La muerte de una de las dos personas que estructuran los universos familiares es un evento trágico cuando se ha tratado de una colaboración de trabajo equitativa, tal vez diferente pero recíproca.

He conocido viudas y viudos “alegres” cuando el trabajo en el hogar ha sido asimétrico en su sostenimiento emocional, material y espiritual e incluso alguno de ellos han luchado por neutralizar las acciones del fallecido(a) para lograr un santuario adecuado para los demás miembros de la familia.

No es de ninguna forma sencillo encontrar al compañero(a) con el cual se va a acometer una de las aventuras más arriesgadas del ser humano: sobrevivir y vivir en compañía de otro(a) tratando de sortear las buenas, las malas y las peores circunstancias. Pero cuando se encuentra a la persona, se le conoce y los diferentes ritmos vitales se sincronizan… se ha hallado uno de los mejores sentidos de vida que puede haber, -así mismo- cuándo se va, la persona viuda se asoma a un abismo dónde no se ve ninguna luz durante mucho tiempo.

Los dramas de la guerra, de la migración, de las pérdidas sólo son posibles de sobrellevarse con algún éxito cuándo ambas personas hacen un equipo de vida formidable y resuelven diferentes desgracias a relevos o en conjunto, así como los memorables recreos gozosos que se logran.

Cuando nuestra caducidad mortal nos obliga a retirarnos, el sobreviviente se pregunta angustiosamente cómo va a continuar en una vida amputada y el que fallece, lucha por resistirse y no dejar al otro(a) en una soledad que le agobia más que su propia muerte. La vejez para muchas personas se vuelve invivible por esta causa.

Las situaciones pueden estar matizadas por infinidad de variables que hacen la experiencia de ésta pérdida muy diferente de persona a persona, pero cuando se ha encontrado a alguien que ha quemado todas sus naves junto con las de uno…ninguna ayuda, ningún consuelo es suficiente, sólo el tiempo y lo aprendido durante la mutua colaboración logra que el sobreviviente decida quedarse un poco más.

Sobrevivir a la viudez es un dilema que no se plantea cuando aún tenemos una familia de origen, cuando los hijos aún son una prioridad, cuando la amistad profunda ha anidado en nuestra vida, pero si no existen estos “anclajes” a la vida, la persona viuda enfrenta estados emocionales de abandono y vulnerabilidad difíciles de comprender por quienes no han tenido esa experiencia: la pérdida del (a) compañero(a) de miles de batallas de la vida.

He oído reclamos de enojo,  gratitud, desesperanza e incredulidad en las personas viudas, “después de tantos años, estábamos entendiendo nos mejor y ahora ya se fue”, es verdad que las y los viudos jóvenes tienen una vivencia diferente, muchos deciden no volver a intentar buscar a otro cómplice pues desconfían de su permanencia, aunque entiendan racionalmente que su partida no tuvo que ver con sus deseos la emoción de la interrupción brutal de su convivencia actúa como recordatorio para no volverse a apegar demasiado a nadie. Quizás ese sea el principal problema de la viudedad, volver a confiar en la tranquilidad que da el cariño y la esperanza de un reencuentro que hace que la vida se sienta como una espera interminable.

La autora es doctora en psicología en el Hospital Juárez.