Gustavo Francisco Petro Urregas (Ciénega de Oro, Colombia, 19 de abril de 1960), ganó el domingo 19 el balotaje presidencial colombiano con un porcentaje ajustado pero suficiente sobre el populista Rodolfo Hernández Suárez, candidato de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, con el 50,48 por ciento de los votos. El líder del Pacto Histórico, logró una ventaja de tres puntos y medio. Como popularmente se dice: a la tercera va la vencida, y Gustavo Francisco Petro, senador, ex alcalde de Bogotá, el próximo domingo 7 de agosto prestará juramento como el presidente número 42 de Colombia, una de las repúblicas sudamericanas con más larga historia democrática en el hemisferio occidental. Petro recibió el voto de 11,266,138 electores.
Antes de anochecer el domingo 19 de abril, el presidente en funciones, Iván Duque, quien derrotó a Petro en las elecciones de 2018, llamó telefónicamente a su sucesor electo con un número de sufragios sin antecedentes en la historia colombiana, para felicitarlo y reiterarle la disposición de su equipo para iniciar el proceso de transferencia del poder “en una transición armónica”.
Ni el frío ni la lluvia bogotana debilitaron la alegría de los triunfadores, así como tampoco ahuyentaron a los votantes, pues el éxito de estos comicios fue que el 58 por ciento de los sufragantes acudieron a la segunda vuelta, cuando normalmente no superan el 50 por ciento. Además, en santa paz, sin incidentes graves que lamentar.
Por su parte, desde su domicilio en Bucaramanga, Hernández Suárez también reconoció el triunfo de Gustavo Petro: “Acepto el resultado, como debe ser, sinceramente espero que esta decisión tomada sea beneficiosa para todos y que Colombia se encamine al cambio. Le deseo al doctor Gustavo Petro que sepa dirigir el país, que sea fiel a su promesa de derrotar la corrupción y cumpla sus promesas de campaña”. A diferencia de México, Colombia demostró civilidad política. Aquí, los políticos hasta cuando ganan, reclaman; peor los de MORENA, casi todos, incluyendo a AMLO, formados en el PRI. Hernández, un “outsider” que llegó a la política nacional, obtendrá el cargo de senador y el apoyo inédito de diez millones y medio de votos, lo que le convierte, a él —porque su movimiento es prácticamente inexistente—, como un nuevo caudillo político.
Repiten los analistas que con estos resultados se advierte una clara lectura de la fractura del país, que más allá de tintes políticos, evidencia que el centro de Colombia es más conservador, con interés en acabar con la corrupción, pero sin transformaciones de fondo, mientras que la periferia —que le dio la victoria a Petro y cubre las zonas más golpeadas por la pobreza y la violencia— respalda un cambio estructural.
Tal y como lo ha dicho la nueva vicepresidenta Francia Elena Márquez Mina (Yolombó, Colombia, 1982), la voz de “los nadies” (canta un poema de Eduardo Galeano, Los nadies) se impone democráticamente. “A propósito quise usar ese lenguaje para reasignar y hacer entender a la gente el lugar donde nos colocan. No es que nosotros queramos ser los nadies, es que ese es el lugar en que nos ha colocado esta sociedad elitista que nos ha gobernado”. A propósito de la fórmula vicepresidencial, por primera vez llega una mujer negra a segundo puesto en el gobierno colombiano, desde donde será encargada de dirigir el nuevo Ministerio Social que creará el próximo gobierno. La vicepresidenta no será un personaje de adorno, como muchos adversarios de Petro lo aseguran.
Este nuevo liderazgo sella un cambio histórico, pues como todo en este gobierno, es la primera vez que las coaliciones de izquierda, lideradas por un ex guerrillero del M-19 que 33 años después del asesinato del candidato presidencial y también desmovilizado Carlos Pizarro, llegan a la Casa de Nariño, de la mano de una figura que representa al sector más pobre y vulnerable del país.
De tal manera, los sectores productivos, económicos y de fuerzas políticas de derecha reconocieron el triunfo de Petro, le desearon suerte, no sin antes recordarle que Colombia está dividida y la mitad no le respalda, por lo cual piden hacer un esfuerzo por la reconciliación.
El gobierno petrista enfrentará muchos retos en su mandato, empezando por el cambio de modelo económico, la implementación del Acuerdo de Paz, la reapertura de las relaciones con el gobierno de Venezuela y, en general, un cambio “histórico” para el país. Sin embargo, es cierto que la izquierda obtuvo un triunfo que indica que Colombia ha marcado una raya y desea el cambio. Recomponer la confianza, cerrar heridas y pensar en la unidad será el reto colectivo.
