En la víspera del gran proceso electoral que ha concluido, tres agrupaciones políticas de signos diferentes se aliaron con un solo propósito (por lo pronto). Esas agrupaciones encarnan el arcoíris de las ideas políticas. El propósito en el que coincidieron y que llevaron adelante fue contener el embate autoritario, con visos dictatoriales, del Ejecutivo en turno. Ese embate corría por el cauce electoral a partir del afán por alcanzar una mayoría parlamentaria calificada que permitiera al poder omnímodo emprender, a discreción, reformas constitucionales para decidir la marcha del país.
En la formación de la alianza operó la razón y entró en receso (relativamente) la emoción. El PRI, el PAN y el PRD pusieron de lado, por lo pronto, sus enormes diferencias ideológicas, sus raíces históricas y su horizonte partidista para atender la necesidad apremiante de oponer una muralla a los arrestos dictatoriales del Ejecutivo. Había que reivindicar para el Congreso la misión de contrapeso que conviene a una verdadera democracia. Era preciso frenar el ímpetu devastador. De ahí la alianza, que hubiera sido impensable en otras circunstancias.
Por supuesto, jamás hubieran coincidido esos tres partidos si no tuvieran al frente la maquinaria devastadora del Ejecutivo, dispuesto a menguar la democracia y dar marcha atrás a las manecillas de la historia. En fin de cuentas, el personaje al mando de la cuarta transformación obligó a reducir distancias, aplazar contiendas y optar por un solo cauce para enfrentar la fuerza demoledora de lo que conocemos como Cuarta Transformación.
Los aliados trataron de estar a la altura de la nueva circunstancia en el episodio electoral. Pactaron, mitad a la luz, mitad a la sombra, de buena o de mala gana, pero pactaron al fin. Aceptaron las instancias de una sociedad civil enérgica y propositiva, que fue una verdadera novedad en este proceso político y que ya no debe descender de la tribuna, sino mantenerse en ella con creciente fuerza y en alta voz. Y propusieron a los ciudadanos un haz de candidaturas —que acaso debieron ser más numerosas, sin vacíos que ocupara el morenismo— para alcanzar una meta necesaria al cabo de los comicios.
No hemos agotado la reflexión sobre los resultados del proceso electoral, lo que éste puso a la vista, extraído del fondo de la sociedad, y lo que es posible prever para los siguientes capítulos de nuestra larga marcha política. Con todo, se pudo alcanzar una alianza —germen de amistad civil— entre adversarios naturales, convencidos de la necesidad de alcanzar unidos —porque desunidos jamás lo hubieran podido— una presencia eficaz en el Congreso de la Unión. Hasta aquí, muy bien (aunque pudo ser mejor).
La gran pregunta ahora es: una vez concluidas las elecciones y operada cierta redistribución del poder formal entre protagonistas distintos de la vida política, ¿subsistirá la alianza? ¿Entre quiénes? ¿Con qué designio? ¿Bajo qué patrones de comportamiento? ¿Y hasta cuándo? La pregunta es pertinente y la respuesta es indispensable a estas alturas, cuando el Ejecutivo cura sus heridas, proclama sus victorias, reagrupa sus fuerzas y anuncia nuevos impulsos fuertemente autoritarios para “redondear” el episodio sexenal que pronto abrirá su segunda y difícil mitad.
Claro está que al formular esas preguntas no me refiero solamente al PRI, discreto, al PAN, impetuoso, y al PRD, acorralado. También involucro a la sociedad civil, que despertó con fuerza, actuó con energía y logró lo que parecía imposible: tener un papel en el proceso político nacional y abrir el cauce para alcanzar una mayor presencia en la conducción del pais, si sabe aprovechar sus primeros pasos en este campo, que han sido aleccionadores y eficaces. Puede hacerlo a partir de sus cuadros más característicos, que son integrantes de la clase media aborrecida y vituperada —ahora como nunca— por el primer mandatario de la nación.
Es indispensable que la alianza, que pronto estrenará su fuerza en el Congreso —fuerza de una minoría relevante, que debe ser inteligente y exigente—, acredite ante la mirada de la nación, cuando antes, los objetivos que persigue y la lealtad con la que responderá a los sufragios que recibió en unos comicios de emergencia política. Hablo de lealtad, porque en este caso los votantes pusieron en las manos de los aliados el instrumento para frenar el ímpetu dictatorial y rescatar el papel del Poder Legislativo en un Estado democrático.
Sería una desgracia para el país que una vez instalados en sus curules los legisladores de la nueva fuerza —los aliados, producto de un voto animado por la esperanza de millones de mexicanos— disfrutaran para sí de su posición privilegiada o, peor todavía, mordieran el anzuelo —mejor dicho, la fruta envenenada— que se les comienza a tender desde la mano del poder omnímodo. Éste ha manifestado sin ambages su intención de mellar la unidad de los aliados, y éstos todavía no han acertado a asegurar fehacientemente la reciedumbre de su convicción y su lealtad al mandato que se les confirió en las urnas. El Ejecutivo insinuó que le será fácil atraer algunas voluntades hacia sus proyectos y desarmar la unidad de los aliados. Hubo respuestas, pero éstas no tuvieron la unanimidad y el vigor que hubieran sido necesarios, como posición de partidos políticos y de fracciones parlamentarias. Por ello, digamos con una expresión popular: “no sea la de malas”.
Ha llegado la hora de saber cuáles serán las propuestas que los aliados formularán en la tribuna del Congreso para reencauzar democráticamente la marcha del país. Y conocer la posición que adoptarán frente a los arrebatos del poder omnímodo, que éste ha formulado explícitamente: la militarización de la seguridad pública, la supresión de la representación proporcional como consecuencia de la reforma electoral propuesta desde la tribuna de ese poder, el giro en el sector energético. Estos son algunos de los temas que han aparecido después de la elección. Y hay muchos más, todos esenciales para la vida de la República.
Por lo tanto, queda en pie la pregunta, pendiente de respuesta pronta y satisfactoria: concluida la elección e integrada la nueva Legislatura, ¿qué hará ésta para cumplir el encargo que sus integrantes —aliados en las urnas— recibieron de manos de millones de votantes que creyeron en ellos y pusieron en sus manos una tarea de enorme trascendencia, de la que depende el futuro del país?

