El título de éste artículo es casi homónimo al de una hermosa novela escrita por Gabriel García Márquez, “El amor en tiempos del cólera”, en la cual el amor traspasa barreras temporales y circunstanciales formidables… tan graves son que la novela genera un dulce sufrimiento que se ve generosamente compensado. La perseverancia del amor como sentido de vida hace memorable esta novela.
Sin embargo, sólo podemos acercarnos levemente con el título a la novela del gran García Márquez, en realidad corren malos tiempos para el romanticismo.
El discurso de esta Pandemia ha generado una confrontación entre los que lo acatan sin cuestionamiento y los que lo niegan ciegamente. El miedo a la muerte es un sentido de vida mucho más poderoso de lo que era a finales del siglo XIX y el siglo XX. Llama la atención el avance de la protección a ultranza por sobre el contacto afectivo de las personas.
Hoy es normal decir que se guardan distancias “por amor”, “por responsabilidad”, cuando antes era sinónimo de desinterés y frialdad. A quienes continúan priorizando la cercanía con los seres queridos se les trata como “inconscientes”. Las relaciones de pareja y otras clases de afecto, se han fracturado por las diferencias en la percepción del peligro.
En la década de los 80 con el surgimiento del VIH, se vivió un temor al contagio cuyos precedentes más directos estaban identificados en las enfermedades de transmisión sexual (sífilis y gonorrea). El VIH impuso una forma de relacionarse para reducir los comportamientos de alto riesgo que producían las ETS, mientras se encontraban manejos adecuados para el virus. No obstante, el identificar a los “grupos de riesgo” impidió que la población percibiera obstáculos para continuar “amándose al natural” y el miedo pudo limitarse hacia personas que exhibían conductas sexuales muy abiertas o preferencias diferentes, muchas veces con consecuencias fatales.
El Covid es diferente a las otras pandemias, pues no hay delimitación clara de los grupos de riesgo, no hay conductas que realmente generen las consecuencias de un mal pronóstico, ni acciones que aseguren el no contagio.
El contagio al parecer es omnipresente en todos los fluidos y las superficies, y ha generado un cambio radical en las costumbres amorosas. La imagen de los amantes que se besan con las bocas y los rostros tapados que el pintor René Magritte representó metafóricamente que a pesar del inmenso deseo entre los amantes, jamás llegarían a conocerse… hoy en día tiene otro significado: para continuar con nuestras vidas es conveniente protegerse. De estar secuestrados por el misterio del deseo se pasó a estar secuestrados por el miedo al contagio.
Radicalizar el discurso, religioso, político, artístico o científico, lleva a callejones sin salida. La humanidad ha podido fluir a pesar de los peligros que ha enfrentado en tanto se permita ver alternativas a la información dominante y sea capaz de valorar y entender las excepciones a las fatídicas reglas. El amor temeroso, en el cual la protección a las vidas individuales es prioritario, es una acción que genera el aislamiento propio de los sobrevivientes… ¿es acaso el nuevo sentido de vida del siglo XXI?, ¿sólo sobrevivir?
La autora es doctora en Psicología en el Hospital Juárez.

