Tal parece que no bastan todo tipo de advertencias para evitar una catástrofe climática irreversible. En veintiséis ocasiones consecutivas —la última tuvo lugar en Glasgow, Escocia, del 31 de octubre al 13 de noviembre de 2021—la ONU ha llevado a cabo la Cumbre para el Cambio Climático (COP) y después de dos semanas de “trabajos”, de último momento, 197 países aprobaron un acuerdo laxo, no vinculante, que provocó un desencanto generalizado y la ira de algunas representaciones que denunciaron que el documento final fue negociado en secreto entre las principales potencias y los países más contaminantes. Una vez más, la especie humana intenta resolver la principal amenaza sobre su existencia —la imparable crisis del clima en la Tierra—, que no es otra cosa sino la acumulación de agresiones a la naturaleza que han terminado en un desequilibrio global. Intento tras intento y el problema se agrava.
El propio presidente de la COP26, el británico Alok Sharma, calificó de “imperfecto” este acuerdo de la reunión multilateral, que, sin embargo, trata de mantener vivo el compromiso de no superar 1.5 grados en el calentamiento del planeta a final de siglo y a desarrollar políticas para “reducir progresivamente” (en lugar de “eliminar”, como se había solicitado con anterioridad) los combustibles fósiles, sobre todo el carbón.
La COP26 finalizó oficialmente el viernes 12 de noviembre, a las seis de la tarde (tiempo de Londres), pero a esas horas ni remotamente había un acuerdo para el documento final, por lo que la reunión se alargó al día siguiente. En tanto, los negociadores —en su mayoría representantes de los gobiernos y de la iniciativa privada vinculada a la “economía verde”—, hacían lo suyo a puerta cerrada. Y en las calles de Glasgow, fuera de la sede oficial, tenía lugar el malestar, el hartazgo expresado en muchos idiomas. Una vez más, la joven activista sueca, Greta Thunberg, resumió perfectamente la cumbre: “puro bla, bla, bla…la reunión de la COP26 ha terminado…pero el trabajo de verdad continuará fuera de estas paredes. ¡Y nunca nos rendiremos!¡Nunca!”
Aunque muchos líderes, funcionarios públicos y diplomáticos de todo el mundo contradicen a Greta, la verdad es que la joven está lejos de equivocarse. La primera COP se reunió en 1955, y desde entonces a la fecha se han acordado —en el papel—, compromisos que los Estados difícilmente han podido cumplir.
Guste o no, el hecho es que la COP26 copió a las anteriores. La cumbre quedó en promesas y discursos, palabras y más palabras. Las delegaciones oficiales “acordaron” reducir la quema de carbono negro, las emisiones de gas metano, acabar con la deforestación —entre tanta queja bien vale un mal chascarrillo: entre otros acuerdos se llegó al de impedir mayor deforestación. Ni tardo ni perezoso, el presidente de México, cuyo nombre bien se conoce, se aventó la boutade de afirmar que la COP26 copió su programa de Sembrando vida que “a nadie se le había ocurrido”—, así como transitar hacia energías renovables. El problema es que en la COP26 no hubo claridad ni estrategia para dar continuidad a estos compromisos.
También te puede interesar leer
Mientras los oradores oficiales tomaban la palabra en las reuniones técnicas de la COP26, centenares de jóvenes de nacionalidades de todas las latitudes manifestaban sus inquietudes climáticas en los alrededores de la cumbre. También participaron en las protestas pueblos y comunidades indígenas. De acuerdo al Programa de la ONU para el Medio Ambiente, en 2019 las emisiones mundiales de gases invernadero aumentaron en un número no conocido, ya que ese año se registró un crecimiento anual de 1.3% a 2.6%, lo que dio por resultado mayor número de incendios forestales, largos periodos de sequía, inundaciones, pérdida de cultivos y desaparición de muchas especies. Más de lo que ya se sabe.
Asimismo, según la ONU, los mayores países emisores de gases invernadero son Japón, Rusia, India, Estados Unidos de América (EUA) y China. Además, las 27 naciones que forman la Unión Europea (UE). Hace doce meses, la República Popular de China fue responsable del 37% de las emisiones de gases invernadero, mientras que EUA contaminó el aire con 13.8% del total. De igual manera, el cambio climático se ha empeorado por la existencia de prácticas extractivas en muchos países, lo que ocasiona varias consecuencias como la apropiación y despojo de tierras, afectaciones a la salud. El problema hizo crisis en la COP26 cuando se aceptó una petición del representante de la India de modificar el apartado relativo a los combustibles fósiles y al carbón, para que en vez de “eliminar” se pusiera “reducción gradual”. El cambio ya había sido pactado entre China, India, EUA y la UE, que son a su vez los más contaminantes y los que generan más emisiones de dióxido de carbono.
Otra de las decepciones del texto final para los países en vía de desarrollo y las comunidades indígenas fue la falta de un plan y un compromiso claro para que se haga realidad el fondo anual de 100 mil millones de dólares para ayudar a la transición energética en las economías más pobres, que ya fue un compromiso de París en 2015. Así como el hecho de que no se haya aprobado un plan claro para crear un mecanismo de financiamiento de “la pérdidas y daños” y a cambio los “instan” a “seguir dialogando”.
Al respecto, Tasneem Essop, analista de la iniciativa Climate Action Network, calificó esta falta de concreción como “una traición hacia millones de personas que ahora mismo están sufriendo el efecto de la devastación climática. El hecho de que no aparezca un acuerdo para financiar pérdidas y daños es inaceptable y muestra una falta de liderazgo moral. Los países vulnerables están siendo presionados para conformase con un diálogo interminable”.
