatlántica”… “aliados, debemos enfrentar juntos los nuevos desafíos planteados por ellos”… “Tenemos a Rusia, que se comporta de modo diferente de lo que esperábamos y tenemos a China”. En referencia a los esfuerzos occidentales desde mediados de la década de los años 90, para que esos países formen parte de las democracias liberales.
En fin, desde Bruselas, Joe Biden declaró que en su encuentro con Putin —el miércoles 16 de junio—, no buscará un conflicto, pero sí responderá si Rusia continúa con sus “actividades dañinas”, y que le planteará al líder ruso cuáles son las “líneas rojas” que no debe cruzar. VALE.