La reina sin corona y sin sangre azul, fue soberana germana por derecho propio —Inteligencia, educación científica, perseverancia, honradez y trabajadora incansable—, no podía envejecer simplemente disfrutando la euforia que provoca el poder, la droga más poderosa que el ser humano haya producido.

 

In Memoriam Manuel Mejido Tejón.
Preclaro periodista
(Tierra Blanca, Ver,
1932-Ciudad de México, 2021).

 

Pocos, muy pocos son los gobernantes, sin importar su importancia, que al dejar el poder la ciudadanía todavía los tomaría en cuenta para otros cargos. Una de esas excepciones es la canciller alemana Angela Dorothea Merkel (née Angela Dorothea Kasner, Hamburgo, 17 de julio de 1954). Según un estudio del Pew Research Center (Centro de Investigaciones Pew: un think-thank con sede en Washington, D.C.), la dirigente germana es la que mayor confianza genera a nivel global y el próximo fin de su periodo, después de las elecciones alemanas del 26 de septiembre del año en curso, es identificado por la consultora EuroAsia, como uno de los principales riesgos para Europa en 2021.

Lo sorprendente es que esta confianza no solo se ha dado en la Bundesrepublik Deutschland (República Federal de Alemania), durante sus 16 años ininterrumpidos de gobierno (cuatro legislaturas consecutivas), sino en Europa. Que el liderazgo de Angela Merkel sea visto con buenos ojos lo evidencia el hecho de que a la pregunta: “¿por quién votarían los europeos en unas hipotéticas elecciones a la presidencia de la Unión Europea (UE), si los candidatos fueran la canciller germana y el presidente francés, Emmanuel Macron?, la mayoría lo haría por la señora Merkel.

Los resultados de esta encuesta llaman la atención. El 41 por ciento votaría por la política germana, y sólo el 14 por ciento por el presidente francés. Además, en el resto de los países en los que se realizó la muestra —16 mil ciudadanos de 12 naciones—, incluido Francia, la mayor cantidad de votos fueron para la canciller. Este trabajo fue hecho por el laboratorio de ideas Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, por sus siglas en inglés). El interés para los autores de la muestra era analizar la percepción que queda de Alemania en Europa después del largo periodo de gobierno de Angela Merkel.

Es claro que actuación pública de esta mujer alemana es única. No es fácil que un gobernante de un país como Alemania cierre su gestión de 16 años con una aprobación del 70 por ciento y deje un legado que excede a su país y se proyecte más allá de las fronteras germanas. Muchos analistas coinciden en que Merkel forjó una Alemania reconvertida en el “motor económico” de Europa, desempeñando un protagonismo vital en el tablero internacional para fortalecer la integridad regional.

La reina sin corona y sin sangre azul, fue soberana germana por derecho propio —Inteligencia, educación científica, perseverancia, honradez y trabajadora incansable—, no podía envejecer simplemente disfrutando la euforia que provoca el poder, la droga más poderosa que el ser humano haya producido. No arriesgó su trayectoria política al grado de enfrentar el “jaque mate popular”. En 2015 —cuando ya tenía diez años de ser la primera mujer canciller en Alemania—, la revista estadounidense Time le dedicó la portada como canciller del “mundo libre” y el magazine francés, Le Point la llamó “La Patrona que puede salvar a Europa de la crisis sanitaria”. Y, la revista Forbes durante diez años consecutivos la eligió como “la mujer más poderosa del mundo”.

El ejemplo de Angela Merkel sin duda ha inspirado e inspirará a infinidad de mujeres en el mundo, que sobresalgan o no en la vida política de cualquier país. No abunda este tipo de paradigmas.

