El primero de diciembre próximo se cumplirán 3 años del actual gobierno, y es tal el desgaste y el fastidio por la presencia cotidiana de la figura presidencial en los medios sin que exista o se perciba algún avance en la economía o en el bienestar en los hogares mexicanos, al grado que pareciera que el actual régimen ha permanecido por mucho más tiempo.

El propio inquilino del Palacio Nacional está ya exhausto, su imagen refleja cansancio y enfermedad, resultado de estar permanentemente en campaña, aún no satisfecho con su espectáculo de todas las mañanas ahora pretende montar una nueva campaña  para promover su ratificación con la supuesta revocación de mandato, que no es otra cosa que un nuevo distractor para entretener al graderío.

En las democracias participativas la figura de la revocación del mandato no opera a petición del gobernante o servidor público cuyo desempeño va a ser cuestionado, sino que debe ser precisamente la Sociedad Civil la que lo solicita para consultar a los ciudadanos si debe de ser removido.

Lo cierto que ahora más que nunca en la historia reciente de nuestro querido México estamos ayunos de personajes destacables que figuren en la arena política que tengan suficientes méritos de honorabilidad, honradez, experiencia y sensatez, y con un gran amor a México. Los partidos político están integrados por más de lo mismo, de los individuos que los mexicanos ya no queremos volver a aceptar como gobernantes, en estas condiciones la carrera a la sucesión presidencial en este momento se vislumbra desierta, a pesar de que ya existen suspirantes como el Canciller, o el senador coordinador morenista o como la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, quien no ha podido coordinar esfuerzos para que exista un gobernabilidad armónica en la capital del país.

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De la economía estancada, a una política de salud errónea y a la crisis de inseguridad, que es cierto no puede imputarse su génesis al actual Gobierno, pero sí sin duda alguna, reprocharle su agravamiento y una equivoca estrategia de no enfrentar a la delincuencia organizada y en especial al narcotráfico, ha priorizando el diálogo con ellos y no el enfrentamiento desde las primeras semanas de iniciar su ciclo sexenal. La política de los abrazos y no balazos así denominada por el propio ejecutivo, aunque hoy lo niegue, la está librando el Ejército violentando la Constitución; y cuando las Fuerzas Armadas son sacadas de sus cuarteles sin un marco jurídico y una planeación adecuada, sin tener claro el qué, el cómo, el dónde, el cuánto y durante cuánto tiempo, se quiera o no, los Ejércitos comienzan a ejercer poder y los desenlaces suelen ser trágicos para los Gobiernos.

En el ámbito social descalifica a quienes levantan la voz y se atreven a la menor crítica, tildándolos de enemigos reaccionarios y conservadores. Rechaza o se incumple la Constitución. Se construyen acuerdos con bandas paramilitares restando apoyo a las fuerzas armadas, hoy reconvertidas en Guardia Nacional. Se ha propiciado el linchamiento de los adversarios políticos. Se estigmatiza a los medios de comunicación que disienten de fondo o en las formas del nuevo gobierno, llegando al grado de instruir a quienes critican, que cierren la boca o que abandonen su país.

En este contexto que importante sería que la sociedad mexicana se pudiera organizar y tomar el control político del futuro de nuestra Nación. Ante este panorama, y por los últimos acontecimientos se cuestiona públicamente, ¿por qué los mexicanos somos tan pasivos y no protestamos?  Tan solo mostramos nuestro desacuerdo que se patentiza en las redes sociales y a manera de burla o “meme” y simplemente se alcance a expresar que ojalá nuestras autoridades corrijan el rumbo, y no esperen a que “despierte el México bronco” porque los mexicanos no andamos con medias tintas.  Pero por lo pronto la sociedad se encuentra aparentemente aletargada o dormida.