En su primer acto como triunfador de la segunda vuelta, Petro declaró, algo o mucho romántico, que Colombia será “potencia mundial de la vida” e hizo un llamamiento a los simpatizantes de Hernández y a otros opositores a construir un gran acuerdo nacional para instaurar una política basada en el “amor y la reconciliación”. Y precisó: “La paz es que alguien como yo pueda ser presidente, que dejemos de matarnos los unos a los otros desde el gobierno que se iniciará el 7 de agosto”. Tanto amor y reconciliación hizo creer a López Obrador que el triunfo de Petro era algo personal, tanto así que se fue de la boca, como acostumbra, razón por la cual el gobierno de Duque le llamó la atención calificándolo de injerencista. Pero al de MORENA poco le importó y hasta bailó en Palacio Nacional la “pollera colorá”. Estaba eufórico, “muy contento” el tabasqueño. No se mide.
Reunido con miles de simpatizantes, en la moderna Movistar Arena de Bogotá, apenas inaugurada en 2018, Petro adelantó que desarrollará el capitalismo en su país, “no porque nos guste”, sino porque “tenemos que superar mentalidades que tenían los dueños esclavistas”.
Por otra parte, indicó que pediría a la Fiscalía General de Colombia que libere a los jóvenes y presos políticos que solo buscaron “un cambio”: “Pediré liberar presos políticos, a los jóvenes que buscaron un rumbo diferente para el país, éste es un gobierno que quiere construir a Colombia en la paz, en justicia social y ambiental”. Por ende, descartó que su gobierno sea de persecución política o jurídica, al tiempo que llamó de nuevo a sus adversarios políticos a construir un gran acuerdo nacional.
Con el propósito de curar las heridas que se hayan causado en la reciente campaña, el nuevo mandatario colombiano expresó: “La paz significa que los 10 millones de votos de Rodolfo (Hernández) son bienvenidos, Rodolfo puede dialogar con nosotros cuando quiera. No vamos a usar el poder en función de destruir al oponente, la oposición será bienvenida en el Palacio de Nariño. Nunca habrá persecución política, sólo dialogo”. Indicó que no traicionará a los once millones que votaron por él y que con su apoyo “vamos a gritar la Historia que Colombia cambió”.
También detalló que su política del amor —¿a quién recuerda?—, “no es un cambio para vengarnos, sino que consiste en dejar el odio atrás. Necesitamos del amor, del diálogo, abrir oportunidades a todos los colombianos, llegó el gobierno de la esperanza”. Además, Petro reconoció a la marea juvenil que lo apoyó, y les prometió reformas que avancen en derechos como pensiones para adultos mayores, Universidad para jóvenes y productos de la canasta básica para los niños.
No solo Petro hizo historia en su primer discurso como candidato ganador. Su compañera de fórmula, Francia Márquez, hizo lo propio. Nunca un miembro de la minoría negra había llegado tan lejos en el tercer país más poblado de Hispanoamérica, después de Brasil y México.
Desde la tarima de los ganadores, la popular afrocolombiana convocó a su pueblo: “¡Vamos hermanos y hermanas a reconciliar esta nación, vamos por la paz de manera decidida, sin miedo, con amor y alegría, vamos por la dignidad, por la justicia social!”.
Y repitió varias de sus frases preferidas: “Este será el gobierno de la gente de las manos callosas, el gobierno de la gente de a pie, el gobierno de los nadies y las nadies de Colombia”. Y no quiso dejar de mencionar a todos los que consideró que era obligado: “Los colombianos y colombianas que dieron la vida por este momento. Los líderes sociales que tristemente fueron asesinados en este país, a la juventud que ha sido asesinada y desaparecida, a las mujeres que han sido violentadas y desaparecidas, a todos ellos, que sé que desde algún lugar nos están acompañando en este momento histórico para Colombia. A todos ellos agradezco por haber hecho el camino, por haber sembrado la semilla de la resistencia y de la esperanza”.
Arropada por gritos de “¡Sí se pudo!”, la nueva vicepresidenta colombiana finalizó su perorata citando al “pueblo indígena que estuvo firme, al pueblo campesino, a mi pueblo, la comunidad afrodescendiente, raizal y palenquera”. La activista y lideresa social, que se ha convertido en un fenómeno político y un símbolo de las comunidades tradicionalmente marginadas en la política y en la sociedad colombianas.
Con el triunfo de Gustavo Petro terminan, además, dos décadas de uribismo en Colombia que empezaron con la victoria de Álvaro Uribe —investigado por sus presuntos nexos con paramilitares—, y llegarán a su fin con el mandato de Iván Duque el próximo 7 de agosto. Por su parte, Uribe, que gobernó el país entre 2002 y 2010, reconoció el pasado domingo el triunfo del ex guerrillero y aseguró que “el país está por encima de todo”. En su cuenta de Twitter el ex mandatario y líder del partido de derechas Centro Democrático subió un mensaje que dice: “Para defender la democracia es menester acatarla. Gustavo Petro es el presidente. Que nos guíe un sentimiento. Primero Colombia”.