Reina sin corona Angela Merkel Portada

Días pasados, la famosa revista alemana, Der Spiegel (El Espejo), en un reportaje sobre la mandataria germana citó una respuesta que dio durante un debate televisivo  en 2005 con el todavía canciller Gerhard Schroeder. La moderadora del encuentro preguntó “si poner a una mujer en la Cancillería no sería más el resultado de una coalición de izquierdas”. Con su característica sonrisa —que después todo mundo conocería—, Angela Merkel respondió: “Yo soy producto de mis padres”. Dicen los analistas que la respuesta conjuga el estilo de una mujer que con su salida del escenario político deja un legado que ha marcado un antes y un después en la historia de Alemania. En el reportaje de Rubén Gómez del Barrio, titulado “Alemania aguanta el aliento ante el final de la era Merkel”, agrega a la contestación de la canciller: “Solo su peinado y la sobriedad en el vestir permanentes inalterables. El resto, visto desde una perspectiva actual, parece casi de otra época y no solo por las sucesivas crisis que han acontecidos los cuatro mandatos de la canciller, sino por la percepción de lo que somos y nos rodea”. Y agrega: “Un punto de inflexión que, desde una perspectiva germana, nace con la llegada de una mujer a la cancillería”. Todo lo que posteriormente ha acontecido en Alemania, en la Unión Europea y otras partes del globo, es historia en la que aparece constantemente la presencia de la primera mujer canciller germana.

Angela Dorothea Merkel es hija del teólogo y pastor luterano Horst Kasner y la profesora de inglés y latín, Herlind Jentzsch (Hamburgo, 17-VII-1954), cuando esa ciudad pertenecía a la Alemania occidental. Creció en Templin, un pueblo de 17,000 habitantes, como la mayor de sus hermanos: Irene y Marcus. Después, la familia Kasner se mudó a la República Democrática de Alemania, la parte comunista.

Otra de las características personales de la canciller la cuenta Wolfang Schäuble, miembro importante del gobierno de la canciller durante 12 años: “Cuando era niña, en las clases de natación, subió a un trampolín de cinco metros de altura y fue la última en saltar. Saltó, pero solo cuando tenía que hacerlo”. “Angela tiene un estilo de liderazgo que se caracteriza, como ella misma ha dicho alguna vez, por no comprometerse sino hasta el último momento. Mantiene abiertas todas las posibilidades”. La anécdota sirve para dibujar su talante, sin duda. Asimismo, dada su formación religiosa por el padre luterano, Merkel afirma, en repetidas ocasiones: “mi fe  en Dios me facilita muchas decisiones políticas”.

En Leipzig, la ciudad más importante de los cinco Estados federados del Este alemán, a los 19 años de edad Angela inició sus estudios de Física. En la Universidad Karl Marx donde además de cursar sus estudios profesionales conoció a Ulrich Merkel, que sería su primer esposo desde 1977 hasta 1981. La pareja no procreó descendientes, pero ella conservó el apellido de su marido hasta la fecha.

La joven Kasner, de 1.65 metros de estatura, con hermosos ojos azules y la cabellera siempre por encima de los hombros, obtuvo el doctorado en Fisicoquímica. Se inició en el mundo laboral como investigadora en el Instituto de Química Física de la Academia de las Ciencias, el principal de la República Democrática Alemana (RDA). Pronto cambió de trabajo por una oficina del Bundestag (Parlamento) en Berlín.

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Cuenta el periodista alemán Thomas Sparrow, en la revista Gatopardo, que muchas características que hoy definen a la canciller sobrevivieron de su etapa de mejor estudiante, cuando trataba de no llamar la atención (cualidad indispensable en la sociedad de la RDA, según las crónicas del momento), pero sí desarrollar su tendencia hacia la planificación, aunque esto afectara su espontaneidad.

Según el testimonio de Stefan Kornelius, editor del periódico alemán Suddeutsche Zeitiung desde el año 2000, autor de la biografía autorizada de Merkel —Angela Merkel, the Chancellor and her World, que ha sido traducida a 13 idiomas—, decidió trabajar como científica porque “carecía de valor para una rebelión abierta” contra el régimen comunista, aunque otros biógrafos sostienen que eligió astutamente un campo beneficiado por los comunistas. Lo cierto es que varios de sus condiscípulos la describen como tímida, diligente y siempre en busca de los datos más fiables,  de acuerdo a lo informado por la agencia Europa Press.

