A las películas de Felipe Cazals Siena(28 de julio de 1937, Ciudad de México o Guéthary, Francia y registrado en Zapopan, Jalisco, México-16 de octubre de 2021, Ciudad de México) de tema social y político, habría que agregar las películas que abordan, de manera crítica, el tema histórico nacional que contienen un trasfondo social y político: Emiliano Zapata (1970), El jardín de tía Isabel (1971), aunque no trate de historia patria, Aquellos años (1972), La Güera Rodríguez (1978), Kino: la leyenda del padre negro (1993), otra historia no patria, con argumento de él, Tomás Pérez Turrent y Gerardo de la Torre, y las obras maestras Su Alteza Serenísima (2000), el western Chicogrande (2009) y Ciudadano Buelna (2012).
Después de graduarse en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos de París, el joven Felipe Cazals regresó a México y comenzó su carrera dirigiendo cortometrajes para el INBA (serie televisiva La hora de Bellas Artes): Alfonso Reyes (1965), Mariana Alcoforado (1965), con Betty Catania, Que se callen… (1966), con León Felipe, y Leonora Carrington o el sortilegio irónico (1967), con ella misma.
La manzana de la discordia (México, 1968) fue su primer largometraje. Se dijo, en el momento de su presentación: “Verdadero cine nuevo y… manifestación de un estilo” (Tomás Pérez Turrent), “… una bella pieza de arte bruto cinematográfico… un cine antinarrativo, antisicológico, antisentimental y antilírico.” (Jorge Ayala Blanco), “… el modo en que es contada resulta muy original y de gran interés por su búsqueda experimentadora de nuevas formas del lenguaje cinematográfica…” (Emilio García Riera y Fernando Macotela).
En Familiaridades (México, 1969), su segundo largometraje, calificado como comedia absurda y algo siniestro, el nuevo estilo viró un poco hacia la ortodoxia narrativa (Emilio García Riera y Fernando Macotela) y como un sketch de Teatro Blanquita intelectualizado por una ‘sensibilidad educada en ultramar’ como diría algún joven escritor despreciado por el bronce que tiñe su epidermis (Jorge Ayala Blanco).
El documental Los que viven donde sopla el viento suave (México, 1973) es, escribió Jorge Ayala Blanco (en el libro La condición del cine mexicano) un “típico documental echeverrista de auteur y primera película de denuncia aperturista… Son 64 minutos de muchas palabras en pocas imágenes. Pero gracias a ellas se llega a vislumbrar las precarias condiciones de vida de los Seris, prácticamente desconocidos por la conciencia nacional.”
Felipe Cazals dio un salto definitivo en su carrera al realizar tres célebres películas de fuerte contenido social y político, ya clásicas del cine mexicano: La obra maestra Canoa (1975), argumento de Tomás Pérez Turrent, El apando (1975) y Las Poquianchis (1976).
De Canoa, inscrita en el libro Las 100 mejores películas de cine social y político de José Hernández Rubio (CACITEL, S. L., España, 2005), se señala en la sinopsis: “14 de septiembre de 1968. Cinco jóvenes empleados de la Universidad Autónoma de Puebla deciden ir a escalar el volcán La Malinche. El mal tiempo no les permite ascender, y tienen que pasar la noche en el pueblo de San Miguel Canoa, en las faldas del volcán. En esos días de conflictos estudiantiles, los jóvenes son tomados por agitadores comunistas y el pueblo -convencido por el párroco local de que los comunistas quieren poner una bandera rojinegra en la iglesia- decide lincharlos”.
En el inicio de la película se lee: “EL REY SÓLO ES SEÑOR, DESPUÉS DEL CIELO Y NO BÁRBAROS HOMBRES INHUMANOS SI DIOS AYUDA NUESTRO JUSTO CELO ¿QUÉ NOS HA DE COSTAR?”: Lope de Vega, Fuenteovejuna, Acto III.