Por su parte, Mohamed Adow, director de la plataforma Power Shift Africa, agregó: “No es un accidente que haya desaparecido la referencia al financiamiento de las pérdidas en el texto final: los países ricos no quieren pagar por el daño que han causado. Ese financiamiento debe ser el tercer pilar del proceso multilateral y los países ricos y contaminantes no pueden ignorarlo”. Sin duda, este enfrentamiento es la eterna lucha entre los ricos y los pobres, que terminará hasta el fin de los tiempos. y no cuando un líder mesiánico convenza a los adinerados de que hay que “regalar el dinero a los menesterosos en propia mano”. No es necesario decir el nombre para saber de quien se trata.
Otros personajes relevantes, como Gabriela Bucher, la directora ejecutiva de Oxfam International, puso en claro lo siguiente: “Algunos líderes mundiales piensan que no viven en el mismo planeta que nosotros. Parece que ninguna cantidad de incendios, crecimiento del nivel del mar o sequías los hará recobrar el sentido para detener el aumento de las emisiones a expensas de la humanidad. Es doloroso que los esfuerzos diplomáticos hayan fracasado una vez más a la hora de afrontar la magnitud de esta crisis, Pero deberíamos sacar fuerzas del creciente movimiento de personas en todo el mundo que desafían y hacen que nuestros gobiernos rindan cuentas por todo lo que valoramos. Un mundo mejor es posible. Con creatividad, con valentía, podemos y debemos aferrarnos a esa creencia”.
A su vez, Jennifer Morgan, la directora global de Greenpeace International, consideró que el documento final de la COP26 “es manso, débil y el objetivo de 1.5 grados centígrados está vivo, pero se ha enviado una señal de que la era del carbón está terminando. Y eso importa. Glasgow debería cumplir con el objetivo de cerrar la brecha a 1.5 grados y eso no ha ocurrido, pero en 2022 los países tendrán que volver con objetivos más fuertes. La única razón por la que conseguimos lo que conseguimos es porque los jóvenes, los líderes indígenas, los activistas y los países en primera línea de los impactos climáticos han forzado concesiones que se dieron a regañadientes. Sin ellos, estas conversaciones sobre el clima habrían fracasado por completo. Nuestro clima se está desmoronando a nuestro alrededor; lo vemos cada día en los incendios forestales, los huracanes, las sequías y el deshielo. Se acabó el tiempo, se nos ha acabado el camino y como cuestión de supervivencia tenemos que movilizarnos urgentemente para crear una presión incontenible que acabe finalmente con la era de todos los combustibles fósiles”.
Con una visión indígena particular, Josep Siklu de Guerreros del Clima del Pacífico, remató con este mensaje: “Los que luchan por dentro y los que luchan por fuera son parte de un mismo movimiento: siempre hemos estado en la COP con un pie adentro y otro fuera. Este podría haber sido un acuerdo mucho peor y los intensos esfuerzos de los movimientos indígenas, feministas, sindicales y de justicia climática han impedido que los grandes contaminadores manipulen por completo la agenda de la COP. Pero aún queda un largo camino por recorrer, el trabajo apenas comienza”.
Last but not lease (Al último pero no menos importante), en su interesante artículo, Glasgow: el clima, la ciencia y el capitalismo acorralado, Víctor M. Toledo escribe: “La COP26 fue de nuevo una pasarela por la que desfilaron 120 jefes de Estado y cuyo mayor contingente fueron los más de 500 cabilderos de las gigantescas corporaciones petroleras, gaseras, mineras, automotrices, alimentarias, biotecnológicas, etcétera, presentes para defender sus intereses, y durante la cual, otra vez, se abordaron de manera vaga y general los mayores aspectos de la crisis climática y se hicieron acuerdos y compromisos siempre hacia el futuro, ignorando la urgencia de llevar a cabo acciones inmediatas. El acuerdo final fue un documento que no responde a lo que está sucediendo y sucederá a corto plazo, y cuyos mayores avances, festejados por los medios, son el haber logrado señalar por vez primera el carbón y los combustibles fósiles como causantes del problema. Lo que es una evidencia científica ampliamente demostrada constituye una herejía en el discurso de los diplomáticos y políticos. Tal es la fuerza del capital corporativo. Entre los acuerdos tomados destacó el consensuado contra la deforestación. Pero, de nuevo, ni una sola palabra sobre las causas que la provocan: la ganadería intensiva, la palma de aceite, el café, el cacao, etcétera, y especialmente los 180 millones de hectáreas transgénicos (una superficie casi igual al territorio de México) de soya, maíz, algodón, puntualmente rociados con glifosato”.
Toledo finaliza así su artículo: “Cada vez resulta más difícil ocultar que los fracasos de las cumbres climáticas provienen de la enorme presión que ejerce el capital corporativo sobre los gobiernos y las organizaciones internacionales, y que cada bloqueo a las medidas que se requieren aplicar surgen de esos intereses. Cada cumbre climática pone de relieve la contradicción irresoluble entre ecología y capital”.
La COP27 tendrá lugar en Sharm el Sheij, Egipto, siempre y cuando las condiciones climáticas lo permitan. A ver si por casualidad podamos volver a escuchar y leer a Greta Thunberg con seis años más de edad. Habrá que oírla. VALE.