Tras la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, la vena política de la fisicoquímica empezó a superar sus ideales de investigadora. Sin la amenaza y la vigilancia del gobierno comunista germano, la joven doctora tomó partido por la conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU, por su siglas alemanas), y auspiciada por el líder Helmut Kohl (“arquitecto de la reunificación”), fue elegida en 1990, como miembro del Bundestag.

La estrategia siempre fue una de sus principales virtudes. Lo que le permitió encumbrarse más pronto de lo que pensaban sus rivales. En 2002 renunció a la candidatura del bloque conservador a su rival Edmund Stoiber, de la Unión Social Cristiana, el aliado bávaro de su partido. Maniobra impecable: Stoiber perdió en las legislativas ante el socialdemócrata Gerhard Schroeder, quién pidió la disolución del Bundestag en 2005 asediado por las huelgas, la deuda pública y el desafío de la globalización. Meses más tarde, el mismo año, se consagraba como la primera mujer al frente del gobierno de Alemania.

Der Spiegel describe el momento: “Su ascenso fue una especie de ironía de de la historia: ¿una mujer de Oriente liderando a Occidente a través de su mayor crisis? Cuando Merkel se convirtió en canciller, una de las principales preguntas era: ¿qué haría una mujer de manera diferente? Y había un aspecto que difería significativamente de sus predecesores: nunca se enorgulleció del poder, nunca se volvió insoportablemente vanidosa”. Nada más, nada menos.

Frente a la compleja situación de la migración desde Siria, Merkel no solo cambió las reglas de ingreso a Alemania y adoptó una política de puertas abiertas convirtiendo a su país en la nación que recibió el mayor número de inmigrantes, de acuerdo a datos de Eurostat. El manejo de la migración le costó muchos críticas dentro de su partido, la Unión Demócrata Cristiana y casi una fractura de la coalición con  los socialdemócratas.

En fin, a nivel continental, sostuvo la relevancia del denominado eje franco-alemán, y representó un apoyo crucial para el presidente francés Emmanuel Macron, que sin duda mucho la extrañará en los días por venir. También libró la batalla contra la inestabilidad post Brexit y ahora, deja el poder con un caro mensaje “eurocentrista” ante las que calificó como amenazas de Rusia, China y Turquía, contra los intereses europeos.

En fin, como bien se sabe, Angela Merkel ya no se presenta como candidata para seguir ocupando su lugar en el Parlamento. Pero, tampoco se retira de la cancillería después del 26 de septiembre. Permanecerá en el cargo hasta la formación de una nueva coalición de gobierno. “Se me requerirá y se requiere que siga. Eso será así hasta los últimos días de mi gobierno”, afirmó hace pocos días.

En promedio, en los últimos lustros se tomó juramento a los nuevos cancilleres y al gabinete de gobierno entre cinco y seis semanas después de los comicios. En 2017, sin embargo, hubo que esperar cinco meses y medio para que estuviera lista la nueva coalición de gobierno. Esto significa, que podría suceder que Angela Merkel superara incluso a su mentor, el ex canciller conservador Helmut Kohl, que fue el que más tiempo permaneció en el poder hasta ahora.  Su gobierno finalizó en 1998 después de 5,870 días. Para romper esa marca, Merkel debería seguir en el cargo hasta el 17 de diciembre de 2021. No esperó el “jaque mate”. Lo veremos.

¿Y después? A Angela Dorothea le gusta cocinar sopa de papas y hornear pastel de ciruelas, platillos típicamente alemanes. Seguramente también recorrerá el mundo dando conferencias muy bien pagadas. Se lo ganó a pulso. VALE.