Comienza la película. ESTO SÍ SUCEDIÓ. 15 de septiembre de 1968, madrugada: La noticia del linchamiento. 16 de septiembre: Funeral, en la Cuidad de Puebla, de los muertos en Canoa y luego desfile militar, paralelamente al cortejo fúnebre, protestando para que se haga justicia. Créditos sobre escenas sin sonido, en blanco y negro, posteriores al hecho criminal, a la manera de “cine verdad” noticioso. Después, una introducción estilo documental, en color, con voz fuera de cuadro, exponiendo, con imágenes, la geografía de la región, donde se encuentra el poblado y las condiciones socioeconómicas de miseria de sus habitantes.
A 46 años de su realización, Canoa sigue manteniendo sorprendente actualidad, tanto por su forma narrativa como por su contenido: Una especie de informador popular (el actor Salvador Sánchez), dirigiéndose a los espectadores, para explicar, en un español rústico, la situación, contrasta con la narración limpia de la voz fuera de cuadro que comienza a hablar sobre el cura del lugar (el actor Enrique Lucero). Terminada la introducción, donde hay pros y contras del hacer caciquil del cura, más allá de sus funciones eclesiásticas, un largo flashback inicia la tragedia. La justificación del asesinato colectivo, por parte del cura, tiene visos de un cínico psicópata agorero, contrastando con la verídica versión del pregonero popular que habla del hecho. “Ya andan pidiendo casa por casa “quesque” para el arreglo con el gobierno por los muertos de la Universidad. A los que se metieron y a los que no. Por culpa de unos que “alevantó al’gente” ahora el pueblo “trai” juicio y ahora “trai sosto” con el gobierno. Mmh. Estábamos mal, ahora estamos “pior”. Mmh”. “Mmrr”. Y, al final, como siempre, todo se olvida con el paso del tiempo y que venga la siguiente injusticia.
Canoa sigue manteniendo su vigencia, porque denuncia la inconsciencia colectiva que impera en un México despolitizado, donde persiste la ley del monte: pobreza y miseria material y espiritual, fanatismo, corrupción, exigencias absurdas, intereses creados. La injusticia social se sigue haciendo presente, aquí y ahora. Se ve que la forma más deformada de la participación política es el fanatismo, en donde continua la ignorancia que conduce a la violencia destructora, invitando a los espectadores a pensar en forma analítica y crítica.
Ese mismo año Felipe Cazals realizó El apando, inspirado en la famosa obra literaria de José Revueltas, que, como se ha dicho, al describir la situación de los presos de extracción humilde en Lecumberri, la antigua penitenciaria del D. F., para mí, cae en un sensacionalismo y un amarillismo, quizá justificable por la verdad de los sucesos, presenciados por el escritor, cuando estuvo encarcelado ahí. Al año siguiente Felipe Cazals realizó Las Poquianchis una película, basada en una nota roja, con argumento de Tomás Pérez Turrent, que expone la crueldad sobre sus pupilas de unas famosas lenonas y la miseria social, en el bajío mexicano.
Con Los motivos de Luz (1985), un profundo estudio sociológico y psicológico de las causas por las cuales una mujer que vivía en extrema pobreza asesinó a sus hijos, tenidos con su amasio, poniendo en duda si ella fue o fue la madre de él, y con Digna, hasta el último aliento (2004), un serio estudio policíaco cinematográfico que pone en duda la versión oficial de que la luchadora social no se suicidó y que en realidad fue asesinada, Felipe Cazals transitó del cine social y político a la denuncia de la miseria social y al estudio de la personalidad humana, indicando su totalidad dinámica que comprende componentes hereditarios, adquiridos, somáticos y psíquicos, ya esbozados en El jardín de tía Isabel y en otras películas de la filmografía del autor, como la ciencia ficción El año de la peste (1978), la guerrilla urbana Bajo la metralla (1982), La furia de un dios (1987), guion de Tomás Pérez Turrent, basado en Camus, la comprometida denuncia Digna… hasta el último aliento (2004), la extraordinaria Las vueltas del citrillo (2006) y otras que dirigió por necesidad alimenticia, como Rigo es amor (1980), El gran triunfo (1981), Las siete cucas (1981), Desvestidas y alborotadas (1991) y Burbujas de amor (1991). Mención aparte merecen: El tres de copas (1986), basada en Borges, y la cruenta Las inocentes (1988), guion de Tomás Pérez Turrent.
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