Con la salida de las tropas aliadas de Afganistán, estamos ante un nuevo caso de fuerzas irregulares que vencen a un ejército regular. Fue una guerra asimétrica. En los enfrentamientos bélicos no siempre se gana; en la que acaba de concluir, los perdedores fueron los Estados Unidos de América y los países de Occidente que intervinieron en la aventura.

La victoria de los talibanes pone en evidencia que la guerra de guerrillas sigue siendo válida como forma de lucha; que puede darse en lugares áridos y montañosos, no necesariamente en terrenos selváticos, insalubres y regados por ríos.

Las cuevas y el refugio que, a querer o no, los insurgentes encontraron en Paquistán e Irán fue determinante. El mimetismo de los guerrilleros, en estos casos, siempre fue determinante. ¿Quién no siente compasión por refugiados que huyen de la violencia, del hambre y la inseguridad que prevalecía en Afganistán? En el caso estuvieron de por medio lasos indisolubles: identidad religiosa, vecindad y comunidad de costumbres.

Hubo complicidad y colaboración con talibanes de parte de los gobiernos y población de los estados vecinos. Ninguna guerrilla puede ser instruida y entrenada en subterráneos y cuevas. El entrenamiento se hace a campo abierto. En el caso no sólo hubo descuido de parte de los gobiernos; su pasividad llegó al grado de ser complicidad. No se podía esperar otra conducta. También sobraron las organizaciones defensoras de los derechos humanos que reclamaron asilo a los expatriados.

En el caso de guerras asimétricas lo esencial es el adoctrinamiento de los guerrilleros, sea por razones políticas, religiosas o étnicas. En el caso estuvo de por medio una creencia monoteísta, intolerante, discriminadora de las mujeres y que se rige por la Sharía, o ley islámica. Nada se puede hacer frente a hombres adoctrinados a los que no les importa perder la vida.

La identidad religiosa y el temor que los talibanes fueron capaces de infundir, llevó a la población, a querer o no, a colaborar con ellos y a prestarse a ocultarlos para hacer operante el principio de mimetismo que es inherente a una guerra de guerrillas.

El ejército aliado estuvo bajo el mando militar estadounidense; por ello, la derrota no es compartida; la opinión publica la atribuye a los Estados Unidos, que los invitó a sumarse a la empresa, que definió la estrategia general y tuvo a su cargo el grueso del financiamiento de la intervención. Se habla de que el costo de la aventura costó a los ciudadanos norteamericanos entre el 8 y el 16 por ciento del producto interno bruto y la vida de más de dos mil soldados y de muchísimos heridos que, en los casos de inválidos, tendrá un costo a largo plazo.

Tanta inversión en recursos humanos y económicos desperdiciados y sin ningún resultado positivo para los invasores. No se reestableció la democracia, no se dio fin a las causas de los atentados de septiembre de 2001 y se perdieron las inversiones a largo plazo que se habían hecho para extraer los minerales preciosos.

Al presidente George Buhs hijo le alcanzó la vida para ver una victoria inicial de sus tropas y lo que parece ser la derrota final de ellas. La salida de los invasores: hombres armados, empresarios y asesores es vergonzosa. Como hazaña bélica, la intervención fue un fracaso; como negocio, una mala inversión.

Los guerrilleros apostaron a una guerra de baja intensidad, prolongada y de desgaste; evitaron enfrentarse abiertamente con un ejército regular, bien armado, disciplinado y que contaba con todos los avances tecnológicos. Sus ataques fueron esporádicos y sus atentados espectaculares; éstos mermaron la moral de la población y mostraron la falta de control de parte de las tropas invasoras del territorio ocupado. La corrupción impidió a Afganistán la formación de un ejército regular; y la influencia extranjera, el establecimiento de un gobierno propio e independiente

El fracaso que tuvo la ex Unión Soviética no sirvió de lección para los Estados Unidos en ningún aspecto.

En el caso quienes sufrirán las consecuencias de la derrota serán los colaboracionistas. El hambre, la ambición y el deseo de riqueza es lo que lleva a un grupo reducido de la población a servir al invasor o a colaborar con él. Les espera una larga cadena de juicios sumarios, fusilamientos, encarcelamientos y destierros. Las denuncias abundarán y los tribunales que aparentarán imparcialidad van a surgir y a condenar.

Los talibanes, para consolidarse en el poder, deben derramar sangre y mucha; imponer, de inicio el terror como forma de gobernar y de evitar posibles brotes de inconformidad. La religión ayudará mucho en la consolidación de los nuevos gobernantes.

A primera vista a Afganistán le espera una prolongada Edad Media, en el sentido de obscurantismo e intolerancia religiosa. Los cuadros tecnológicamente preparados emigraron o murieron. Recibirán un territorio minado, destruido y lleno de inválidos o enfermos mentales.

Su incorporación al mundo moderno, para algunos, se ve imposible. No lo es. Los chinos se encargarán de venderles tecnología a cambio de minerales; de enseñarlos a usarla a condición de que compren. A mediano plazo el mandarín pudiera llegar a ser una segunda lengua.

Estamos ante una nueva derrota de Estados Unidos. Al igual que en Vietnam, quien se alzó con la victoria fue China; ella, sin haber peleado, se quedará con los ricos minerales a los que los empresarios norteamericanos le habían echado mano.

Los chinos, para alcanzar el control pacífico se esos recursos, se apoyará en la población nativa que habita en las provincias próximas a Afganistán y que profesa el islam. Darán la impresión de que son hermanos y que tienen una meta común: llegar al Paraíso. Su jugada fue inteligente y a largo plazo.

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Pronto veremos a los chinos reviviendo la Ruta de la Seda con un formato moderno. En esto, como en todo lo que es mercado chino, habrá una penetración callada, imperceptible y avasalladora. Los chinos, como en todas partes, llegaron para quedarse y para monopolizar el mercado. Les conviene que Afganistán prospere y sea una frontera segura. Los poco menos de sesenta kilómetros que tienen como frontera común lo permitirá.

La dificultad es que entre los musulmanes las diferencias religiosas son muchas y a muerte. Los atentados recientes en el aeropuerto internacional de Kabul, de los que derivaron más de ciento setenta muertos, trece de ellos soldados norteamericanos, y muchísimos heridos, cuya autoría ha reclamado para sí el grupo Estado Islámico-Khorasan, ISIS, ponen en evidencia que las cosas no las van a estar fáciles para los talibanes victoriosos. Ellos, por tener el control del país y ahora ser visibles, serán lo que paguen su costo. Joe Biden anunció represalias. En estos días sería muy peligroso que los talibanes festejen su victoria. Podría llover fuego y amargarles su triunfo.

No faltaron las aves de rapiña. Donald Trump, es corresponsable del retiro; fue él quien, durante su presidencia, pactó la paz y la retirada; aprovechó los hechos para llevar agua a su molino.

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