Hay ceremonias políticas que motivan infinidad de reflexiones. Algunas, como la toma de posesión del nuevo presidente de la República del Perú —el miércoles 28 de julio del año en curso—, van más allá de lo acostumbrado, pues algunos de los requisitos para llegar al cargo, por lo menos llaman la atención por lo inusitado: “tener una propiedad o renta de ochocientos soles cuando menos, o ejercer cualquier industria que los rinda anualmente, o ser profesor público de alguna ciencia”. Ya podrían exigir otros atributos menos crematísticos.

Asimismo, al ver las fotos del maestro rural José Pedro Castillo Terrones (Puña, 19-X-1969) tras asumir tan importante cargo, en la cúspide de la burocracia de esa nación sudamericana, viene a la mente la vieja frase de “no solo hay que ser, sino parecer ser”. La imagen del mandatario peruano al cumplir con su primera guardia de honor, vestido con traje andino negro con bordados y en la testa un tradicional sombrero campesino del departamento de Cajamarca al norte del país —que ningún otro mandatario peruano jamás se ha atrevido a usar en un acto oficial—,   obliga a decir que no se puede ser tan fachoso, mucho menos cuando ya se es presidente del Perú. Y en fecha tan solemne, en el Congreso de Lima, ese mismo día se celebraba el bicentenario de la Independencia. Al Parlamento, el maestro Castillo llegó caminando desde la sede de la cancillería peruana, el Palacio virreinal de Torre Tagle, de la mano de su esposa Lilia Paredes Navarro, madre de sus dos hijos: Alondra Jennifer y Arnold.

Al jurar como nuevo presidente peruano, Castillo Terrones declaró: “Juro por Dios, por mi familia, por los campesinos, por los pueblos originarios, por los ronderos (miembros de las rondas campesinas, organizaciones comunales de defensa), pescadores, profesionales, niños, adolescentes, que ejerceré el cargo de presidente de la República en el periodo 2021-2026. Juro por los pueblos del Perú, por un país sin corrupción y por una nueva Constitución”. Acto seguido, la presidenta del Congreso (unicameral), María del Carmen Alva Prieto, le impuso la banda presidencial bicolor.

Algunos analistas aseguran que los meses de turbulencias electorales en el país podrían haber terminado. Excelentes propósitos, pero la realidad es muy diferente. Lo cierto es que la nación sudamericana inicia ahora una nueva etapa que está marcada por la incertidumbre. Por el momento, el país está en manos de José Pedro Castillo Terrones, de Perú Libre, al que el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), le reconoció el 50,126 por ciento de la votación, lo que representa 8,836,380 votos, y con un triunfo por 44,263 papeletas, mientras que a su adversaria, Keiko Fujimori Higuchi, de Fuerza Popular, le aceptó el 49,874 por ciento de la votación, con 8,729,117 votos.

Por la corta diferencia de votos, Keiko Fujimori denunció “robo de votos” y “fraude electoral” en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales celebradas el pasado 6 de junio. El JNE finalmente reconoció el triunfo del candidato del izquierdista Perú Libre, dando por concluido el recuento electoral más largo en 40 años, tras la revisión de las denuncias de fraude presentada por la hija del expresidente Alberto Fujimori. En la misma sesión, el tribunal electoral proclamó a Dina Ercilia Boluarte Zegarra como primera vicepresidenta constitucional de la República del Perú.

Tres días de ceremonias oficiales pusieron de relieve la asunción del maestro rural de izquierda, que tiene enfrente numerosos y graves desafíos como superar la pandemia del COVID —con la tasa de decesos per cápita más alta del mundo, con 196 mil fallecidos y 2.1 millones de contagios—, revivir la economía y terminar (algo dificilísimo) con las convulsiones políticas que pusieron al país de cabeza, como para tener tres presidentes solo en el mes de noviembre de 2020.

En sus discurso inaugural, Castillo Terrones agradeció al pueblo, faltaba menos, por “este histórico triunfo”; “ha llegado el momento de llamar a todos los sectores de la sociedad para construir unidos un Perú inclusivo, un Perú justo, un Perú Libre…Traigo el corazón abierto para todos y cada uno de ustedes. Acá en este pecho no hay rencor, no hay indiferencia, primero está el Perú, primero están ustedes y la raza peruana”, todo sin moverse el icónico sombrero.

