En los días que corren, desde el punto de vista del electorado ilustrado, AMLO perdió parte del capital político, el que acumuló durante su tiempo de luchador social y en sus campañas presidenciales. Para algunos la pérdida es mayúscula; para él y para sus partidarios es mínima. Tendremos una idea más o menos real de las pérdidas o ganancias después de las elecciones locales a realizar este año.

Esas mismas elecciones serán el factor determinante que fuerce la voluntad presidencial respecto de quién ha de sucederlo en el cargo. Por haber apostado su capital político, durante algún tiempo, preferentemente a Claudia Sheinbaum, ahora no la tiene fácil; y, al parecer, ni después.

Teniendo una rígida y prolongada formación priista, que eso es notorio y palpable, nadie le cree que el candidato a sucederlo en el cargo saldrá de las encuestas. Conociéndolo, todos coinciden que será el índice de su mano derecha, el que señale y determine a su sucesor. Las encuestas nada tienen que ver con la selección final que él haga. Un elemento tan aleatorio no puede ser el determinante de su voluntad ni de su proyecto.

Su hiperactividad y el evidente fracaso de sus monumentales obras, derivó en que las opciones a su disposición se redujeran. Nada que ver con los cinco o siete candidatos que López Portillo o De la Madrid tuvieron a su disposición. Ahora resulta cierta la frase del cacique Rubén Figueroa, el viejo: “Está flaca la caballada”; en la actualidad sólo hay dos caballos, uno bueno y otro bronco; los demás son mulas que cocean o reculan.

AMLO, con tal de no soltar la agenda; de no permitir que otros se la impusieran, inventó acciones, programas, iniciativas de reforma a la Constitución Política, informes, conferencias matutinas, acusaciones e inauguración de obras de relumbrón. Intenta todo con tal de tener presencia preferente en los medios; apenas ha dejado que quienes lo rodean crezcan políticamente.

Gran parte de sus acciones son auténticos distractores de atención: bolas de humo. Pretende que los comentarios y críticas se dirijan a los temas que él propone: reformas: eléctrica, “nacionalizadoras” del litio y electoral, o acusaciones de traición a la patria contra los diputados y otras, en lugar de que se enfilen a censurar su política económica errática, en especial la inflación descontrolada, la inseguridad y de desgobierno generalizado La percepción que prevalece es en el sentido de que, si no hay complicidad oficial con el crimen organizado y los grandes capos del negocio de la droga, existe la sospecha de que, por razón de la inactividad de las fuerzas del orden, finalmente se adoptó la política de dejar hacer y dejar pasar. En el sexenio de AMLO se han roto todos los records en cuanto a homicidios dolosos.

Algunos se preguntan si AMLO sabe que su reforma electoral, no va a pasar en la Cámara de Diputados, ¿por qué razón la presentó? La respuesta, por ser, sencilla, pudiera ser la correcta:  distraer a la ciudadanía de los problemas antes mencionados.

Hay algo de eso, AMLO parte del supuesto de que tiene un público cautivo con el que cuenta. Respecto de quienes no son sus seguidores, parte del supuesto de que no hay peor lucha que la que no se hace: de los indecisos, de la gente poco informada, con sus propuestas alguien pudiera creer que eso es trabajar.

AMLO nada pierde con intentar la reforma electoral, sabiendo que existe la posibilidad de dividir a la oposición o de restarle votos a base de repartir canonjías, privilegios, embajadas o posiciones a quienes se dejen convencer de las bondades de las iniciativas. Para eso están, en forma adicional, los grandes contratos en obras de infraestructura; el expediente de proporcionar información privilegiada o de dejar ganar gubernaturas o puestos a la oposición colaboracionista.

Nada garantiza que el bloque opositor no se resquebraje y que cada uno de los partidos que lo conforman tome su rumbo: el de adherirse a lo que proponen los morenos.

Vuelvo a insistir en lo que comenté en una colaboración anterior: cada trimestre hago una consulta entre mis alumnos de la Universidad Autónoma Metropolitana. Les pregunto, de los nombres de miembros de Morena que pudieran ser candidatos a la presidencia de la república, ¿por quién votaría? La respuesta uniforme y reiterada, a estas alturas de la carrera por la candidatura del partido oficial, es en el sentido de que ninguno votaría por una mujer; dentro de este todo están las alumnas. Las mujeres, en los grupos que tengo, son mayoría.

Cuando pregunto de manera expresa si votarían por alguna de las mujeres que suenan, sin importar el partido, todas y todos responden que no votarían por una mujer, sin importar el partido. La misma respuesta tengo de mis alumnos de la Escuela Libre de Derecho.

Tal parece que, para la elección del 2024, no se avista que alguna mujer pudiera ser candidata, con posibilidades reales de alcanzar la presidencia de la república. Las opciones que tiene AMLO a su disposición, se reducen a un candidato: Marcelo Ebrard.

Una cosa es cierta: a estas alturas del sexenio, AMLO, por haber gastado parte de su capital político, no estará en libertad para designar a quien lo ha de suceder. Es un hecho que quien será el candidato de Morena será un hombre; si es el “mejor posicionado en las encuestas” mejor; que tenga la cola más corta, santo y bueno; que se identifique con la 4T, lo ideal; y que el electorado lo vincule con él lo menos posible, un extremo no deseable.

No es una candidatura real la de Adán Augusto López, por la misma causa que impiden maduren las semillas que se siembran en el mes de agosto; se sembraron a destiempo, muy avanzada la temporada de lluvias; nada crece ya entrada la “secas”. A estas alturas del sexenio, Adán, ni con riego levanta. Es una semilla “poshcahui”, echada a perder o “picada”.

Es un hecho que AMLO hará todo, incluso entregar la presidencia a Ricardo Anaya o a Gabriel Cuadri, antes que entregársela a Monreal. Mi querido Ricardo, un conocedor del derecho y, en especial, del constitucional, nunca le ha merecido la menor confianza a AMLO, por más que le ha demostrado ser un operador confiable y eficaz.

No sería remoto que, de alcanzar Marcelo la presidencia de la República, con tal de afianzarse en ella, conforme una dupla: Ebrard/Monreal, que enfile a la cuasi extinta 4T hacía nuevos rumbos y haga creíble su gobierno y aceptable su programa de gobierno. Esa es una posibilidad muy real.

Llegado el momento, la 4T pasará a la historia como una ilusión fracasada; una experiencia, en la que se tiraron tiempo, recursos y esperanzas. AMLO, por haber gobernado a base de puntadas, desperdició su capital político.

Una vez que abandone el poder muy pocos reconocerán que fueron sus amigos. Le negarán el saludo y los favores que les hizo. Su destino es el ostracismo vergonzoso. No sé por qué a quien ahora se conoce como el “Doblado”, en lugar de recordarme a Madero, me trae a la memoria a Victoriano Huerta.