El concepto de familia ha evolucionado significativamente en las últimas décadas, pasó de ser un referente de consanguinidad a convertirse en un “organismo” que privilegia la forma de comunicación más cercana y afectiva entre las personas sin importar si comparten porcentajes de ADN.

“Ser tratado como uno de la familia” o “sentirse entre familia” es una situación privilegiada que tiene que ver con estar cómodo (a), en confianza, en situación de seguridad y protección.

La infancia del ser humano es una de las más prolongadas del reino animal y de las más lentas en cuanto a desarrollo psicomotor y habilidades específicas. Los aproximados 12 años que dura antes de que se den los cambios decisivos de la adolescencia, hicieron necesaria la construcción social de la “familia” para evitar la muerte masiva de los críos humanos, las contrapartes de cuidados materiales y emocionales fueron necesarios para nuestra evolución y para la creación de instituciones sociales más complejas.

La tribu empezó a volverse algo intrínseco a la civilización cuando al menos dos o tres personas se dieron cuenta que hacer equipo cambiaba drásticamente las posibilidades de sobrevivir, las tribus estaban formadas por familias emparentadas entre sí y la endogamia fue un proceso doloroso y trágico hasta que se estableció la causa y efecto de los apareamientos, volviéndose un tabú antropológico el que personas de consanguinidad directa se unieran para procrear.

Ese fue uno de los primeros límites decisivos que impulsó la civilización, aunque posteriormente hubiera regresiones con las “familias reales”.

Son precisamente “los cuidados materiales y emocionales” los que son objeto de ésta reflexión.

Durante centurias se han privilegiado los cuidados materiales y si bien, es cierto, sin ellos es muy complicada la existencia de los segundos, existe la creencia social de que los primeros pueden justificar la ausencia de los cuidados emocionales.

La familia se ve rasgada por las necesidades más urgentes antes que por las más importantes. Podría decirse que es debido a las formas, las dinámicas y los tipos diferentes de relación: familias “muégano”, familias “extendidas”, familias “nucleares”, familias “disfuncionales”, familias “lejanas”, etc.

Sin embargo el desequilibrio que produce el privilegiar los cuidados materiales por encima de los afectivos, es una variable poderosa que fractura los vínculos, transformándolos en asociaciones de conveniencia económica que carecen de seguridad, confianza, afecto, solidaridad, empatía, compañía, etc. justo por lo que evolutivamente se hicieron necesarias.

La alianza familiar es fundamental para emprender proyectos que trascienden al individuo.La alianza no es un estado rígido o inamovible, se trata de una “comunicación orgánica en movimiento”, sí es maltratada, desatendida o violentada, se marchita, y muere.

Dicha alianza no sólo tiene que ver con los bienes de una herencia o adquiridos, también se relaciona con el buen trato que la familia se ha prodigado entre sí.

Con los cambios de circunstancias (por ejemplo, las impuestas por la Pandemia) las alianzas en mal estado pueden terminar por desaparecer y los grupos familiares pueden desaparecer, quedando los individuos vulnerables por el aislamiento no sólo material, sino también emocional.

Los trastornos del estado de ánimo, como la ansiedad, la angustia y la depresión se deben en gran parte al fracaso de esta comunicación afectiva.

Afortunadamente la familia ha sido altamente adaptable a las condiciones socio-históricas, y se sobrepone expandiendo sus brazos ansiosos de alianzas hacia otros miembros de la familia o incluso personas como vecinos y amigos que estaban fuera de su órbita de origen. La familia “reconstruida” es mucho más común que antes.

Cuidar el vínculo y alianza familiar está más allá de los bienes económicos, implica dedicar tiempo, esfuerzo de comprensión y tolerancia a quienes no piensan igual que uno y el resultado será una alianza que trascienda muchas circunstancias materiales.