Castillo no podía desaprovechar la ocasión para disipar algunos fantasmas ideológicos que han circulado a su alrededor desde el momento en que decidió participar activamente en la agitada y larga contienda presidencial. Hasta el Nobel de Literatura peruano, Mario Vargas Llosa, advirtió de las filias políticas de izquierda del candidato  de Perú Libre, tanto así que pidió el voto para Keiko, la hija de su enemigo: Alberto Fujimori. Cualquier personaje sería preferible al “izquierdista” maestro rural. Castillo dijo: “ni remotamente pretendo estatalizar la economía, como advirtieron muchos de mis rivales políticos”, “buscaré lograr las reformas con responsabilidad”. Prometió buscar mejorar los acuerdos de libre comercio priorizando los “intereses del país”. En su mensaje a la nación, Castillo criticó la explotación de las riquezas materiales durante la Colonia y el virreinato en los territorios indígenas. Por mera casualidad estaba en el auditorio de la toma de posesión el rey Felipe VI de España, como invitado especial, así como otros presidentes de Hispanoamérica. Aunque el presidente de México no estuvo presente en la Toma de Posesión, López Obrador hizo acto de presencia en el discurso del nuevo mandatario peruano. Meros simbolismos bolivarianos. El representante de la 4T fue el canciller Marcelo Ebrard Casaubón, que invitó al nuevo mandatario a visitar México. Ebrard ya está en campaña.

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Como tema primordial de su campaña, el abanderado de Perú Libre se refirió, una y otra vez, a una Nueva Constitución, para suprimir la Constitución promulgada en 1993 por el entonces presidente “el Chino, Alberto Fujimori. Perú, dijo, “no puede estar condenado a seguir prisionero de esta Constitución” .  En muchos aspectos, la toma de posesión de Castillo, recuerda la de Andrés Manuel López Obrador, quizás porque ambos mandatarios se identifican con la triada bolivariana, Cuba, Nicaragua, Venezuela. Y algo más, como que el novel presidente anunció que no gobernará el país desde el Palacio de (Francisco) Pizarro, la acostumbrada casa de gobierno desde 1535, la época de la Colonia, pues el histórico edificio lo convertirá en un museo y sede del nuevo Ministerio de las Culturas. Ahora dirigirá el país en lo que era la Secretaría de Educación. Hizo la promesa de retomar “sus labores docentes de siempre” en cuanto termine su periodo de gobierno”.

Antes de Castillo Terrones en el Perú hubo cuatro presidentes en los pasados tres años. Pedro Pablo Kuczynski renunció en 2018 tras el escándalo por su intento de indultar a Alberto Fujimori para granjearse el apoyo del fujimorismo en el Congreso y salvar su presidencia. Su sucesor, Martín Vizcarra, fue destituido por el Congreso por “incapacidad moral” —nada menos—, aunque algunos creen que en realidad fue víctima de sus iniciativas de lucha contra la corrupción, que atentaban contra los intereses económicos de un alto número de parlamentarios.

A la caída de Vizcarra en noviembre de 2020, Manuel Merino ocupó la presidencia. Su caso fue de antología. Apenas duró en el puesto seis días. Su renuncia se dio en medio de las protestas callejeras de los peruanos hartos de la inoperancia de la clase política nacional y los turbios negocios de los diputados.

Le sucedió Francisco Sagasti, presidente interino que muy rápido sintió en carne propia la debilidad característica de la presidencia en Perú. Una cadena de televisión, Willax, reveló que el presidente Sagasti llamó a varios personajes peruanos, incluido el escritor Mario Vargas Llosa, para solicitarle que Keiko Fujimori —a la que el autor de La guerra del fin del mundo ha apoyado después de haberse enfrentado durante varios años con el fujimorismo—, aceptara los resultados de la segunda vuelta.

Esta noticia se interpretó en algunos medios como un intento de intervenir en el resultado de los comicios presidenciales, lo que propició que se presentara en el Congreso una iniciativa para relevarlo del puesto. Finalmente la propuesta no fructificó, pero por lo menos sirvió como advertencia a Pedro Castillo de que “el poder del presidente es muy limitado en el sistema peruano”.