Con las elecciones del domingo 19 de junio, la izquierda latinoamericana asumirá el décimo gobierno con esta tendencia en el continente. En orden cronológico son los siguientes: desde 2007, Nicaragua con Daniel Ortega; 2007, Luis Arce, Bolivia; 2013, Venezuela, Nicolás Maduro Moro; 2018, México, Andrés Manuel López Obrador, aunque hay analistas que niegan que la Cuarta Transformación sea realmente un gobierno de “izquierda”; 2019, Miguel Díaz-Canel, Cuba; 2019, Alberto Fernández, Argentina; 2021, Pedro Castillo, Perú; 2022, Gabriel Boric, Chile, y en este mismo año Xiomara Castro, Honduras.
De la forma que se quiera ver, el hecho es que Gustavo Petro tomará las riendas de un país que claramente ha señalado que quiere un cambio y que rechaza a las tradicionales élites políticas. Pero, también es claro que lleva sobre sus hombros quizás excesivas esperanzas de cambio de época, el anuncio de una nueva era que es posible no pueda arribar. Los que no votaron por Petro —que no son pocos—, temen de su autoritarismo y su estilo polarizante. La tarea que le espera no es nada fácil. Lo ideal sería que ofreciera un gobierno de izquierda abierto a la pluralidad y a la tolerancia, porque ha triunfado por todo lo alto en un país profundamente dividido. Debe demostrar que es capaz de gobernar para todos, algo, por ejemplo, que ni remotamente ha logrado Andrés Manuel López Obrador, que considera que los “mexicanos” solo son los que se alinean en su bando, los “otros” son “traidores a la patria”.
Petro ha prometido reformar su país, “desarrollar el capitalismo” para que no sea feudal y enfocarse en las atenciones sociales y la sustitución de un modelo “extractista” por uno industrial. Entre sus propuestas, hay transformaciones de la economía, del sistema de salud, del de pensiones y de los impuestos. No es poca cosa siendo que buena parte de ello pasa por el Congreso de la República, en el cual su partido no tiene mayoría. El Pacto Histórico cuenta con 20 de los 108 escaños del Senado y 27 de los 187 de la Cámara de Representantes. Por lo que deberá conquistar a otros grupos progresistas y de izquierda para fortalecer sus posiciones frente a los 55 escaños de la derecha en el Senado. En la Cámara Baja las cuentas de bloque auguran que la derecha lidere, aunque todo dependerá de las posiciones que asuma el Partido Liberal cuando tomen posesión los diputados en Julio.
La lista de los problemas por enfrentar es larga, muy larga. En todos los frentes, no solo en el político y en lo social. En lo económico, el sector empresarial ha invitado a Petro a tomar decisiones negociadas para impulsar la confianza en su mandato. Asimismo, se verá cómo abordará los temas de seguridad nacional. Ya había prometido desmantelar el Escuadrón Antidisturbios y eliminar el servicio militar obligatorio, además de cambiar el programa de ascensos, las delegaciones en el exterior, las condecoraciones y los reconocimientos entre otros aspectos. A su lado, festejando su triunfo electoral, hubo víctimas de la represión por las protestas registradas desde 2019.
Mientras llega el momento de la asunción, Gustavo Francisco sintió en carne propia la sacudida en los mercados, a los que debe enviar señales de confianza. Con su triunfo, el domingo, las acciones de las principales firmas que operan en Colombia y en los mercados internacionales registraron pérdidas en sus cotizaciones. Cayeron las de empresas como Canacol Energy, Ecopetrol, Mineros, GCM Mining; todas firmas de dedicadas a la producción de materias primas en gas, crudo y minería que son los sectores a los que apunta Petro en sus promesas de cambio.
Al final, pero no menos importante, la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), considerado un grupo terrorista, anunció el lunes 20 su “disposición para avanzar en un proceso de paz” siempre y cuando el presidente electo emprenda varias reformas económicas y sociales que el grupo armado considera “urgentes”.
En su discurso triunfal, Petro propuso un nuevo “diálogo entre las Américas” y para ello tendrá que calibrar sus relaciones con Estados Unidos de América, incluso con algunos países “hermanos” bolivarianos y no bolivarianos, y con la propia Venezuela, con la que ha prometido restaurar las relaciones diplomáticas rotas por su antecesor, Iván Duque, en 2019.
¿Suficiente? Y si les parece poco, como dijo el inolvidable Groucho Marx —el verdadero marxista de la historia—, “tengo más”. Suerte para Colombia y para Petro, que mucho la necesitan. VALE.