Bernardo González Solano

En algunos momentos, propios y extraños pensaron una vez más que, el dictador libio —que había llegado al poder desde el 8 de septiembre de 1969, hace casi 42 años— volvería a salvar el pellejo apoyado por algunos mandatarios de Occidente que hacían mutis frente a la maniobra de apoyo a grupos terroristas distribuyendo millones y millones de petrodólares siempre y cuando el coronel Muammar Gadafi les vendiera petróleo en las mejores condiciones posibles. Una y otra vez el coronel libio lograba que se le perdonaran sus excesos impidiendo que la democracia llegara a instituirse en su país.

La batalla de Trípoli, definitiva

Por fortuna para los opositores de Gadafi, que durante más de seis meses y cinco días de este año ofrendaron su sangre para derrocar al dictador, las víctimas suman varios miles de muertos, en la penúltima semana de agosto, el sábado 20 —fecha que pasará a la historia de Libia— aseguraron todos los accesos que permitían llegar a Trípoli, la capital, último reducto de Gadafi y sus incondicionales que, para el momento, habían reducido su número. Hasta los más fieles abandonaban el barco. El cerco se había cerrado. La batalla de Trípoli era definitiva.

Los rebeldes libios avanzaron el domingo 21 de agosto hacia Trípoli, rompieron las líneas de defensa del dictador Gadafi, tomando barrio tras barrio. Un portavoz del régimen informó que de domingo a lunes habían muerto más de mil 600 personas y que los hospitales ya no se daban a basto.

Después de apoderarse de la estratégica ciudad de Zauiya, donde se encuentra una de las principales  refinerías de Libia, tropas de insurrectos se dirigieron al bastión de Gadafi una vez que se enteraron que una importante base de la brigada de élite que dirigía uno de los hijos del mandatario libio —Jamis Gadafi— había sido evacuada. Los milicianos sublevados fácilmente se hicieron de la base, casi sin resistencia.

Por su parte, Gadafi lanzó tres llamamientos al pueblo por medio de la televisión oficial en mensajes de voz grabados y amenazó con resistir hasta lo último, pidió a los libios defender la ciudad y lanzó la baladronada de que Trípoli “iba a arder”. Instó a combatir a las “ratas” que atacaban a la nación libia.

 

Presos, los hijos del dictador

Asimismo, Mustafá Abdel Jalil, presidente del Consejo Nacional de Transición  informó  por la noche del 21 de agosto que los rebeldes habían hecho preso a Saif el Islam, uno de los hijos de Gadafi.

Por la noche del mismo domingo 21, la televisora Al Yazira transmitió que los vástagos del coronel capturados eran dos —Saif y Sadi— y un tercero, Mohamed, se había entregado él mismo, así como la guardia personal del ahora repudiado dictador.

Y la cadena Al Yazira más noche informó que por primera vez en medio año, en la capital de Libia, Trípoli, había acceso a la Internet. Para la media noche del 21 de agosto, la cadena catarí inició sus  transmisiones de la multitud festejando la captura de Trípoli.

Menos de 24 horas, después de estos anuncios, Saif y Mohamed hicieron acto de presencia rocambolesca, asegurando que Trípoli todavía estaba bajo control gadafista.

Para ese momento, como flores que se deshojan, empezaron a circular por todos los medios los comunicados internacionales procedentes de algunas capitales, de Washington, de Londres, de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte, en los que se daba por hecho la caída del régimen de Muammar Gadafi en cuestión de horas y en los que se instaba a los rebeldes a dirigir, cuanto antes, una transición pacífica.

El presidente Barack Obama instó a Gadafi a “reconocer que su régimen ha llegado a su fin” y anunció el reconocimiento de la Casa Blanca al “gobierno de transición libio”.

A su vez, en otro comunicado después de una reunión de urgencia que tuvo lugar en El Cairo, Egipto, del Comité de Asuntos Exteriores y Políticos de la Liga Arabe, se instó a Gadafi a entregar el poder al pueblo de Libia y exigió el cese de los enfrentamientos.

En otro documento, el organismo árabe rechazó las operaciones militares de la OTAN en Libia, porque representan una “injerencia extranjera” en el país. Pero también demandó que se instituya un gobierno en el marco de una Constitución nacional y que se proteja “la unidad del pueblo libio y la integridad territorial”.

Merkel y Sarkozy: que se vaya Gadafi

En este sentido, Angela Merkel, canciller de Alemania, pidió a Gadafi abandonar el poder “lo antes posible” para evitar más derramamiento de sangre.