Es posible que en el Perú no haya muchos ciudadanos que comulguen con el desgastado adagio “después de la tempestad viene la calma”. Apenas 24 horas más tarde de la solemne investidura presidencial, José Pedro Castillo Terrones, hizo a jun lado sus promesas de moderación y designó a un gobierno de orientación radical, causando la primera crisis de su presidencia.

Castillo nombró como primer ministro a Guaidó Bellido, de 41 años de edad, conocido como un radical de izquierda al que la Fiscalía investiga por un posible delito de apología del terrorismo después de que se conociera su participación en actos de homenaje a una integrante de Sendero Luminoso, el grupo terrorista que bañó de sangre el país en los últimos veinte años del siglo XX, y que causó un trauma nacional.

La designación de Bellido causó inmediato rechazo por la mayor parte de las bancadas parlamentarias, incluso por parte de agrupaciones de izquierda y liberales que consideran que ese nombramiento “no generará la confianza ni los consensos que requiere el Perú en medio de la crisis sanitaria, económica y social que afronta por la pandemia”.

La elección de Bellido se interpretó como un triunfo del ala radical de Perú Libre, el partido del presidente, y de Vladimir Cerrón, ex gobernador del Departamento de Junín, inhabilitado por corrupción, pero que es el que realmente mueve los hilos de ese partido.

En medio de una confusa jornada, Bellido juró el cargo en la Pampa de Quinua —donde está el obelisco de 44 metros de altura que representa el Monumento a los Héroes Caídos, que representa la lucha por la libertad y la ruptura con el colonialismo—, cerca de donde en 1824 se libró la histórica batalla de Ayacucho contra los españoles, otro indicio de la parafernalia anticolonial que Castillo ya puso en claro en su discurso inaugural.

El que mal empieza, mal acaba, dicen los viejos. Y, por lo que se ve, el nuevo gobierno del Perú “murió antes de nacer”. De tal suerte, el Partido Morado del presidente saliente, Francisco Sagasti, de los pocos que defendió a Castillo ante las acusaciones de fraude de Keiko Fujimori, aseveró que la designación de Bellido atenta contra la gobernabilidad, y pidió no darle la confianza “a alguien que no cree en la democracia”. En un comunicado dirigido al presidente, este partido le dice: “Señor Presidente,  la designación de Guido Bellido como Presidente del Consejo de Ministros atenta contra la gobernabilidad. Como congresistas rechazamos firmemente su postura sobre Sendero Luminoso, defensa de la dictadura cubana, su homofobia y misoginia…El equipo de Gobierno del presidente Castillo nos puede estar liderado por una persona que no cree en la democracia, los derechos humanos y la lucha contra la corrupción y el terrorismo. ¡Haremos control político a favor de la democracia y las libertades!”.

Lo mismo hacen otras formaciones políticas. Incluso personajes cercanos al presidente Castillo, como Julio Arvizu y Ronald Gamarra, juristas que defendieron al mandatario tras las acusaciones fraudulentas por parte de Keiko Fujimori han expresado su rechazo al nombramiento. “Primer error grave del Gobierno nombrar como premier a una persona que en lugar de afirmar alianzas y consensos conseguidos los espanta. Esto más allá de las declaraciones homofóbicas que acabo de leer y son inaceptables. Espero que se recapacite el rumbo tomado”, escribió Julio Arvizu en sus redes sociales.

Los escándalos mediáticos por los nombramientos del gabinete de Castillo Terrones no terminan con el caso Bellido. También nombró como canciller a Héctor Béjar, ex guerrillero de extrema izquierda encarcelando por sedición en 1966, y liberado en una amnistía en 1970. A lo que Jorge Montoya, vocero de la bancada del Partido Renovación Popular expuso en un comunicado: “Exigimos el cambio de los ministros que tienen relación con el terrorismo”.

Y, otro caso es el nombramiento de Juan Manuel Carrasco Millones, como ministro del Interior, a quien la Fiscalía peruana acaba de abrirle una investigación por presunta “mala conducta” cuando se desempeñó como Fiscal del Perú.

Un medio peruano, con mala leche, cabeceó el juramento del nuevo presidente, como “Pedro Castillo, el breve”. Ojalá y no. Perú necesita en estos momentos, absoluta estabilidad. VALE.