Inicio este texto con un ejemplo que nos ofrece Bárbara Tuchman (premio Pulitzer) para ilustrar lo que se entiende por un argumento ad hominem: “Alan Turing, defendió su propuesta de Inteligencia Artificial —a la que se le criticó con el argumento de que él era abiertamente homosexual— diciendo: «Turing piensa que las máquinas piensan. Turing es homosexual. Por tanto, las máquinas no piensan.»… Los lectores dirán: “pero eso solo lo dice un rotundo idiota” Pues sí, los hay, y no son pocos.
Un antiguo relato chino decía que, cuando el profeta apuntaba a la luna, el idiota se quedaba mirando al dedo. Así me parece hoy el discurso presidencial pues, ante argumentos sólidos, lógicos, basados en hechos, expresados con claridad y hasta con elegancia, lo que menos parece importar es si son ciertos: su valía depende de quién lo dice. En el pensamiento chino se diría que la discusión —ya sea sobre política energética, el manejo de la pandemia, la muerte de periodistas, las conductas corruptas, las revocaciones de mandato, las protestas de los padres de niños con cáncer, y tantas otras—, serán falsas o verdaderas, dependiendo de quién las dice; así, el dedo es más importante que la dirección a la que apunta la razón ¿Es el recurso de un idiota?. No. También puede el recurso de un demagogo.
Desde luego no voy a entrar a la crítica de ya saben quién que le divierte responder a las razones con sinrazones, porque ese, y no otro, es su juego. Lo que verdaderamente me ha intrigado es que ese recurso ni es nuevo ni ha dejado de ser propio de la verborrea populista. Se le conoce como argumento ad hominem, que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de ésta (wiki/Argumento_ad_hominem). Según la RAE, con esta “falacia” se intenta desacreditar a la persona que defiende una postura, señalando una característica o creencia impopular de esa persona, en vez de criticar el contenido del argumento que defiende la postura contraria. Es, pues, una técnica retórica bien conocida a lo largo de la historia, en la que se dejan de lado los argumentos y se ataca, en cambio, a la persona, ya sea por su origen, educación, riqueza, pobreza, estatus social, partido político, etcétera.
En la práctica mexicana, el argumento ad hominem se entiende mejor con algunos ejemplos: si un empresario pide mayor seguridad jurídica para invertir, el gobernante los descalifica diciendo: “es un carroñero, pertenece a la mafia en el poder y solo busca enriquecerse y aumentar sus privilegios”. Si un periodista presenta pruebas irrefutables sobre un conflicto de interés entre la familia del gobernante y una empresa pública, la respuesta será: “es una persona inmensamente rica, gana más que yo y cobra de empresas que desde siempre han perseguido interéses oscuros”. Si un padre de familia ruega por que le den los medicamentos para su hijo que está siendo consumido por el cáncer, la respuesta será: “son parte de una campaña de desprestigio orquestada para combatir la verdadra transformación”. Y, así, el lector podrá construir más argumentos de los que yo pudiera plasmar en estas líneas.
Por eso creo que nosotros -los ciudadanos de a pie- no debemos dejarnos arrastrar al debate irracional (¿demencial?) al que nos quieren llevar cada mañana, porque a nada conduce ¿Para qué subirse a un barco encallado que no navega? Mi consejo: no nos subamos a ese barco, y protestemos con la fuerza escandalosa del silencio.
“Los radicales —dice Irene Vallejo— no quieren debatir, sino atraparnos en la disputa digital. Están más obsesionados por el ruido que por las nueces, y les frustra más el eco de nuestro silencio que el de nuestros gritos”. Callemos, entonces, como enérgica protesta. Vallejo, esta extraordinaria historiadora española —a quien no pienso poner “en pausa”, como tampoco a Cervantes, Lope, Garcilazo o Gracián—, apunta que “Calígula, que eligió a un asesor capaz solo de relinchar (su caballo Incitatus), es el símbolo de la arrogancia de los gobernantes. Cuando el poder —nos dice— pierde los estribos, lo épico termina por resultar patético”.
Como patético resulta quien nos dice… “a mi en humildad nadie me gana”. Así es como se nos presenta cada mañana el caudillo de un movimiento que alguna vez nos ofreció ser presidente de todos los mexicanos. ¿Cómo es posible —me pregunto— creer en alguien que presume de sus virtudes cuando éstas deberían ser condición sine qua non de toda persona que pretende gobernar con justicia, honradez y eficacia a millones de ciudadanos?. “Soy honrado —afirma sin rubor nuestro personaje —; soy austero; soy culto; soy veraz; soy el mejor; soy héroe vivo de la historia futura que hoy mismo estoy escibiendo”. Un personaje al que también le gusta pintar su raya: “No soy tapadera; no soy encubridor; yo tengo otros datos; ustedes son los malos y nosotros los buenos; ya no es como antes; somos distintos; no somos iguales” ¿Cómo convencer así a quien no cree que lo único que nos iguala a todos, es ser distintos?
¿Qué de veras queremos entrar en este debate ¿Tendrá algún sentido contraargumentar cada falacia para ser respondido con un argumento ad hominem? ¿De qué nos sirve elaborar un alegato que haga entrar en razón a nuestro interlocutor, si a la mañana siguiente lanzará diez nuevos misiles, sofismas tan evidentes como ajenos a los del día previo? ¿Nos llevará a algo distinto de lo que ya conocemos?
Estoy seguro que nada irrita y desarma más a un mago que el hecho de ser descubierto en sus trucos, ¡y éstos ya los conocemos! Entonces, si queremos que el debate político se encauce por los caminos de la cordura, el respeto mutuo; primando el buen juicio, la verdad compartida, la voluntad de caminar juntos, construir grandes consensos en busca del bien común, sin ignorar a las minorías, hagamos, pues, un prudente silencio. Ahorrémonos el esfuerzo de ser comparsas de una locura; no hay más que un diario de un loco, y ese es de Gogol. No hagamos una mascarda de lo que fue una buena novela.
…Y cuando el mago nos salga con una nueva quimera, buscando caigamos en la ceencia de que la magia existe, simplemente le digamos: “Ese truco ya lo conozco. Por favor, hablemos en serio”.