Nicolás Sarkozy, presidente de Francia, exigió la renuncia del dirigente libio “sin más dilación” para evitar a la población “nuevos sufrimientos inútiles”. El presidente galo pidió al régimen “un alto al fuego” inmediato y que ponga a sus fuerzas militares a disposición de las “autoridades legitimas”, refiriéndose al Consejo Nacional de Transición, que ya ha sido reconocido por varios gobiernos extranjeros, incluyendo el de Obama.

En pocas palabras, seis meses y cinco días después del principio de la revuelta popular en Libia —que comenzó en la popular Plaza Verde—, que forma parte de lo que los analistas llaman la “primavera árabe”, dio comienzo la batalla de Trípoli.
Apoyados por la OTAN, los rebeldes consolidaron sus posiciones y avanzaron sobre ejes estratégicos antes de lanzar la ofensiva final contra las tropas del dictador. La caída es cuestión de tiempo. El coronel y sus incondicionales ya no tienen ninguna oportunidad de escapar de sus atacantes y a la cólera del pueblo sometido a la dictadura durante cuarenta años.

Además, el dictador y sus paniaguados son perseguidos por la justicia internacional, incluyendo varios de sus hijos. Saben que no tienen un lugar seguro para esconderse y que deberán responder ante los tribunales internacionales por sus actos criminales. Sólo un personaje desquiciado —aunque haya sido electo presidente de su país por el voto popular—, como Hugo Chávez de Venezuela, podría intentar recibir al coronel para refugiarse, o en Cuba, en Corea del Norte o en Irán, quizás.

Las bravatas de “resistir hasta el final” no dejan de ser eso: bravatas, baladronadas. Meras declaraciones que sólo buscan alargar inútilmente el tiempo con la esperanza de buscar hombres que crean sus mentiras y convencerlos de que sacrifiquen sus vidas por ellos.

Defecciones

Para el fin de semana, la lista de defecciones era larga, muy larga. Así, fuentes de información tunecinas aseguraron el sábado 20 de agosto que Omran Abukraa, responsable del petróleo del gobierno de Gadafi, desertó y se refugió en Túnez.
El mismo destino encontró Abdel Salam Yalud, sin importarle que fue compañero de armas y estrecho colaborador de Gadafi, aunque en los últimos tiempos se distanció del dictador.

Para los rebeldes que les ha costado mucha sangre sus triunfos contra las tropas de Gadafi, la batalla de Trípoli es un momento crucial que compromete su futuro y el del país. Evitar el baño de sangre debe ser una prioridad, a fin de preservar las oportunidades de una transición ordenada.

En la batalla final, el Consejo Nacional de Transición debe salvar sus divisiones y mostrarse capaz de hacerse responsable de los habitantes de la capital, sin espíritu de revancha y sin violencia inútil.

Cuando Gadafi caiga para siempre, el Consejo Nacional de Transición debe propiciar un gobierno nacional con la determinación de que el país no caiga en el caos.

Sí, los rebeldes libios deben ser los amos de su país y la OTAN tiene, hasta el último día de la guerra, que desempeñar un lugar esencial en términos de coordinación, de información y de apoyo militar, a fin de limitar los daños de los combates.

Para Estados Unidos, la Unión Europea y otros países que creen en la democracia para gobernar en el mundo, lo que en estos días y en estas horas se juega en Trípoli es, en efecto, esencial.

La caída del dictador, cuando se confirme ciento por ciento [en los momentos de escribir este reportaje —miércoles 24 de agosto— no se sabe en dónde se esconde Gadafi], permitirá redefinir las relaciones con Libia y el resto del mundo árabe, que se encuentra en proceso de mutación aunque todavía falta por resolver el problema sociopolítico en Siria, en Túnez, en el Oriente Medio (Israel y Palestina, cuyo enfrentamiento tarde a temprano deberá resolverse).

Falta que el esfuerzo comprometido pueda vencer a los escépticos y sustituir la bota militar de la dictadura por una asistencia humanitaria o económica, a fin de consolidar un país que no está a salvo de otra guerra civil ni de un probable gobierno islámico ultraortodoxo. Ni una ni otra.

Cuando el dictador ya no tenga el poder en las manos y su retorno sea imposible, Libia deberá reformar su política de inversión (gracias a las ganancias del petróleo) en beneficio de las clases más pobres y superar su tasa de crecimiento del 5% en 2010.

El regreso de las inversiones extranjeras le podría permitir estabilizar su crecimiento arriba del 7% en el 2012.

Con el 40% de las reservas de petróleo en Africa y 3% de las reservas mundiales, Libia es el décimo productor petrolero. ¡Ojalá sea en provecho de los libios!